"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

martes, 16 de febrero de 2016

Remiendos del pasado (de Marta Sebastián)

Hoy toca chica, y su nombre es Marta Sebastián, la joven autora de Remiendos del pasado, una novela ágil, que se lee de un tirón y que está levantando muchas críticas en las redes, la mayoría positivas (no hay más que ver sus 30 comentarios de 5 estrellas en Amazon...)


REMIENDOS DEL PASADO (fragmento de la novela)

Se despertó de golpe. Sudando. Y durante unos instantes no pudo distinguir nada en la oscuridad que reinaba en la habitación. Tenía la respiración agitada. Su corazón iba extrañamente rápido. Se pasó la mano por el pelo e intentó controlar su propio cuerpo. Poco a poco sus ojos se fueron adaptando a la escasa luz. Miró hacia su derecha. Ella dormía a su lado, plácidamente. La observó en silencio durante unos instantes, luego salió de la cama.
Su guitarra yacía en una esquina de la habitación, mirándole fijamente, expectante. Y él tenía tantas notas flotando por su cabeza y tantos sentimientos encogiéndole el corazón que no lo dudó ni un solo segundo. Cogió la guitarra y salió de la habitación. Se sentó en un sofá del salón y sacó, muy lentamente, la guitarra de la funda.
Era, casi, como un ritual. O, más bien, como un acto de seducción. Como ir desnudándola lentamente. Rozándola, casi sin tocarla. Recorriéndola de arriba abajo. Sintiendo su tacto y reconociendo cada rincón como si fuera una parte de sí mismo.
Y empezó a tocar. La misma canción de siempre. Y no sabía por qué siempre empezaba con esa canción; se había convertido, más que en una rutina, en algo tan intrínseco, tan inconsciente que ni siquiera se lo planteaba.
La música le rodeó, le abrazó con fuerza y delicadeza. Cuando tocaba era como trasladarse a otro mundo, era llenarse de paz pero a la vez de una energía, de una vida, de un remolino que le apretaba el estómago...
No supo cuánto tiempo estuvo tocando, podía pasarse horas con su guitarra, tocando viejas canciones e inventando y componiendo nuevas canciones. Desde que podía recordar su vida había estado ligada a la música. La música era lo más firme, lo más seguro que había tenido... Incluso había conocido al amor de su vida tocando...
Se quedó parado unos instantes tras ese pensamiento que había aparecido de golpe en su mente. Se pasó la mano por el rostro mientras suspiraba, luego sacudió la cabeza y buscó, en la funda de la guitarra, su cuaderno de canciones. Pasó las páginas hasta que llegó a la canción que habían dejado a medias dos días antes. La habían dejado reposar porque habían acabado atascándose en la tercera estrofa pero ahora se sentía lleno de energía, las notas le daban vueltas por la cabeza y tenía ese extraño cosquilleo que le indicaba que estaba inspirado. Justo cuando tocó la primera nota oyó como se abría la puerta del salón; subió la vista y entre las sombras distinguió a Vanessa mirándole fijamente.
─ ¿Qué haces ahí? ¿No has visto la hora que es?
─ Me he despertado y no podía dormir.
─ Anda, ven a la cama... No es hora de tocar la guitarrita.
Vanessa desapareció entre las sombras del pasillo. Carlos suspiró, miró la canción escrita en el cuaderno y después lo guardó, junto a la guitarra, en su funda. No quería que Vanessa se mosquease y empezaran ya mal el día.
Dejó la guitarra apoyada en una pared del salón y se fue al dormitorio. Vanessa se había vuelto a meter en la cama y le daba la espalda. Ya se debía haber cabreado. Carlos suspiró y se metió en la cama. Se acercó a Vanessa y le dio un beso en el pelo.
─ Mañana tenemos que ir a cenar a casa de mis padres.
─ Mañana tengo ensayo.
Se hizo el silencio durante unos segundos. Carlos notaba la respiración agitada de su pareja, le pasó la mano por el brazo para tranquilizarla. La oyó suspirar.
─ Voy a buscarte al local y nos vamos directamente.
─ Vale.
Carlos sabía que Vanessa no iba a decir nada más y él tampoco tenía muchas ganas de seguir con esa conversación. Le dio otro beso en el pelo, se dio la vuelta e intentó volver a dormirse.

Marta Sebastián





Marta Sebastián (breve biografía)

Nació en 1981 en Madrid, ciudad de la que se declara profundamente enamorada. De procedencia gallega, se siente muy unida a esa tierra.

Estudió magisterio de inglés, carrera que abandonó temporalmente para realizar un voluntariado de 6 meses en Mozambique y trabajar durante año y medio en Barcelona en una ONG en proyectos de formación al profesorado en Mozambique. Actualmente cursa Pedagogía por la UNED.

Escribe desde pequeña, pero hasta ahora no se había decidido a dar el paso definitivo. Se decide por la autopublicación con Círculo Rojo. Remiendos del pasado es su primera novela publicada.

Muy activa en las redes sociales puedes encontrarla sobre todo en twitter (@martasebastian), facebook (https://www.facebook.com/MartaSebastianP) o en su página web (www.martasebastian.com)

miércoles, 3 de febrero de 2016

Fruta desperdiciada- por Ricardo Guadalupe

Fruta desperdiciada

Entré sola a su apartamento en liberty city al día siguiente de que se la llevaran.
Un policía me había localizado y entregado sus objetos personales en una caja de zapatos, mientras me daba un pésame intercalado con el canturreo de los avisos que emitía su radiotransmisor.
Seguí las indicaciones del agente hasta encontrarme en un piso soterrado de un edificio situado a dos calles de la avenida Broadway. El suelo era de moqueta, y aquí y allá permanecían esparcidas naranjas y manzanas con las que debió rodar al caer muerta. Me imaginé las vueltas de las piezas de fruta y el simultáneo vaivén de su mirada de la pared al suelo y del suelo finalmente a la pared. Y entonces tragué saliva al darme cuenta de su última visión. Fotografías en blanco y negro empapelaban las paredes por completo; Imágenes de su juventud, ora en bikini, ora de largo, y en las que destacaban sobremanera sus ojos, de pestañas encrespadas, cejas tupidas, párpados firmes. Eran cientos de copias estáticas de sus ojos. Siempre anteriores a los veintitrés años, edad en que me tuvo a mí.
Mi tío estaba en lo cierto, mi madre y yo tuvimos de jóvenes los mismos ojos. Unos ojos que en mí, ella rehuía: Me hacía llevar gafas oscuras y castigaba de cara a la pared. También conseguía evitarlos en mi cuarto, donde sólo entraba con las luces apagadas. Pero una mañana los enfrenté a su mirada: Sentada sobre ella a horcajadas la desperté retirándole el antifaz que se ajustaba para dormir. Sus ojos de hucha vieron en los míos dos manecillas que giraban hasta poner en hora su propio reloj del tiempo. Creo que fue ese el día en que decidió desaparecer hacia las entrañas de liberty city.
Ahora volvía a ver sus ojos por medio de esas ajadas fotografías. Agaché, algo incómoda, la mirada, y salí del apartamento. Ya afuera, quise humedecer la garganta en un puesto de refrescos. Cuando abrí la cartera asomó el retrato de mi hija de diez años. Tiene mis mismos ojos. Aunque, afortunadamente, no los puedo apreciar bien. Dos certeros alfilerazos en la foto los agujerearon.

Ricardo Guadalupe
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