"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

jueves, 24 de septiembre de 2015

El anillo bretón-de Francisco Gijón

Hoy toca el turno a Francisco Gijón y su relato sobrenatural que escribió gustoso para la antología solidaria "Leyendas de la caverna profunda". Poco diré de Francisco, salvo que tiene una facilidad de palabra, tanto escrita como hablada, pasmosa. No le gusta que le definan como "historiador" ni "escritor"; a pesar de haber escrito varios volúmenes sobre la Historia de España y acabar de sacar a la luz su última novela titulada "La felicidad vacante" (sobre Oscar Wilde y su amante).
A ver qué nos cuenta de Marie de Chantilly...


El anillo bretón- un fragmento.

Marie de Chantilly vivía santamente, frecuentaba la iglesia, y todas las mañanas, por muy crudo que fuera el tiempo, salía de su casa para oír misa de seis en la que hoy es mi parroquia. Pero una noche de diciembre la despertó el tañido de las campanas. Segura de que anunciaban la primera misa, vistióse y salió a la calle, donde la oscuridad era de tal modo intensa que no se veían las casas y ninguna estrella brillaba en el cielo. Era tan profundo el silencio en las tinieblas que ni un perro ladraba a lo lejos, ni se sentía la proximidad de ninguna criatura viviente. Pero Marie, tan conocedora del camino que hubiera podido ir a la iglesia con los ojos cerrados, llegó sin dificultad a la esquina de su calle con la de la parroquia, donde se alzaba por aquel entonces un frondoso árbol milenario, un cedro del Líbano que nadie sabe cómo llegó a nuestro pueblo. Desde allí vio que las puertas de la iglesia estaban abiertas y proyectaban una claridad magnífica de cirios.
Avanzó más, y ante el pórtico advirtió que llenaba la iglesia un público singularmente numeroso para aquellas horas previas al amanecer; pero lo curioso es que no pudo reconocer a ninguno de los presentes, y le sorprendió que la mayoría de ellos vistiese traje de terciopelo y de brocado, con plumas en el sombrero, y que los varones llevasen la espada ceñida, según la moda de los tiempos antiguos. Allí había caballeros que se apoyaban en largos bastones con empuñadura de oro, y damas con una cofia de encaje sujeta por un peine en forma de diadema. Hombres engalanados daban la mano a señoras que ocultaban bajo sus abanicos el colorete de sus rostros, de los cuales sólo se veían las sienes empolvadas, y un lunar próximo a cada sien. Todos iban a colocarse en su puesto, sin el menor ruido, y mientras caminaban no se oía el rumor de sus pasos sobre las losas sagradas ni el roce de sus vestiduras. Nada. Las naves laterales se llenaban de una muchedumbre de jóvenes artesanos, con parda chupa, calzones de bombasí y medias azules, que abrazaban por la cintura a muchachas muy bonitas, de buen color y con los ojos bajos. Alrededor de las pilas del agua bendita se sentaban en el suelo, con la tranquilidad de animales domésticos, campesinas de saya roja y corpiño negro, mientras los mozos, en pie tras ellas, las contemplaban con placer y hacían girar sus sombreros entre las manos. Todos aquellos rostros silenciosos parecían eternizados en el mismo pensamiento, suave y triste a la vez.
Arrodillada en el lugar acostumbrado, Marie de Chantilly vio al cura que avanzaba hacia el altar, precedido de dos monaguillos. Pero no reconoció al oficiante ni a los dos acólitos. Empezó la misa, una misa completamente silenciosa, donde no se oía ni el repiqueteo de la campanilla. Marie, influida por la mirada y la figura del hombre más próximo, le miró sin volver apenas la cabeza y reconoció al joven caballero de Aumont-Cléry, que había muerto cuarenta y cinco años antes. Lo reconoció por su perfil y por una pequeña señal que tenía bajo la oreja izquierda, pero sobre todo por la proyección de las largas pestañas negras sobre sus mejillas. Vestía el traje de caza rojo y galoneado que llevaba cuando le salió al encuentro en un bosque cercano y le pidió agua y le dio un beso. Conservaba su juventud y su buena presencia de antaño. Al sonreír enseñaba todavía su blanca dentadura. Marie le dijo en voz baja:
—Monsieur, a vos que fuisteis mi amigo y a quien yo di en otro tiempo lo más preciado que una muchacha puede dar, Dios os tenga en su gracia y me dé al fin remordimiento por el pecado cometido con vos; porque la verdad es que, bajo mis cabellos canos y cerca de la hora de mi muerte, no me arrepiento aún de haberos amado como os amé. Amigo difunto, bello señor, decidme quiénes son estas gentes a la moda del tiempo antiguo que oyen esta silenciosa misa.

Francisco Gijón (fragmento de "El anillo bretón", perteneciente a la antología "Leyendas de la caverna profunda", cuya finalidad es la donación a Save The Children. Si quieres conseguir la colección de relatos fantásticos y sobrenaturales, la tienes por sólo 1€ aquí )



Francisco Gijón (breve biografía)
Nacido en Madrid, Francisco estudió Geografía e Historia en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) especializándose en Arte Prehistórico e Historia Antigua. Su inquietud intelectual lo llevó a ampliar su formación con estudios de Ciencias Políticas y Estadística.

Conferenciante, corrector de estilo y con varias novelas en su haber, posee una bitácora divulgativa sobre Historia de España que ya ha sido visitada por más de 500.000 personas en todo el mundo. Puedes visitar su web aquí Actualmente se encuentra envuelto en un nuevo proyecto editorial.