"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

martes, 20 de noviembre de 2012

Decálogo del escritor (Augusto Monterroso)


¡Genial!
 

Decálogo del escritor


Primero.
Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo.
No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero.
En ninguna circunstancia olvides el célebre díctum: "En literatura no hay nada escrito".

Cuarto.
Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto.
Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

Sexto.
Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

Séptimo.
No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

Octavo.
Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.

Noveno.
Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

Décimo.
Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

Undécimo.
No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

Duodécimo.
Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado.

 

El autor da la opción al escritor de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Qué recuerdos


Me llamaron por teléfono aquella tarde, preguntando por mí.

-Llamo del ayuntamiento-me dijeron- Nos gustaría saber si va usted a asistir a la entrega de premios de Relato Corto, ya que nos consta que usted participó, ¿no es así?

-Exacto, sí. Iré, por supuesto. ¿Cuándo es?

-Mañana a las seis de la tarde.

-Perfecto, allí estaré.

Al día siguiente estudié un rato y me marché a correr para desestresar. Aguanté como un campeón y acabé derrengado pero feliz. Una duchita y después me puse informal, en vaqueros, zapatillas y algo despeinado, como me gustaba ir siempre. Rehuía de los zapatos y pantalones. Me parecía estar demasiado arreglado para casi todas las ocasiones, en fin.

Aspiré antes de salir las páginas del libro antiguo que mi padre tenía sobre el armario. Páginas amarillas, rugosas.  Mis abuelos volvieron a la memoria. Un hábito diario, una manía más. Después comí en un chino y de nuevo pedí cerdo agridulce. O, mejor dicho, algo agridulce. Sin preguntas. Ese sabor me inquietaba a la vez que me gustaba.

Más tarde me encontré a varios amigos que me retuvieron lo suficiente para casi llegar tarde al evento. Siempre igual, vamos.

Medio sudando y con la respiración a mil por hora, pasé de puntillas al patio interior donde acababa de comenzar la entrega de premios. Por detrás, naturalmente. Alcancé una silla libre y me senté lo más elegantemente que pude, relajándome de la carrera final.

Entregaban en ese instante el mejor premio al relato infantil. Un niño salió a recoger un bonito diploma de manos del concejal y la bibliotecaria de turno. Aplausos varios y yo secándome el sudor todavía.

Entonces pasaron a la categoría juvenil, en la que yo participaba. Nombraron mi relato y mi nombre. Yo no salí, seguro de haber escuchado mal. Esperé a ver si lo repetían de nuevo. No podía ser, claro. Lo dijeron de nuevo. Era yo. ¡Había ganado! Pero nadie me había dicho nada. Serán…

Me catapulté de la silla, en un mar de dudas todavía pero ya seguro de que me llamaban. Y me hicieron entrega del galardón, mostrando yo una sonrisa nerviosa que todavía no se creía lo sucedido y sudando de nuevo la gota gorda. Lo sostuve mientras aplaudía el público y me fui a mi sitio. Después del evento charlé un poco con los organizadores y otros participantes, y les conté que no me habían dicho nada al llamarme, cosa que les sorprendió y se rieron, buscando un culpable al hecho en cuestión y disculpándose. Fue divertido.

 ¡Si lo llego a saber ese día sí que me pongo zapatos!

lunes, 5 de noviembre de 2012

Volveremos a ser valientes


Aterriza por fin un estreno esperado en el mundo digital. Recientito, recientito.  Llega un libro que, pienso, va a enganchar a mucha gente, sea del gremio suyo o no. Por su fluidez, su expresividad y por su saber hacer.  El autor se llama Luis Moreno y es un desconocido para el mundo mundial, menos en su localidad y alrededores, porque experiencia en el mundo artístico tiene un rato. Joven pero sobradamente preparado, como se decía hace tiempo. Y, además, vale la pena.
Os dejo un fragmento de su nuevo libro titulado Volveremos a ser valientes, basado en ficción y experiencias propias. El título, a mi parecer, también acertado. Pues eso, que volveremos y requetevolveremos.
 ¡Un impulso al muchacho!
A ver qué opináis, no os engaño. Distruten.

