"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

miércoles, 3 de febrero de 2016

Fruta desperdiciada- por Ricardo Guadalupe

Fruta desperdiciada

Entré sola a su apartamento en liberty city al día siguiente de que se la llevaran.
Un policía me había localizado y entregado sus objetos personales en una caja de zapatos, mientras me daba un pésame intercalado con el canturreo de los avisos que emitía su radiotransmisor.
Seguí las indicaciones del agente hasta encontrarme en un piso soterrado de un edificio situado a dos calles de la avenida Broadway. El suelo era de moqueta, y aquí y allá permanecían esparcidas naranjas y manzanas con las que debió rodar al caer muerta. Me imaginé las vueltas de las piezas de fruta y el simultáneo vaivén de su mirada de la pared al suelo y del suelo finalmente a la pared. Y entonces tragué saliva al darme cuenta de su última visión. Fotografías en blanco y negro empapelaban las paredes por completo; Imágenes de su juventud, ora en bikini, ora de largo, y en las que destacaban sobremanera sus ojos, de pestañas encrespadas, cejas tupidas, párpados firmes. Eran cientos de copias estáticas de sus ojos. Siempre anteriores a los veintitrés años, edad en que me tuvo a mí.
Mi tío estaba en lo cierto, mi madre y yo tuvimos de jóvenes los mismos ojos. Unos ojos que en mí, ella rehuía: Me hacía llevar gafas oscuras y castigaba de cara a la pared. También conseguía evitarlos en mi cuarto, donde sólo entraba con las luces apagadas. Pero una mañana los enfrenté a su mirada: Sentada sobre ella a horcajadas la desperté retirándole el antifaz que se ajustaba para dormir. Sus ojos de hucha vieron en los míos dos manecillas que giraban hasta poner en hora su propio reloj del tiempo. Creo que fue ese el día en que decidió desaparecer hacia las entrañas de liberty city.
Ahora volvía a ver sus ojos por medio de esas ajadas fotografías. Agaché, algo incómoda, la mirada, y salí del apartamento. Ya afuera, quise humedecer la garganta en un puesto de refrescos. Cuando abrí la cartera asomó el retrato de mi hija de diez años. Tiene mis mismos ojos. Aunque, afortunadamente, no los puedo apreciar bien. Dos certeros alfilerazos en la foto los agujerearon.

Ricardo Guadalupe
Puedes encontrar más sobre este estupendo autor en:
escritores.org
tienesmipalabra.blogspor.com.es

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por hacerte eco de este relato, para que al menos no corra la misma suerte que la fruta de la que habla. Un abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti, Ricardo. ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar