"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

martes, 10 de diciembre de 2013

La calle de los diez minutos- de Anika Lillo

Para celebrar a mi modo que Anika Lillo, una de las bloggeras de referencia en este mundo literario y virtual, ha estrenado nueva web, voy a colgar un cuentecillo suyo que a mí me encanta. Simple pero original, y que bien puede servir como comienzo de una novela, por qué no.
Animo, por cierto, a que os paséis por su web. Cualquier forofo y apasionado de la literatura debe hacerlo al menos una vez y tomar nota. Pero yo lo haría más veces...


La calle de los diez minutos


Ocurrió después de una noche concreta y oscura. Alertados ante una tormenta eléctrica, los animales y algunas personas especialmente sensibles se mostraban ansiosos y no sabían la razón. Pero estaba ahí, latente. Lo respiraban, lo sentían en la piel y lo esperaban.
¡¡¡¡¡¡¡zrrhhhhhhhmmmmmmmmmm!!!!!!
El primer trueno se hizo oir cuando ella entraba en una calle. Aunque la sobresaltó, no se dejó amilanar. La placa de piedra lucía vieja su leyenda "Calle de los Diez Minutos".

Natacha caminaba con su largo y lacio pelo moreno por la calle mientras las pocas farolas que había daban un brillo azulado a su melena. Abrazada a su abrigo y casi tiritando, trataba de sortear las piedras de esa calle aún sin asfaltar. No había un alma con el que se pudiera cruzar y preguntar la hora. A la mañana siguiente iría a la relojería y se agenciaría con una pila. Miró su inútil reloj parado y respiró hondo. Siempre pasaba igual, las cosas se fastidiaban cuando menos lo esperabas.
La calle se le hizo extrañamente larga, era como si no avanzara, y los tacones de sus botas no paraban de trastabillar con piedrecitas perdidas. Salía vaho de su boca y tenía la nariz roja.
¡¡¡¡¡¡¡zrrhhhhhhhmmmmmmmmmm!!!!!!
El segundo trueno zumbó en el aire rompiendo el silencio y a lo lejos se escucharon un par de alarmas de coche. El firmamento se iluminó y Natacha casi tuvo que cerrar los ojos. Le dio tiempo a ver que aún le quedaba media calle. ¿Cómo era posible que una calle tan larga no tuviera tránsito ni estuviese asfaltada? ¡A qué mala hora le había prometido a su prima estar en media hora en su casa!. Podía haber cogido un taxi, pero no, se dejó convencer por Elisa. “Dicen que si coges la Calle de los Diez Minutos, esa que está sin asfaltar, llegas antes a mi calle. Por favor, date prisa o me tomo las pastillas. No te entretengas”.
Natacha se abrazó fuertemente y maldijo en voz baja por un agujero inesperado que había aparecido ante ella haciéndole tambalearse.
- Sólo falta que me rompa un tobillo.
Miró a izquierda y derecha y se preguntó por qué no había más calles colaterales que rompieran esa larga monotonía gris.
- No me extraña que se llame la Calle de los Diez Minutos.

Anika Lillo
http://libros.ciberanika.com/

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Extraterrestres- de Boris Rudeiko

Manuel Navarro, ingeniero de profesión, tiene varios libros de relatos a la venta en versión digital. Este es uno de los interesantes relatos rescatados de un blog cualquiera. Si quieres saber más sobre este escritor visita http://manuelnavarroseva.blogspot.com.es/ y conocerás más sobre sus escritos

Extraterrestres


Al quedarse sin trabajo, Luis se apuntó en las oficinas de empleo a un curso de Astronomía. Tanto se aficionó a las estrellas que compró, pese a la oposición de su esposa, un telescopio astronómico. Lo instaló en el balcón de la casa. Pasaba horas observando el firmamento, mientras su mujer, indiferente, veía la televisión. Pronto se convirtió en un experto en localizar constelaciones. Una noche divisó un objeto volador que emitía señales de luz intermitentes. Lo siguió hasta comprender que se trataba de un mensaje codificado. Con paciencia logró interpretarlo. Su esposa no lo creyó. Es más, se burló de él. No hay seres extraterrestres, estás loco. Y sin embargo, el mensaje estaba claro: una fecha, una hora, un lugar. Su mujer no quiso acompañarlo. Ella sigue mirando la televisión, pero ahora, de vez en cuando, utiliza el telescopio.

Manuel Navarro (Boris Rudeiko)

lunes, 4 de noviembre de 2013

Crónica de un viaje: segunda presentación de "Leyendas de la caverna profunda"

LEYENDAS DE LA CAVERNA PROFUNDA es una antología de relatos fantásticos realizada por 18 autores hispanos con un fin solidario: la donación va destinada a Save The Children, y el libro (a 1 €) se vende en formato digital en www.1libro1euro.com .Esta es la crónica de unas presentaciones que tuvieron lugar en dos institutos de enseñanza secundaria de Alicante.

Todo comenzó un jueves. (Crónica de un viaje muy esperado)

Ya empezó la cosa tarde, para variar. Me perdí en la ciudad (Alicante), que no conozco, todo por seguir mal las indicaciones y por mi despiste habitual, vamos...Total, que llegué sobre las séis menos cuarto de la tarde, sin comer, y me zampé unas lentejas - que me tenían preparadas - tan feliz. Y devorándolo en un cuarto de hora, ya que venían a buscarme para preparar lo necesario en el salón de actos...

Fue una tarde de lo más atolondrada (me perdí de nuevo) pero se terminó de preparar todo allá sobre las diez de la noche, habiendo hablado con los escritores que al día siguiente participarían vía skype, y gracias a dos de las profesoras que, encantadas, me mostraron las instalaciones y estuvieron presentes en todo momento.

Al día siguiente me puse el GPS y...me perdí de nuevo. Ni idea de cómo llegué, pero lo hice y me encontré por vez primera con Francisco Gijón, un ferviente divulgador de la historia con unos de los blogs más visitados que conozco, que se hallaba a los pies del Instituto en cuestión desde primerísima hora de la mañana (y sin poder tomar ni un triste café debido a que no habían puesto las calles todavía)

Al rato comenzó el primero de los eventos, con unos alumnos entre somnolientos y a medio disgusto, aunque contentos de no estar en clase por un rato, mientras escuchaban a unos pesados...El salón lleno, como digo, y la conferencia comenzó con un nervioso organizador (el moi, al que le cuesta hablar en público pero que al final se lanza a todo). Poco a poco la ágil presentación, los escritores que se conectaron vía internet, y que el tema parecía enganchar a los jóvenes, conformó una interesante presentación donde los asistente permanecieron pegados hasta el final. Allí Ramón Alcaraz, editor y director del taller El Desván de la Memoria y uno de los escritores de la antología derrochó su experiencia en una corta pero intensa participación mañanera. Y después lo hizo Juan José Hernández, joven y prolífico escritor con aspecto de George R. Martin (de jovenzuelo) que en seguida conectó con los alumnos por proximidad en edad y gustos. A ambos debo agradecer en parte el éxito de la conferencia.

Después tocó cambiar a otro de los institutos, y hacia allí marchamos Francisco y yo. Pero antes fuimos a recoger a Marta Querol, finalista del premio Planeta en el año 2007 para quien no la conozca todavía, que no había podido llegar a la primera conferencia, pero que no quiso perderse la segunda.
Nuevas caras nos esperaban, supongo que de nuevo sin saber qué iban a escuchar durante más o menos una hora, y deseosos de cualquier cosa que no les supiese a clase...La presentación comenzó, esta vez con Marta como nueva ponente junto a Francisco y a mí. Esta estupenda mujer encandiló a los asistentes (y a mí más) por su belleza y mejor labia, y una vez más me sentí perfectamente arropado por ella y Francisco. Dicho sea de paso, este hombre arrancó tras su intervención una ovación que más quisieran muchos. Lástima no haberlo grabado. Juan José, de nuevo, se conectó por skype y se ganó a los alumnos con su cercanía y afabilidad, y los vídeos que varios de los autores cedieron para promocionar la antología enriquecieron la presentación y mantuvieron pegados a los alumnos y profesores. De hecho, se sobrepasó la duración y varios de los mismos profesores de las clases posteriores se añadieron gustosamente al evento, cediendo el tiempo de sus propias clases.

Desde aquí quedo eternamente agradecido a Francisco Gijón, al que conocí por fin tras meses de intento, genial persona que se ha mostrado tal como pensaba que iba a hacerlo, sin engaños que tan a menudo se hallan en internet; y a Marta Querol, elegante bellezón a la que ya tenía la suerte de conocer meses atrás, que ha apostado desde siempre por este proyecto solidario y que no dudó en prestar su tiempo para añadirse a la presentación. A ambos, que se desplazaron, como yo, hasta tierras alicantinas sin cobrar un duro y solo para transmitir algo en lo que creemos y que pensamos merece la pena.
En definitiva, toda una experiencia que el que subscribe no dudaría en repetir de nuevo aunque perdiese dinero. Todo para conseguir que una bonita y valiosa experiencia llegue a más corazones, en este caso como donación a Save The Children, y que una lectura de calidad ("Leyendas de la caverna profunda") no se pierda por desconocimiento del grueso de la población.
Pero para ello hay que creer, y tener un apoyo que, en este caso, se obtuvo gracias al interés de una de las profesoras de los institutos, María Dolores . Desde aquí mi eterno agradecimiento, ya que sin ella, sin duda alguna, no se habría conseguido nada.

Espero y deseo, para concluir, que exista otra ocasión para poder compartir páginas con tanto y tan buen escritor. La ilusión suple con creces otras carencias, y si el esfuerzo culmina en calidad y valía, como en este caso, absolutamente todo vale la pena.


Pd: Mi agradecimiento a todos los participantes de la antología, y en especial a los que se esforzaron en realizar los vídeos para las presentaciones, no me cansaré de repetirlo: a Blanca Miosi, a Ramón Muñoz, a Blas Malo, a Jesús García, y a Daniel Franco.


Puedes descargar este libro de relatos y todos los que se encuentran además a la venta con el mismo fin solidario, en www.1libro1euro.com

sábado, 26 de octubre de 2013

Regreso al hogar- Los últimos de Filipinas

Relato escrito para el evento literario de Poesía y Prosa Social en Madrid. Junio de 2013


Regreso al hogar (o darlo todo por nada)

Regresé el uno de septiembre.
Llegué en un carguero viejo y andrajoso, tanto casi como yo. En principio todo seguía igual. Las gaviotas me recibieron con indiferencia, los gatos mirándome desconfiados, y los pescadores más viejos sin dedicarme una ligera mirada al descender del navío. Todo normal hasta ahí. Recogí mi macuto roído y las escasas pertenencias rescatadas a última hora y apresuradamente. Mi uniforme, blanco en su día, era de un color gris oscuro.
Es septiembre pero tengo frío. Quizás soy yo y ese maldito viaje. O quizás han sido los últimos años en Manila. Allí el clima es distinto. Era distinto, pues ya no volveré. Lo echaré de menos, de todas formas. Me había adaptado a la vida, y eso que sólo estuve algo más de un año. Demasiado intenso aquello, demasiada enemistad, tensiones. Desorganización, en resumidas. Pero aquí…nadie se ocupa de nosotros, por lo que veo. He leído el periódico y me ha costado encontrar palabras que hablasen de lo sucedido. Sí, hablan de Cuba, de los malditos americanos, de lo malos y rastreros que han sido. Del Maine. Pero de nosotros solo he descubierto una nota breve, en una esquina. Creo que saben poco de aquello, supongo que las comunicaciones son malas. Eso ha sido lo peor. Eso, bueno, y la falta de todo, de balas, cañones, trajes (¿hace cuánto no me cambio de uniforme?) Ni sé cómo esto aguanta, el pobre.
En fin, que solo he visto noticias sobre la boda de este y aquella, y tal y cual. Ah, y varios escándalos de corrupción, que parece que están a la orden del día. Creo que muchos no saben ni que ha habido una guerra. Ni siquiera que hemos estado luchando en Baler hasta bastante después de que los políticos decidieran darla por perdida…miserables. Maldito gobierno. Además, todavía no me han pagado mi soldada. Espero recibirla pronto, si no…hombre, es que si no, me muero de hambre. He vuelto al campo, sí, pero tengo que comer algo mientras tanto, ¿no? Hace ya ocho meses de mi regreso pero todavía nada, sin respuesta. Menos mal que mis padres…
Creo que al médico de la compañía sí le han condecorado con dos cruces. El resto somos de rancio abolengo, vaya. Más pobres que Carracuca, para que nos entendamos. Siempre igual. Está bien que se comportó como un verdadero héroe. Pero, ¿y el resto? Ser pobre siempre fue un lastre, una incomodidad al resto de los mortales. Sí, pero bien que se nos requirió en la batalla…
Es que no me lo creo todavía. ¿Para qué he luchado? ¿Por quién lo hice? Tanta sangre derramada, tanto esfuerzo, tantos amigos atravesados por las balas…tanto. Estamos en crisis, es verdad, pero creo que no se ha hecho mucho por salir de ella. Vamos, pienso yo en mi ignorancia. Tanto llenarse la boca de esta palabra y mucho criticar, pero en el momento de la verdad…yo no veo cambios. Si, de gobierno y de políticos, esos no paran últimamente. Se quedan tan panchos echándose las culpas unos a otros. Han dimitido no sé el número desde que llegué a Barcelona. Y seguirán, seguro. Pero esto se tiene que acabar, ¿no? Supongo que en el futuro sabrán solucionar estos problemas antes. No me imagino de este modo en cincuenta años. Ya no habrá país. Seguro que habremos aprendido. Pero yo necesito comer hoy…
Me acaban de echar de un bar por no tener un chavo. Y por las pintas. Todavía no me he recuperado. Cuando venda la cosecha podré darme algún capricho. Y cuando cobre lo que me deben, si es que llega ese día.
Ale, a leer el periódico que se le cayó a alguien. Aunque esté arrugado y manchado a mí me vale. Mira, anda, otra que se casa…

Año 1900.


Nota del autor: En 1945 se estrenó la película propagandística “Los últimos de Filipinas”, declarada Documento de Interés Nacional, y solo quedaban 8 supervivientes del Sitio de Baler. El protagonista de esta historia, al tener a varios de sus hijos en el bando Republicano, no fue invitado a su estreno.

¿Cambió algo la historia?

jueves, 3 de octubre de 2013

La princesa encallada (de Rafael Homar)


La princesa encallada

En la almena la princesa ha quedado encallada subiendo las escaleras. Por una imperfección en las paredes de la torre se estrecha el paso formando un embudo, donde la princesa, que a duras penas podía pasar por los tramos más anchos, ha quedado atascada. ¿Qué estaría haciendo la princesa en lo alto de la torre? ¿A qué se debió tanto empeño por pasar por donde no cabía? Empujó lo más que pudo para seguir adelante quedando tan encajada que no había forma humana de conseguir liberarla, cosa que se intentó de diferentes formas. Como primera tentativa, subiendo a lo alto de la torre con una escalera, entraron por el ventanuco tres fornidos guerreros, que para hacerla retroceder soportaron estoicos los arañazos y mordiscos de la princesa, empujando sin efecto durante un buen rato. Uno de ellos, al que la princesa había desgraciado la cara y arrancado un trozo de oreja de un mordisco, afirmó: Si no se está quieta no hay nada que hacer. Es una idea, contestó el venerable Sir Pardalio, Duque de Pimienten, anciano asesor del Rey, manifestando con una mueca su profunda preocupación.
La alarma por su desaparición se dio cuando, al ser la hora del bocadillo, el personal de cocina se extrañó de no haberla visto por allí y mandaron recado de comunicarle que el almuerzo estaba servido. Es verdad que poco antes se había comido, de aperitivo y sin utilizar cubiertos, un chuletón de buey, pero no dejaba de ser sospechoso que desatendiera el generoso emparedado de pollo trufado con salsa de nueces que le esperaba. ¿Era sensato pensar que después de semejante aperitivo se le antojara subir los más de trescientos escalones de la torre?
Como segunda tentativa decidió Sir Pardalio que se probase estirando por los pies, y considerando que se requería de una notable fuerza y cierta delicadeza, no encontró mejor opción que él mismo para tal menester, cosa que causó cierto estupor entre la guardia real. Ni en sus tiempos mozos pudiera haberse pensado de Sir Pardalio que destacara ni medianamente por su fuerza, y semejante arrebato se debía principalmente a sus cada vez más corrientes desvaríos seniles. Con notable determinación emprendió camino a la torre seguido por cinco caballeros de la guardia real, que no dejaron de aplaudir y jalear su empeño. Sin apenas resuello y apoyándose por las paredes para no caer, estaba finalmente el noble anciano en lo alto de la torre arrepintiéndose de la decisión tomada, pero aún así quiso probar de coger el tobillo de la princesa, por si tal vez con un mínimo esfuerzo se solucionaba el problema. No se esperaba, al levantar la falda, la violenta reacción de la princesa, que de una formidable patada mandó al venerable Sir Pardalio, Duque de Pimienten, escaleras abajo más de la mitad del trayecto, y no vuelve a aparecer por este cuento. Sobrevivió, aunque arrastró el resto de su vida los efectos del batacazo, no pudiendo girar el cuello ni un milímetro, condicionado a mirar siempre hacia su lado derecho. Antes de perder la conciencia mandó tener precaución a los guardias de palacio, no se fuera a repetir semejante percance.
—No ha sido esta sino una demostración que debéis tener como ejemplo para no incurrir en mi poco tacto con una dama.
Los más bravos guerreros del reino hacían cola con sus armaduras viendo pasar a los abatidos compañeros que antes lo habían intentado, muchos de ellos duramente castigados y en estado cercano a la inconsciencia, arrastrándose por el suelo o agarrándose por las paredes. Otros eran sacados en brazos gravemente heridos y ensangrentados. Finalmente, por puro agotamiento de la princesa, un fornido capataz de las mazmorras consiguió agarrarle el tobillo, y cierta alegría reinó entre la soldadesca antes de ver que los furibundos esfuerzos del capataz, estirando de la pierna, simplemente conseguían tornar su faz colorada y humeante. Su rostro era pura lava incandescente y sus ojos estaban a punto de estallar cuando en su ayuda se sumó un guardia real y entre los dos pusieron en alto los pies de la princesa y comenzaron a estirar, siendo reemplazados después por guerreros de refresco, iniciando así una secuencia que duró toda la noche.
En lo alto de la almena había quedado de guardia un monaguillo que con un candil en las manos y agazapado en un rincón a duras penas escapaba a los golpes que la princesa daba en todos lados, enajenada por la rabia y el dolor, gritando improperios y blasfemias tales que el diablo mismo consideraría sacrílegos. Maldiciones escatológicas para todos los santos e insultos vejatorios a la cúpula eclesiástica, sin dejar de mentar a Cristo y la Virgen, salían por su boca junto a escupitajos, bramidos y espuma. Estiraban con brío los de abajo sin ningún resultado hasta que subieron una burra para probar si atándola con una cuerda a los tobillos de la princesa conseguían por fin desencajarla.
Fue duramente azotada la burra sin que con esto se consiguiera mas que llevar al límite las quejas e improperios de la desafortunada princesa, para espanto y consternación del monaguillo, que estaba a punto de poner un huevo. Descartando finalmente este procedimiento subió el Rey a la almena para hablar con su hija.
—Hija mía, ¿cómo es que ahora te encuentras en semejante trance? ¿Qué has venido hacer a lo alto de esta torre? —preguntó el rey con voz temblorosa y ánimo conturbado—. ¿Acaso dentro de ti creció el deseo de soledad? ¿Soy yo el culpable de que no fueras lo más feliz posible?
—Sí—mintió la princesa, que no quiso reconocer que subió a lo alto de la torre en pos de una gaviota que, en un descuido, le había robado el hueso del chuletón, al que quedaba más bien poca carne.
Quiso la princesa aprovechar la coyuntura para culpar de su situación a los guardias de palacio, que, en su opinión, no la hacían suficiente caso. Quería disipar la ociosidad palaciega jugando en los jardines y gustaba de encontrar quien se sometiera a sus antojos. Pretendía ella que la llevaran a caballito por todos lados, no accediendo a ningún descanso hasta ver bajo su cuerpo una persona desfallecida por el cansancio y martirizada a golpes. A más de uno dejó calvo en la consecución de este trance. Columpiarla era en extremo peligroso y su rudeza e inclinación natural al escarmiento hacía de cualquier juego un riesgo para la salud.
—Padre querido, esta mañana quería pasear un poco en los jardines y encontrar quien me acompañase, pero todos parecían esconderse de mí y desolada vine a refugiarme a lo alto de la almena, pensando en suicidarme.
—Suerte los dioses han querido impedir tal desenlace. Preocupémonos ahora de sacarte de aquí que ya hablaremos entonces de tu futuro, pues pronto ha de ser momento de que te encontremos un pretendiente.
Se ruborizó con visible alborozo la princesa al oír aquellas palabras y dejó caer un leve babeo, tal cual le suele pasar al tener un filete en frente.
—He consultado con Mierdín, el mago, y ya está preparando un brebaje depurativo que te liberará de esta prisión como por arte de magia, pero hasta entonces no puedes comer nada.
Esto no preocupó mucho a la princesa que en el escote aún le quedaban tres muslos de pollo y un trozo de queso y una sobrasada en los bolsillos de su corsé.
A la mañana siguiente entró Mierdín, el mago, por el ventanuco de la almena exhibiendo un vistoso atuendo y un cucurucho de considerable altura en la cabeza. Con gran prosopopeya y misterio pronunció unas palabras mientras se dirigía a la princesa con el brebaje en las manos. Alzando la copa parecía en trance, sumido en una mística conexión con el más allá. La princesa le observaba con extrañeza hasta que llegó a sus narices el nauseabundo hedor de la pócima y pudo observar el color amarillento de una sustancia granulosa de aspecto poco apetecible, momento en que agarró con el brazo al mago por el cuello y apretándolo hacia el pavimento consiguió tal torsión de la columna que no le quedaba más remedio al pobre mago que abrir el gaznate, por donde la princesa vertió el repulsivo líquido. Tenía la propiedad el brebaje de inhibir posteriores ingestas provocando nauseas, flojera y ardor en la garganta. Para hacer más llevaderos, e incluso agradables, estos efectos, la pócima incluía jugo de piel de sapo y vejiga de serpiente, entre otros elementos usuales en las pócimas de los magos.
Consiguió salir de la almena el mago por su propio pie y alcanzar el suelo tras una odisea que duró toda la mañana. Entre espasmos y convulsiones regurgitó la sopa mientras daba vueltas sobre sí mismo en el interior de la almena. No había pensado, ni mucho menos, darle de beber el jarro entero a la princesa, sabiendo que con un sorbo hubiera sido suficiente. A la tropa se le juntó gran parte del populacho que atónitos miraban cómo Mierdín, el mago, subía o bajaba la escalera sin ningún sentido y todo el tiempo intentaba ponerse boca abajo, manteniendo en vilo a la gente ante una inminente caída.
Llegaron a oídos del Rey noticias de sus diversas indisposiciones y se apresuró a visitarle en sus aposentos, sorprendiéndose al ver su rostro demacrado y horrorizándose al oír las barbaridades que llegó a decir de su hija, a la que puso de verraca para abajo. Añadió, en tono colérico, y sin eludir epítetos malsonantes relacionados con el ganado, que tan solo con un ayuno estricto podrían liberar a la princesa de su trampa.
La clarividencia del gran mago se puso de manifiesto y a los dos días de ayuno la princesa fue encontrada dormida en la despensa abrazando un jamón.


Fin


Rafael Homar
http://literaturalimbica.blogspot.com.es/

jueves, 26 de septiembre de 2013

El encanto del cuervo- de María Martínez (fragmento)

María Martínez es una joven con una energía que se transmite en sus escritos.
Su fuerza y claridad se entrecruza con los temas juveniles y de corte "oscuro" tan en boga actualmente. Pero eso, en lugar de ser un lastre, le confiere aún más mérito a lo que escribe, ya que su fluida manera de escribir capta muy pronto la atención, y te embelesa...
Aconsejo a cualquiera (repito, cualquiera), ya te atraiga o no el tema que toca, leer algo de esta estupenda escritora a la que auguro un buen futuro.


El Encanto del Cuervo (fragmento)


LOSTWICK, MAINE, NOVIEMBRE DE 1995


David sabía que iba a morir, esa era la única cosa de la que estaba seguro mientras lo arrastraban sobre el barro hacia el interior del bosque. Sería una muerte lenta y dolorosa, cruel, porque no estaba dispuesto a darles lo que habían venido a buscar. La llave jamás caería en manos de La Hermandad, esa sombra oscura que acechaba a su linaje desde hacía siglos y que, al fin, había dado con él.
Lo que nunca habría imaginado era quién estaba al mando de esos traidores tras el robo del grimorio oculto durante más de trescientos años en los archivos secretos de la Santa Sede, solo unos días después de ese extraño incidente en Atlanta, cuando decenas de cuervos habían tomado la ciudad bajo una luna llena teñida de sangre. La misma luna ensangrentada que coronaba el cielo la noche en que nació su hijo... y también ella.
Los augurios volvía a repetirse cuatrocientos años después, pero esta vez anunciaban vida, y no muerte. Había pasado y no sabía cómo, pero en alguna parte esa niña estaba viva, y él no había podido cumplir con su deber. La única esperanza para proteger la llave y evitar que el grimorio fuera abierto recaía ahora en su hijo, tan solo un bebé y el nuevo Guardián. Cerró los ojos con un doloroso nudo en la garganta. Apenas había tenido tiempo de ponerlo a salvo junto a su madre. A ella le había entregado el diario y la carta; también el cuchillo y el péndulo.
Vivian era el amor de su vida, y una mujer fuerte que se ocuparía de que el chico, en cuanto fuera lo suficientemente fuerte, supiera la verdad y asumiera su legado. Por ese motivo estaba tranquilo y no temía la muerte; ellos estarían bien sin él, protegidos por La Comunidad, aunque no soportaba la idea de abandonarlos, y menos de ese modo.
Los pies se le hundían en el barro, impidiéndole avanzar al ritmo que ellos marcaban. Estaba seguro de que tenía alguna costilla rota, porque el dolor y la presión que sentía en el pecho, amenazaban con hacerle perder el sentido. Notaba la sangre caliente resbalando por la mejilla desde la ceja. Se lamió el labio inferior –también se lo habían partido–, escupió un trozo de diente y alzó la vista para contemplar a Mason, que abría la marcha con paso seguro y la cabeza erguida bajo la capucha de su capa.
De repente se detuvieron. David miró a su alrededor, estaba en medio de un pequeño claro de hierba rodeado de árboles, apenas si podía ver nada en medio de aquella oscuridad. Los hombres que lo mantenían preso lo soltaron y se retiraron sin quitarle los ojos de encima. Él los estudió y midió las posibilidades que tenía de salir de allí. Quizá, si no estuviera tan débil, podría con todos ellos. ¡Podía intentarlo y no rendirse, solo necesitaba una oportunidad!
Un círculo de fuego rodeó a David sin que le diera tiempo a mover un dedo. Las llamas sobrenaturales se alzaron hasta su cintura; notaba el intenso calor en la piel, a través de la ropa húmeda.
—Lo intentaré una vez más —dijo Mason con voz sibilina—. Dame la llave y dime dónde está la bruja. Sé que sabes dónde se encuentra.
David contempló con asco el colgante que pendía de su cuello: una estrella de cinco puntas con un ojo en su interior, el sello de La Hermandad.
—Yo no tengo esa llave, y aunque la tuviera, no serviría de nada. Si de verdad conoces hasta el último detalle de esa historia, sabes que nadie puede leer el libro. Solo un descendiente de la bruja puede hacerlo, y ese linaje ya no existe.
—Existe, lo sé, rastreé su sangre.
—No te creo, para eso habrías necesitado…
—¿La sangre de Moira? —replicó Mason adoptando una expresión inocente—. ¿Sabías que en esa iglesia donde la quemaron guardaron sus ropas como trofeo? Sí, en una cripta bajo el altar. Fue sencillo conseguirlas, aunque en aquel momento no encontré nada. Supuse que tu familia había conseguido borrar ese linaje de la faz de la tierra. —Una sonrisa de regocijo curvó sus labios¬—. Pero hace unas semanas ese suceso en Atlanta me dio qué pensar… volví a intentarlo y… ¡los cristales estallaron! ¿Te haces una idea del poder de esa criatura? ¡Si no supiera que es imposible, creería que es ella que ha regresado de entre los muertos! Dime, ¿es allí adonde ibas, a Atlanta? He visto que tenías hecho el equipaje.
—De hecho acababa de regresar —indicó David con suficiencia—. Ni la madre ni la niña están vivas. Yo me he encargado de que así sea.
—¿Sabes, David? Algo dentro de mí siempre te envidió, la devoción de mis hermanos por ti, tu poder… psss. Durante años te observé en secreto, intentando descubrir qué era eso que te hacía tan especial, y aprendí a conocerte, por eso sé cuando mientes. ¡Aunque fue toda una sorpresa descubrir que eras el Guardián; eso no lo esperaba! —Un brillo iracundo iluminó sus ojos—. ¿Dónde está la llave y dónde está la niña? —preguntó con impaciencia, y las llamas cobraron virulencia.
—No me dan miedo tus trucos, ni me da miedo morir.
—Puede que si ves morir a otros, cambies de opinión —dijo Mason en tono malicioso.
Alzó los brazos y del círculo surgieron trazadas de fuego que poco a poco dibujaron una estrella de cinco puntas. Cada una de aquellas puntas terminaba a los pies de un árbol. Entonces David pudo verlos, un cuerpo atado a un tronco en cada punto, amordazados.
—¡Maldita sea, Mason, suéltalos! —rugió al reconocer a sus amigos.
—¿Con lo que me ha costado decidir a quiénes invitaba? No. Dame lo que quiero y serán libres.
—No puedo —respondió con voz suplicante.
—Bien, no me dejas elección.
—¡No…! —gritó David al ver como Vincent Sharp era rodeado por las llamas y comenzaba a arder.
—¡Habla, o sus muertes serán culpa tuya! —gruñó Mason apuntando con el dedo al próximo.
—¡Jamás te lo diré!
El siguiente en morir fue Jensen Dupree; tras él su esposa Amber; el siguiente en caer fue Ned Devereux. Y en ningún momento David dio muestras de ceder. Sus ojos contemplaban con un dolor insoportable los restos calcinados de sus amigos. Todos estaban muertos por su culpa y jamás podría perdonarse por ello. Pero la llave valía esas vidas y muchas más. Miró al último que quedaba atado, pidiéndole perdón en silencio.
—¿Y ese grimorio vale la vida de Isaac? ¿Vas a asesinar a tu hermano? —musitó.
Por un momento la expresión de Mason cambió, y lanzó una fugaz mirada al hombre atado al árbol. De inmediato se recompuso, frío y calculador, insensible.
—Bueno, había pensado en Aaron, es tu mejor amigo; pero no tengo ni idea de dónde está. Cada vez que aparece una pista sobre esa mujercita suya, sale corriendo.
—Eres un monstruo, estás perdiendo la razón por un poder que no te pertenece, que te supera más de lo que puedes imaginar. ¡Tú no eres digno de él! —le espetó David.
Aquellas palabras parecieron hacer mella en Mason.
—¡Habla o te juro que suplicarás que te mate! —gritó al borde de la histeria.
Por un instante la barrera se debilitó, David lo sintió y aprovechó para saltar por encima de las llamas a la vez que atacaba a Mason. Este salió despedido por el aire, golpeándose la cabeza contra un árbol. David no dudó, corrió hacia Isaac, defendiéndose a duras penas de los ataques de los brujos. Le quitó la mordaza.
—No puedo moverme. Las cuerdas… las cuerdas contienen hierro —gritó Isaac.
David cerró los ojos e inhaló profundamente mientras las cuerdas se deshacían bajo su contacto. Isaac quedó libre.
—Si salimos de esta, espero que me cuentes quién demonios eres —le espetó a David. Él no contestó, pero su mirada esquiva dejó a las claras que no iba a hacerlo.
Juntos pelearon por sus vidas. David logró deshacerse de los brujos que seguían a Mason, pero no a tiempo de evitar que este asesinara a su hermano de la peor forma, congelándolo de dentro hacia fuera; una escarcha roja brotaba a través de su piel.
Se lanzó contra él y lo apartó de un empujón, pero ya era tarde y el cuerpo de Isaac cayó al suelo haciéndose añicos.
—¡Irás al infierno por sus muertes! —bramó David. Lo tomó por el cuello y lo aplastó contra un árbol. Comenzó a estrangularlo—. Me dejaría arrancar la piel a tiras antes que permitir que alguien como tú ponga sus manos en esa llave. —Respiró profunda y repetidamente, decidido a no perder la consciencia. Sintió un golpe seco en el costado y cómo algo húmedo se deslizaba por su cadera empapando su ropa.
—Me parece que lo que tú harías o no… ya no importa… espero que tu hijo no piense como tú —susurró Mason con la voz entrecortada por el agarre. Una sonrisa siniestra se dibujó en sus labios—. Soy paciente, esperaré a que crezca y herede tu legado; mientras, encontraré a la niña.
—Si yo muero, mi hijo jamás sabrá nada, me llevaré el secreto a la tumba —dijo entre dientes, sujetando la muñeca de Mason para que no volviera a apuñalarlo. Se la retorció hasta que consiguió que soltara el puñal, aplastándolo con su cuerpo.
—Seguro que tienes un plan B, jamás dejarías que la llave cayera en el olvido.
David, transido de dolor, le sostuvo la mirada encolerizado. Sentía la sangre resbalando por su pierna hasta el pie, acumulándose dentro de su bota. El miedo y la rabia le dieron fuerzas, un destello iluminó su mano hasta convertirla en pura luz. Con la otra le arrancó el colgante del cuello.
—Lo tengo —musitó David, inclinándose hacia atrás—. ¡Nos vemos en el infierno! —dijo mientras golpeaba a Mason en el pecho con la mano incandescente. Entonces, ambos cuerpos se desplomaron.
David abrió los ojos preguntándose cuánto tiempo habría pasado inconsciente, y se encontró con un rostro borroso sobre él. Trató de enfocar la vista y, poco a poco, distinguió las facciones de Aaron Blackwell, arrodillado a su lado.
—¿Y Mason? —susurró David.
—Muerto, como todos los demás —respondió Aaron horrorizado—. ¿Qué ha pasado aquí?
—Ha sido culpa mía —respondió muy despacio. Abrió la mano y el colgante quedó a la vista. Aaron miró la joya sin dar crédito. Después recorrió con la vista el entorno, completamente espantado. Se puso en pie—. Yo dejé que les hicieran eso…
Una sensación de vértigo se apoderó de David, iba a perder la consciencia de nuevo, quizá para siempre. Vio la expresión de su amigo, cómo miraba el medallón de su mano y luego a él. Se dio cuenta de lo que estaba pasando, estaba malinterpretando los hechos. Aaron intentó alejarse con el rostro desencajado, pero David consiguió mover una mano y sujetarlo por el pantalón. No tenía tiempo de explicarle nada, y si las cosas iban a quedar así, antes necesitaba pedirle algo.
—Quiero juicio… y sentencia —tartamudeó. Sentía un frío glacial en los huesos. Aaron negó—. Me estoy muriendo… si no recibo mi castigo… lo hará mi familia, ellos no saben nada. —Apretó los dientes, pensando en su hijo y en el destino—. Conoces nuestras leyes… ¡Por favor!
—¿Por qué, David? Creí que te conocía.
—Me co… noces. Por fa… vor —suplicó, ya no veía nada, ni sentía dolor, sólo un frío insoportable.
Aaron dudó, al final asintió con determinación.
—Por el poder que me concedieron los Antiguos, te acuso de la muerte de Vincent Sharp, Ned Devereux, Jensen y Amber Dupree y… —Tragó el nudo que tenía en la garganta— Mason e Isaac Blackwell. Tu castigo es la muerte.