 

 Volveremos a ser valientes (fragmento)
Rafa y yo seguíamos caminando por el pasillo, y el nervioso mutismo de mi compañero resultaba cada vez más insoportable. Sin embargo, la naturaleza sensible de éste requería abordar el asunto con tacto.

−Ya me tienes hasta los huevos, ¿sabes? Déjate los deditos de una puta vez y dime qué te pasa.

Silencio y ronchar de uñas.

−¿Me oyes?

−Luego.

−¿Luego?

−Luego

−Pues bueno.

Entramos en la salita y comenzamos a revisar la documentación del informe que nos habían endilgado. A la paciente se le había pasado una batería de test excesiva incluso para una elefanta histérica, lo que significaba que el primer informe era cosa de alguno de los pimpollines de prácticas. Estaba por mandarles preparar la historia para la sesión clínica, pero… qué demonios, la verdad es que aquella mañana casi prefería trabajar antes que lidiar con esos lebreles. Por cierto, que aún no conocía a los estudiantes de mi nueva rotación –cosa que tampoco tenía nada de particular; procuraba verlos lo menos posible-.

Ahí estaba, con toda la mesa llena de papeles y un compañero cuyos tics en alza me ayudaban más bien poco a reprimir mi instinto asesino aquella mañana.

El caso en sí no parecía nada particular.

−Sara Olías Téllez, de diecinueve añitos. ¿Cuándo ingresó ésta?

−Hace dos semanas.

−Mmm… ¿Es la que está buena?

−No −algo me decía que la ceja izquierda de Rafa se tensaba más de lo normal ante alusiones sexuales.

−¿Estás bien?

−¡Como una rosa! –mueca.

−¿Seguro?

−¿Has visto su historia?

La cortina de humo era burda, pero no dejaba de ser nuestro trabajo.

La chica tenía varios ingresos, en general por intentos autolíticos de escasa gravedad, probablemente como llamadas de atención. Ya se sabe, no va en serio pero acojona.

−Viene diagnosticada de las otras veces. ¿A qué viene hacer la sesión con ella?

−Rasgos antisociales, alucinaciones auditivas, fantasías escasamente elaboradas… piensan que es un ejemplo de libro de esquizo paranoide. Quieren que lo vean los chavales.

−Pues bueno, ¿pero por qué quieren que lo vea yo también? Ah, claro, es que me han visto tocándome los cojones… −nuevo movimiento de cejita− Oye, me estás poniendo nervioso; relájate ya. ¿Qué narices te pasa?

−Es por si debemos preocuparnos por un posible suicidio. Las tendencias autolíticas…

−¡Los cojones! Aquí pone que los cortes en las muñecas eran transversales, no longitudinales; es decir, heridas leves que cicatrizan pronto.

−No todo el mundo lo sabe.

−Lo más seguro es que ella sí. Aquí dice que habla mucho de ese libro sobre el suicidio, el que escribió el tío este… Carranza; si te has tragado todas esas recetas para joderte y haces algo así, es que quieres ser la reina por un día.
 
−Pero una esquizo llamando la atención…

−La de sus padres, sólo la de sus padres. Vale que un esquizo se encierra en casa, pero puede atar férreamente a sus figuras paternas. Al fin y al cabo, le dan seguridad y un entorno conocido. Además, puede torturarlos cuanto quiera. Llama su atención, ata aún más a sus padres. Y ahora, si ha terminado la lección, ¿me vas a decir qué coño te pasa?

−¿Diagnóstico?

−Esquizo y no se suicida. Ya hemos acabado. Habla de una puta vez.

Mis métodos de persuasión al más puro estilo académico, unidos a estos diagnósticos fugaces, podían dar una imagen equívoca de mí. Suelo ser un gran psicólogo. Al menos durante los veinte o veinticinco minutos que dedico a cada paciente. Eso es lo que tiene ser el encargado de peritajes e informes. Una entrevista, un perfil y listo. Rara vez vuelves a ver a los pacientes, y en los tribunales, si te citan como experto, nadie te discute, y si lo hacen… bueno, todos somos humanos y los test apoyan tu hipótesis.