María Martínez
www.mariamartinez.net

domingo, 15 de septiembre de 2013

Un romano, un viaje...y Bárcenas




El cuerpo se hallaba a las puertas de la cueva. El soldado romano se alejó de la cohorte, abajo en el valle. Su odiada misión de vigilancia parecía que no iba a ser aburrida ese día. Miró las extrañas vestiduras antes de acercarse con su afilada hasta. Nunca antes había visto estas ropas. Lo íberos no vestían así que él supiese…o lo mismo los habitantes del lugar al que se aproximaban sí…
El cuerpo se hallaba quemado en su mayor parte, y a su lado descansaba un zurrón también especial. Todo era raro y curioso en los restos de aquel hombre.
Entonces lo vio. Atisbó un artefacto que brillaba todavía agarrado entre los dedos del fallecido. Una luz intermitente, azulada. Dudó una vez más, pues el campamento iniciaría su andadura en no mucho tiempo. Dudó si comunicar el encuentro antes o acercarse e indagar. ¿Qué podía pasar? Estaba muerto, ¿no? Y bien quemado, además.
Arrimó su hasta hacia el cadáver, y lo tocó asegurándose de que no había ningún signo de vida. Le separó los chamuscados dedos y tomó el objeto, que empezó a brillar más rápidamente, pero no lo soltó. Abrió la palma aunque alejó su propia mano. Desprendía un agradable calor y el color comenzó a cambiar hasta tornarse amarillo intenso. Entonces sintió miedo y giró la cara hacia sus lejanos compañeros, allá abajo.
Fue a gritar pero no le dio tiempo. Algo le impulsó hacia la cueva y desapareció al instante.

Comienzos del XXI. Año 2008

—El Viaje fue un fracaso, señor— comunicó el científico a su superior— Jaime debió de morir abrasado en algún instante del pasado. Perdimos el contacto en cuanto se convirtió en una bola de fuego. Calculamos mal la subida de calor y la trayectoria. Debemos tener en cuenta, además, la proximidad de aviones en las cercanías de esta instalación. Al “emitir” al sujeto al pasado se produce en verdad un lanzamiento inicial, como si fuese una catapulta, aunque sea invisible. Supongo que la estela de aquel avión comercial fue lo que provocó los fallos en la transmisión y en las ondas electromagnéticas, y que consecuentemente ardiese.
—Bien, Rodríguez, entiendo de qué me habla. Y creo que tenemos un problema. Le voy a decir una cosa: cabe la remota posibilidad de que Jaime no muriese ya que, si bien comprendí, se intentó traer de vuelta al viajero y no lo lograron. O, al menos, así lo pensábamos.

Le mostró entonces la portada del periódico del día. Un accidente de avión originado por la explosión en una de sus alas había provocado la muerte de todos sus ocupantes. Se trataba del Jet privado del tesorero del gobierno que se dirigía hacia Suiza: su nombre, Luis Bárcenas.

—Señor, si eso es lo que creo que es, hemos cambiado el futuro…

domingo, 8 de septiembre de 2013

La caricia de Tánatos- fragmento de la novela de María José Moreno



Primero fue el bestseller "Bajo los tilos" y su tremendo éxito en formato digital. Ahora llega "La caricia de Tánatos", una nueva novela de suspense que va por el mismo buen camino que la anterior. ¿Qué tendrá esta María José Moreno que ha llegado a Amazon para quedarse? Aquí tienes una pequeña muestra:

La caricia de Tánatos (fragmento)

"Por un instante me deja sin palabras. Me toca en un punto doloroso de mi existencia ¿Cómo sabe lo de mi madre? ¿Con quién ha contactado? ¿Qué pretende? ¿Por qué precisamente me nombra a mi madre? Presiento que el conflicto que carcome su interior tiene relación con su madre. Por eso dice que nos parecemos. Casi sin tiempo de pensar, dejo a un lado los interrogantes y desvío el juego con el que me amenaza devolviéndole la pregunta, sin presagiar la repercusión que tendría y hacia dónde nos llevaría.
⎯Y a ti, ¿te quiso tu madre?
No esperaba esa pregunta, toda vez que él me había dicho en una sesión que su madre había muerto al nacer, que fue criado por su abuela y su tía. La primera vez que me habló de ello, intuí que sus palabras encerraban algo más. Ahora que sé quién es, no lo dudo. Seguro que entre todas las patrañas habría alguna verdad. Tengo que jugar fuerte. Es el momento de seguir acosándolo y demostrarle que yo no estoy aquí para su diversión.
⎯¿Por qué me mentiste? Ella no murió cuando naciste ⎯afirmo.
⎯¿Qué dices? No sabes nada.
Da un fuerte golpe con la mano en la mesa para atemorizarme.
⎯Tu madre te maltrató.
⎯Eso es mentira. Mi madre me adoraba.
⎯Odias a las mujeres, las maltratas. Te crees impune, pero te he descubierto, Javier, o debería llamarte Marcos… ⎯le digo refugiada tras una máscara de tranquilidad. El odio de su mirada no me hace vacilar. Estoy decidida a terminar con aquello. Envalentonada me dispongo a hundirlo, a mostrarle que no todas las mujeres son marionetas en sus manos. ⎯Eres un asesino. Le descoloca mi acusación y, antes de que pueda rebatirme, continúo argumentando.
⎯Un asesino moral que destruye la personalidad de sus víctimas hasta el punto de hacerlas sentir como una mierda. Disfrutas con tus vilezas, te suministran la fuerza para seguir actuando de esa manera. Quieres vengarte en ellas de lo que te hizo tu madre, y eso nunca va a parar a menos que lo reconozcas…
⎯¿Reconocer…? ¿Reconocer que la muy puta me manejaba a su antojo? ¿Reconocer que era un juguete con el que se satisfacía cuando le venía en gana para luego dejarme tirado por un hombre? ¿Crees que no lo sé? Y eso de qué me sirve si sois todas unas zorras. Marina era débil, ¿te enteras? Una blandengue confiada, sin espíritu ninguno. Solo hizo lo que tenía que hacer.
⎯¿Hizo o le hiciste? ⎯le arrojo a la cara.
⎯Qué más da.
Tras aquella respuesta emitida con una mezcla de asco y despreocupación, me sorprende con una extemporánea carcajada. ⎯¡Basta! Deja de jugar conmigo. Te he calado, sé quién eres, un mentiroso, un desaprensivo, un torturador, un estafador, un psicópata…
⎯Ja, ja, ja… ¿Crees que me has descubierto? Ni imaginas de lo que soy capaz. No temo a nada ni a nadie, y menos a una charlatana de feria como tú.
Me levanto y voy hasta la puerta. La abro, de esa manera me siento más segura, no se atreverá a hacerme daño estando a la vista del público.
⎯¡Márchate! No voy a consentir la falta de respeto y menos que me amenaces. No quiero verte más por aquí.
⎯La partida queda aplazada, has ganado en tu terreno, llegará el día en que nos volvamos a encontrar. Te juro que ese día no habrá paz para ti ⎯dice con hiriente frialdad saliendo del despacho.
Las piernas no me responden. Temblando, me dejo caer en el sillón. Cuando Marta entra, me pilla llorando de rabia, de indignación, por que el muy cabrón hubiera dicho la última palabra, de miedo ante la amenaza explícita que había vertido, que no dudo que intentará llevar a cabo".


La caricia de Tánatos- María José moreno



Puedes encontrar la novela en formato digital en http://www.amazon.es/LA-CARICIA-DE-T%C3%81NATOS-ebook/dp/B00CQ1IYC2 y en La Casa del Libro http://www.casadellibro.com/ebook-la-caricia-de-tanatos-ebook/9788493880927/2119111

lunes, 19 de agosto de 2013

Promoción GRATIS de "La leyenda del bosque que nunca existió" ¡Solo hasta el 31 de agosto!

¿Quieres obtener "La leyenda del bosque que nunca existió" TOTALMENTE gratis (en formato epub, mobi o incluso pdf)?

Si es así solo tienes que responder correctamente a las siguientes preguntas, atento:

1ª- ¿Cuál fue la génesis de “La leyenda del bosque que nunca existió”?

2ª- ¿Cuál es el nombre de uno de los protagonistas del libro?

3ª- ¿En qué época se encuentra situada la historia? (escoge de las opciones de abajo)

-Entre los siglos I y II a. C
- Entre los siglos I y II d.C
-Entre los siglos IV y IV d.C
-Entre los siglos II y III d.C

¿Fácil, no?
Las respuestas debéis enviarlas al correo electrónico laleyendadelbosque@gmail.com , desde donde se os contestará lo más brevemente posible si habéis acertado o no.

En caso de contestar a las TRES cuestiones de forma correcta, se os dirá, aunque no se os facilitará la novela hasta el momento de concluir la oferta, que será el día 31 DE AGOSTO DEL 2013


Ojo: ¡HASTA EL DÍA 31 DE AGOSTO!


Ayuda: Las respuestas se encuentran en esta misma página y sus publicaciones, así como en https://www.facebook.com/pages/La-leyenda-del-bosque-que-nunca-existi%C3%B3/520418914677840 , en "Paginatrece" o en cualquiera de los blogs que han reseñado la novela.

¡Suerte!

viernes, 9 de agosto de 2013

Tengo hambre- de Rafael Homar

Un relato con algo de mala leche y humor negro del genial Rafael Homar.
Ojito, mejor leedlo en horas de no comer...


Tengo hambre



—Papá, tengo hambre.
—Callate un poco que ahora vendrá tu madre con la comida.
—Pero papá, es que tengo mucha hambre.
—Yo también, y no estoy dando la murga todo el tiempo.
Unos atronadores ruidos intestinales quebraron el momentáneo silencio y se despertó el bebé famélico que metido en una bolsa del supermercado asomaba la cabeza colgado del pomo de la puerta. Su llanto, extremo, más desquiciado que una risa majareta, resonaba en la habitación como una legión de lactantes, y no tenía nada que envidiar a la sirena de una ambulancia. El berrido cacofónico produjo en el padre un súbito mareo, algo así como si estuvieran dando las doce con la cabeza metida dentro de la campana; le taladraba el cerebro igual que la liebre escarba en la tierra. Bizqueando los ojos dijo:
—Ya has vuelto a despertar a tu hermano. Me cago en la leche.
—Lo siento mucho papá, pero es que tengo mucha hambre.
Verdaderamente el niño tenía mucha hambre. Hacía ya días que se habían comido al gato y desde entonces apenas se alimentaban de los hierbajos que crecían al borde de la carretera, los cuales devoraban con la resignación propia de una cabra. Su madre había dicho tenerles preparada una sorpresa y Pepito, que así se llamaba el niño, estuvo un buen rato llorando por la emoción, relamiéndose las babas que le chorreaban de la boca como una cascada mientras soñaba con pegar un mordisco a un filete. Sentado a la mesa el ansia se apoderó de él, acentuando, si más se puede, los síntomas de la severa desnutrición evidente en su cara y su cuerpo. El pobre niño estaba chupado, sucio y desarrapado; tenía los ojos hinchados y amoratados; sus pómulos eran puro hueso y sufría de calvicie infantil, debido a una dieta pobre en potasio.
Finalmente llegó la madre con la comida y puso en el centro de la mesa, ante la expectante mirada de la familia, una cacerola humeante que despedía una peste insoportable. Pepito quedó patitieso y se puso blanco debido al hedor.
Al remover con el cazo aparecieron flotando dos lagartos. Por el cocido andaban también algunos trozos de un tubérculo desconocido, la quijada del difunto gato y un hueso de pollo, muy poco suculento, que la madre le había podido quitar al perro del vecino tras darle una fenomenal patada.
—No hace falta que me digáis que estos putos lagartos están un poco duros. Los muy jodidos. Hala, a comer.
La peste bubónica se hacía mas evidente al tener el plato delante de las narices, y tal si hubiera inhalado gas mostaza Pepito tuvo un ataque de náuseas y prorrumpió en una profusión de arcadas espantosas antes de quedar traspuesto sentado en la silla. El padre, para dar ejemplo, sorbió con la cuchara el repulsivo liquido de aspecto fecal que en su camino al estómago fue provocando diversas reacciones de rechazo, que se manifestaron en su cara con una secuencia de gesticulaciones de horror.
En ese momento un palomo aterrizó en el alféizar de la ventana. Atónito se quedó el padre un momento antes de reaccionar y emprender una furibunda carrera por la sala con intención de cazar al pájaro, el cual, ante semejante escena huyó despavorido; pero el padre saltó por la ventana con tal afán que le permitió enganchar al palomo, cayendo los dos hacia el suelo en mortal pirueta desde una altura de más de veinte metros.
El muerto viviente se convulsionaba en el suelo con espasmos inconexos regurgitando borbotones de sangre a su alrededor cuando su familia llegó a su lado. Ambos se acercaron muy lentamente llorando desconsolados arrastrándose por el suelo. ¡Papaito! ¡Papaito!, gritaba el niño llorando a moco tendido. El padre, que mantenía aún agarrado al pájaro, al tener a su mujer cerca, estiró los brazos para dárselo, y con su último aliento dijo:
—María, por favor, dale de comer al niño.



Rafael Homar
http://rafaelhomar.blogspot.com.es/

jueves, 25 de julio de 2013

Frases de la novela "La leyenda del bosque que nunca existió"

¿Queréis saber más sobre la novela revelación en formato digital? ¿Quieres saber algo más de "La leyenda del bosque que nunca existió", Top 100 desde el primer día en www.amazon.es ?

Aquí tienes diez frases para ello:


““Permanecieron mirándose inalterables, mientras el silencio del lugar los cautivaba. Entonces aconteció algo que solo lo vivió Dédalo. Duró un instante, aunque para su mente no fue tal: las plantas comenzaron a crecer a su alrededor, de un modo rapidísimo, y en breve se encontraron rodeados de un espeso bosque que los envolvía con su verde manto. No se atisbaba el sol y los pájaros revoloteaban sobre ellos.
—Eres mago —afirmó ella al fin, rompiendo el hechizo. Todo desapareció tal y como había llegado.””

“”Pronto notó que algo le tocaba y cerró los ojos. Los pelillos de la nuca se le erizaron. Un brazo arrugado y con la piel a tiras se posó en su hombro. Y después otro en la espalda, y otro más. Una gran cantidad de extremidades infrahumanas comenzó a agarrarle entre lamentos y quejidos de ultratumba. Ahora sentía el frío tacto de la muerte.””

“”El burro se giró y le lanzó una coz en un brazo que lo hizo voltear y a punto estuvo de nuevo de caer al vacío.
—Animal de bellota… —Se repuso el hombretón ayudado por su compañero, quien logró agarrar por fin a la bestia—. Yo era luchador en mis tiempos, te vas a enterar ahora. —Y le arreó un puñetazo en el morro que lo dejó tendido en el suelo, inconsciente, tal era su fuerza.””



““Comenzó evocando un día, ya lejano, cuando una parte de los cimientos de la nueva construcción del noble cedió, aplastando a unos pobres trabajadores que, según el médico de Egirno, “sanarían con unas cuantas sangrías y algo de reposo”. Y efectivamente poco después se vio que el reposo fue eterno para todos ellos. “”

“”Espoleó su cabalgadura y lanzó un grito de guerra al más puro estilo visigodo. Fue directo a Mérinton, abriéndose paso entre los que comenzaban a saltarle encima desde todos los lados, y de modo raudo los fue esquivando fijos los ojos en su desconcertado combatiente.””