Mi hipótesis aquella mañana era que mi compañero debía guardar algo realmente interesante –alguna vez tenía que hacerlo-. Sólo le temblaba la ceja cuando mentía o cuando ocultaba algo. Ese día, su ceja parecía un tiovivo.

Al fin arrancó, haciendo todo tipo de contracciones con los escasos músculos faciales que no tenía agarrotados.

−Marcos… tú sabes que yo… soy tu amigo y te quiero; te quiero de verdad −creí que cualquier cosa me aliviaría con tal de que no se tratase de una declaración de amor− .Bueno, a lo que me refiero es a que yo no creo que seas un bastardo amargado.

−Hombre, gracias.

−No, no… en serio, y si te hablo así es porque quiero que sepas que… bueno, yo nunca te haría daño. A mí me gusta jugar limpio.

−Sí, a veces te lavas, es cierto –la broma no era de las mejores, lo reconozco, pero necesitaba relajar el ambiente; me estaba empezando a preocupar. Al muy imbécil no le hizo gracia.

−Ya, ya. En fin, lo que quiero decirte es que… -gesticulación espasmódica, silencio dramático y mi puño apretado para hacerle arrancar- que… ha ocurrido algo entre Rosa y yo.

Mi puño se relajó.

−¿Qué?

−Sí, es así. Ya sé que no lo entenderás, pero las cosas entre vosotros no funcionaban desde hace tiempo, y tú lo sabes.

Bufidos.

−¿Me estás diciendo que…?

−Ella no quería decirte nada, pero yo no podía verte todos los días y… así… yo no podía, porque soy tu amigo.

−¡Tú lo que eres es un hijo de puta! Rosa es mi… mi… bueno, es mía, vive conmigo, ESTÁ conmigo. ¡Y tú me dices que te las has tirado!

−No… no es eso… joder, dicho así… no es que me la haya cepillado ahí, a lo burro, como si…

−¿Ah, no? ¿Y me vas a contar lo delicado que fuiste?

−Hombre, no creo que debamos hablar de esto.

−¿No? Pues yo sí lo creo.

−Mira, estás muy alterado y así no se puede…

−¿Qué estoy alterado?

−Sí, mírate. Y lo entiendo, pero… No queríamos que pasara. No lo tomes como un complot, porque fue algo espontáneo.

Deseaba estallar, destrozarlo todo, y algo me decía que debía empezar por Rafa. Sin embargo, no podía; no sabía por qué, pero no era capaz.
Entonces lo miré y comprendí: no podía porque él era un buen tipo. Así que no le di ningún puñetazo, como esperaba. Estrellé su cara contra la mesa. Fue violento, pero justo. Al ver el alivio que experimenté contemplando cómo rebotaba su cabeza contra el tablero, lo aferré por el pelo y repetí el movimiento otra vez, y otra, hasta que milagrosamente se zafó de mí, tambaleándose, y seguimos la coreografía de mordiscos, patadas y arañazos por el suelo.

De lo que vino después recuerdo más bien poco, excepto alivio, gritos y una sensación extraña que empezaba a drogarme. Algo había reventado, y aún no sabía que sólo era el principio de un desplome general.

 
 
Luis Moreno Carmenado

 
Breve biografía:
Perteneciente a la generación nacida en los 70 s, lleva tocando palos artísticos desde tiempos remotos: obras de teatro como guionista y/o director(Prometeo Encadenado, Clásicos Etílicos, Clásicos Bíblicos), guiones varios para cortometrajes, un libro de poesía que, según sus palabras "le une más el cariño que el orgullo"(Agujas de Agua), trabajos de actor no profesional en frecuentes  funciones teatrales, o la participación en diversas antologías donde tuvo la suerte de compartir páginas con Aute, Sabina o Luis García Montero.
Y ahora, Volveremos a ser valiente, su primera novela en formato digital a través de Publicaciones Lulú. Como él mismo comenta, una novela cargada de humor negro, problemática social, drogas y parte de locura: " De todo ello he aprendido que si hay algo que nos caracteriza es que la vida siempre merece una risa, a pesar de todo".