“”El gran astro emergió lentamente ante el joven que se encontraba con los brazos extendidos y el cabello al viento. A sus pies se precipitaba el desfiladero, en su punto más profundo. La brisa se transformó en un vendaval aullador que elevó lejos los susurros del Hechizo más poderoso pronunciado alguna vez en aquellas tierras de nadie y, a la vez, tierra de todos.””


“”—Algo enorme, monstruoso, de largos y afilados colmillos sedientos de sangre, y con una piel correosa y repulsiva. Todo fue muy rápido, no pudimos ver más — masculló como pudo uno de los guardias del mercader, que se desangraba con un salvaje mordisco en el cuello. Después murió en los brazos del enano.””


“”—Necesito que hagas algo por mí —comentaba ella en sus recuerdos, sentada al borde de un pozo en el patio impregnado de aroma a flores primaverales. Colores carmesís alternaban con salpicaduras turquesas y dorados pétalos. Un caprichoso colorido pensado al más mínimo detalle a pesar del falso desorden. Una caótica y vistosa anarquía organizada. Todo para ella…””


“”Se precipitó una nueva descarga, iluminando esta vez el interior del bosque.
—¡No, Etzel! ¡Nadie tiene la culpa! ¡Destruirás su hogar!, ¡tu casa!
—Quiero tu sangre… —dijo el anciano, y abrió de golpe los ojos mientras alzaba su mano derecha con forma de garra y le señalaba al cuerpo.””


“”—¡¡Tabernero!! —gritó nada más entrar y golpear con la puerta al que se hallaba sentado cerca de la salida: cayó de cabeza sobre la mesa de al lado—. ¡Venga esa bazofia de vino para refrescar mi bravo y sediento gaznate o haré puré este tugurio de mala muerte con mi espada!
Se hizo el silencio.
—Ja, este es el listo que faltaba —soltó Orosio, que no podía permanecer callado.””


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Y si te decides a adquirirlo (por 0,89€ hasta fin de julio, ojo) solo tienes que dar a http://goo.gl/qLzWeY

jueves, 18 de julio de 2013

Esto no es Hansel y Gretel- de Marta Querol

La estupenda Marta Querol nos enseña esta versión epistolar de un conocido cuento. ¿Te atreves a comerte el chocolate de la casita?

Esto no es Hansel y Gretel

Primera carta
No sé quién eres, pero espero que si encuentras esta carta, nos ayudes. Mi padre es leñador
y vivimos junto a un bosque muy grande. También tengo un hermano, más pequeño que yo,
Hänsel. Bueno, y hay una mujer que debería ser mi madre, pero no lo es. Por cierto, yo me
llamo Gretel. Las cosas están muy mal en casa. Bueno, y en todas partes, por lo que dicen.
Nosotros hace días que no tenemos casi nada para comer. A mi padre lo veo preocupado;
dice que no gana ni para el pan de cada día. Anoche no se podía dormir (¿por el calor? ¿O te
diste cuenta de que tu padre no podía dormir?). Es que la cabaña es pequeña y se oye todo.
Le decía a mi madrastra que no sabía que iba a ser de nosotros, que no quedaba nada para
darnos de comer.
Ella le contestó que lo mejor era llevarnos al bosque, encender un fuego, darnos un
pedacito de pan y luego dejarnos allí solos mientras ellos se van al trabajo. Así seguro que
nos perderíamos, y se librarían de nosotros.
Mi padre es bueno, y eso le pareció horrible. Él no nos quiere dejar allí, porque sabe
que se nos comerían las fieras. Pero ahora manda esa bruja. Le ha dicho que tiene que
hacerlo, o nos moriremos de hambre los cuatro. Le insistió mucho. Incluso le dijo que fuera
aserrando las tablas para los ataúdes. Tengo miedo. Mi padre, al final, ha accedido por ella.
Mi hermano también está muy asustado, porque lo ha escuchado todo, igual que yo.
Me ha dicho que no esté triste, que él me sacará de esta. Es muy listo. Cuando por fin se han
dormido, ha salido al patio por la puerta trasera, y aprovechando que el brillo de la luna
iluminaba unos guijarros blancos que estaban en el suelo, ha recogido un montón hasta
llenarse los bolsillos.
Dice que no nos abandonarán, que esté tranquila, que el encontrará el camino de
vuelta. Yo he preferido escribirlo en esta carta y meterla en un frasco de compota, por si
alguien la encuentra (la carta). Nos buscarás, ¿verdad? Gretel.

Segunda carta

Mi hermano tenía razón. A las primeras luces del día, antes aún de que saliera el sol, nuestra
madrastra nos despertó de malos modos, diciendo que había que ir al bosque por leña. Nos
dio un pedacito de pan, y nos dijo que podíamos comérnoslo a partir de mediodía. Lo tuve
que guardar yo bajo mi delantal, junto al tarro en que metí mi carta, porque Hänsel llevaba
los bolsillos llenos de piedras. Caminamos hasta el bosque. A cada ratito de andar, mi
hermano se detenía para volverse a mirar hacia la casa. Mi padre le reñía por que se quedaba
rezagado. “¡Atención y piernas vivas!”, le decía.
Cómo Hansel es muy listo, (¿ya lo había dicho?), se inventó que miraba un gatito
blanco, que desde el tejado le decía adiós, pero en realidad no miraba el gato, sino que iba
echando blancas piedrecitas a lo largo del camino. Nuestra madrastra le reprendió, y yo
aproveché para dejar el tarro con mi primera carta en el camino.
Cuando estuvimos en medio del bosque, mi padre nos mandó a por leña. “Para hacer
fuego y que no tuviéramos frío”, dijo. Preparamos una gran hoguera, y cuando ya ardió con
llama viva, nuestra madrastra nos mandó a descansar junto al fuego “porque se iban a cortar
leña”. ¡Con toda la que habíamos cortado nosotros! Dijo que cuándo terminaran, volverían a
por nosotros. Nos sentamos junto al fuego, y al mediodía, cada uno nos comimos nuestro
pedacito de pan. Aún estábamos tranquilos, porque oíamos claramente el ruido de los
hachazos, y eso era que padre estaba cerca. Pero lo que creímos que eran hachazos, era en
realidad una rama que habían atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el
tronco. Al cabo de mucho rato de estar allí sentados, nos quedamos dormidos. Cuando
despertamos ya era noche cerrada. Me eché a llorar. No sabía cómo saldríamos del bosque.
Pero Hänsel me consoló, y me aseguró que cuando brillara la luna, encontraríamos el
camino.
Cuando la luna estuvo alta en el cielo, me agarró de la mano, y gracias a las
piedrecitas que relucían como la plata, fuimos siguiendo la ruta. Tardamos un montón.
Tuvimos que andar toda la noche, y llegamos a casa al amanecer. De camino, recogí mi tarro,
ya que al fin no nos íbamos a perder.
Cuando llamamos a la puerta, nuestra madrastra encima nos regañó, como si nos
hubiéramos quedado allí porque sí. Padre se alegró. Yo creo que le remordía la conciencia
por habernos abandonado. Él no es malo, ¿sabes? No puede serlo. Ahora todo está mejor,
pero seguimos con miedo. Por eso escribo.

Tercera carta

Hemos pasado una época tranquila. Ya ni me acordaba de mi tarro. Pero el hambre ha
vuelto, y la historia se repite. He oído a mi madrastra, mientras estaba en la cama, que le
decía a padre que sólo quedaba media hogaza de pan, y sanseacabó. Otra vez la solución es
deshacerse de nosotros. Nos van a llevar al bosque, pero ahora más adentro, para que no
podamos encontrar el camino.
Padre se ha opuesto al principio, pero ella ni le ha escuchado. Nunca lo hace. Yo
sabía que terminaría por ceder a lo que ella quería. Ya lo hizo una vez, y ahora era más difícil
negarse. Hansel quería salir a por piedrecitas, cómo cuando la primera carta, pero nos han
cerrado la puerta de atrás. Estamos perdidos, aunque mi hermano diga que Dios nos
ayudará. Si encuentras el tarro con las cartas, avisa a alguien para que nos busque. Tengo
mucho miedo. Gretel
………..
Ese día nos despertó temprano, nos dio un pedacito de pan, más pequeño aún que la vez
anterior. Camino del bosque, Hänsel iba desmigando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de
trecho en trecho, dejaba caer pedacitos en el suelo. Padre, nervioso, le empujaba para que
siguiera. Debía tener prisa. Mi hermano volvió a sus excusas. Ahora en lugar de un gato era
una paloma. Pero sólo servían para irritar a nuestra madrastra.
Sembró de migas todo el camino, y yo dejé este tarro, el mismo que ya dejara, y que
ahora encontraron ustedes.
La madrastra nos condujo aún más adentro del bosque, a un lugar en el que nunca
habíamos estado. Se repitió el ritual, igual que la vez anterior. La hoguera, la siesta y su viaje a
Nunca Jamás para coger leña y desaparecer.
Casi no comimos. Hänsel había esparcido su pan por el camino y tuvimos que partir
el poco que yo tenía. Despertamos de la siesta al anochecer. Hänsel estaba convencido de
que volveríamos a encontrar el camino gracias a las miguitas de pan. Pero no encontramos ni
una sola. Se las habían comido los pájaros de aquel horrible bosque. Aun así, intentamos
encontrar el camino, pero fue imposible.
Después de un día y medio dando vueltas sin rumbo, y muertos de hambre como
estábamos —hágase cuenta de que sólo habíamos comido unos pocos frutos silvestres
recogidos del suelo y mi trozo de pan—, nos echamos a descansar al pie de un árbol y nos
quedamos dormidos de puro agotamiento.

A la mañana siguiente reanudamos la marcha, pero cada vez nos adentrábamos más
en el bosque. Ya ni hablábamos para conservar el poco aliento que nos quedaba. Tampoco
nos mirábamos, porque en los ojos del otro veíamos el miedo a la muerte cercana.
Fue, creo, hacia mediodía que vimos un hermoso pajarillo, blanco como la nieve,
posado en la rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que nos detuvimos a escucharlo.
¿Qué más nos daba ya, si no íbamos a ninguna parte? Cuando hubo terminado, abrió sus alas
y emprendió el vuelo. Parecía una señal, tan blanco, tan bello… lo seguimos. Así llegamos
hasta el lugar en que me han encontrado. Aquí, antes había una casa.
Estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro azúcar. Sí,
no les miento. Era un sueño, con el hambre que habíamos pasado.
Hansel se emocionó, y se lanzó a comer, empezando por un pedacito del tejado; yo,
probé los cristales de la ventana. Eran de azúcar, y me supieron a gloria.
Pero enseguida escuchamos una voz suave que procedía del interior: «¿Será acaso la
ratita la que roe mi casita?» Medio idos cómo estábamos, sólo se nos ocurrió decir: «Es el
viento, es el viento que sopla violento», en lugar de salir corriendo. Seguimos comiendo,
ávidos. Devorábamos a dos carrillos cuando la puerta se abrió bruscamente, y salió una
mujer viejísima, que se apoyaba en una muleta. Lo recuerdo cómo si fuera hoy. Nos
asustamos hasta el punto de atragantarnos y soltar lo que teníamos en las manos; pero
aquella vieja nos invitó a entrar, hospitalaria.
Nos cogió de la mano, y nos sentó a la mesa, donde había servida una apetitosa
comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. ¡Imagínese, con el hambre que
habíamos pasado! Después nos llevó a dos camitas con ropas blancas, y nos acostamos en
ellas. Estábamos convencidos de que habíamos llegado al cielo. El pájaro blanco, la señal…
La vieja parecía ser muy buena y amable, pero, pronto descubrimos que en realidad,
era una bruja que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de pan con
el único objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo
comía.
Tenía los ojos rojizos y era muy corta de vista; pero, en cambio, su olfato era muy
fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos sintió nuestra presencia y nos
preparó aquella trampa. Nos acostamos confiados.
A la mañana siguiente, muy temprano, y mientras aún dormíamos, agarró a Hänsel
con su mano seca, lo llevó a un pequeño establo y lo encerró detrás de una reja.
Entonces vino a despertarme a mí, gritando y sacudiéndome con brusquedad.

Quería que fuera a por agua y guisara para mi hermano. Tenía que engordarlo para…
comérselo. Todavía me estremezco al recordarlo.
Lloré amargamente, pero en vano. Tuve que cumplir los mandatos de la bruja.
Mientras a mi hermano le servía comidas exquisitas, yo no recibía más que cáscaras de
cangrejo.
Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y decía:
—Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo.
Pero Hänsel, que no sé si ya se lo he dicho pero era muy listo, en vez del dedo,
sacaba un huesecito, y la vieja, que apenas se veía, pensaba que era realmente su dedo. Claro
que se extrañaba de que siguiera igual de flaco, pero la trampa coló. Cuando, al cabo de
cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba sin engordar, perdió la paciencia y no quiso
aguardar más tiempo. Decidió comérselo gordo o flaco.
Fui a por agua, con las lágrimas rodando por mis mejillas. «¡Dios mío, ayúdanos!”,
rogaba. Casi prefería que nos hubiesen devorado las fieras del bosque; así habríamos muerto
juntos. Yo era una niña muy romántica, entonces.
A la vieja bruja no le ablandaron mis llantos.
Por la madrugada, tuve que salir a llenar de agua el caldero y encender fuego. Quería
cocer pan, para acompañar, supongo, y había encendido el gigantesco horno. Salían grandes
llamas.
“Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan”, me ordenó. Le vi relamerse
de gusto mientras me lo decía. Estaba claro, que si mi hermano era el primer plato, yo iba ser
el segundo. Pensé rápido. Me hice la tonta, cómo si no supiera como entrar, y ella se brindó
a enseñármelo.
Metió la cabeza en el horno, y la empujé con todas mis fuerzas. Cayó en el interior y,
cerrando la puerta de hierro, corrí el cerrojo. Le aseguro que todavía puedo oír sus gritos por
las noches. Eché a correr, para dejar de oírla y sacar a Hansel del establo donde estaba
encerrado. “¡Estamos salvados!”, gritaba el pobre sin parar, “¡ya está muerta la bruja!”.
Nuestra alegría era inmensa, pero entonces caí en la cuenta. Seguíamos perdidos. Nadie nos
había encontrado. Y quedaba poca comida. Con la bruja muerta, la casa de bizcocho y
chocolate se convirtió en un amasijo de ruinas inmundas, estás que usted ve ahora, sin nada
en ella para comer. Encontramos estas cajas. Están llenas de perlas y piedras preciosas. De
poco nos sirvieron. No se podían comer.

El horno había enmudecido. Nos miramos, y yo le hice un gesto a mi hermano,
señalando la portezuela que lo cerraba. Le juro que él no quería, pero era la única solución en
ese momento.
Mi hermano nunca lo superó. Se dedicó a vagar por el bosque, buscando un camino a casa,
pero siempre terminaba aquí.
Aprendimos a cazar, y gracias a eso sobrevivimos. Pero él… bueno, siguiendo a un pato,
enajenado como estaba, se empeñó en que podría cruzar el río subido en él.
Le intenté disuadir, pero fue inútil, y en un mal paso, el pato se escabulló y
el cayó,… abriéndose la cabeza.
¿Y dice que fue mi padre el que mandó a buscarnos tras morir aquella horrible mujer
que se decía nuestra madrastra? Pues dígale que no quiero verle nunca más. Era malo ¿se lo
había dicho ya? Y después de… ¿cuánto tiempo ha dicho?
Todo esto es mío ahora, el oro, las perlas... Me lo he ganado.
A mi pobre hermano… no lo busque. Es duro sobrevivir en el bosque.
¿Me dará mi tarro de recuerdo?

Marta Querol
http://www.martaquerol.es/

martes, 9 de julio de 2013

Los restos del abuelo- de Boris Rudeiko

Primer relato del verano que pongo en el blog: Los restos del abuelo, de un escritor amante de los cuentos y antologías varias. Lo poco que he leído de Manuel Navarro, alias Boris Rudeiko en bastante de lo que he leído suyo en foros, denota, como poco, calidad literaria y cultura. Guste o no, lo anterior es innegable.

Sea pues, aquí lo dejo, un relato curioso y probablemente con visos de verdad (o verosímil, al menos) y perteneciente a la novela publicada "Otras cosas que no te conté" del mismo autor.


Los restos del abuelo

El abuelo murió de un infarto un día de febrero de 1941. Había ido a La Alberca de Segura, un pueblecito de la provincia de Jaén, a comprar ganado. Mientras tomaba un plato de lentejas en la pensión donde se hospedaba, sintió una opresión en el pecho, mareos y dolor en el brazo izquierdo. El mesonero acudió a socorrerlo y al comprobar su estado llamó al veterinario. No porque mi abuelo fuera un animal, claro, sino porque el médico que tenía que sustituir al titular del pueblo, que murió de cirrosis, no se había incorporado aún a su nuevo destino. El veterinario, que estaba ayudando a parir a una vaca en una finca situada a una media hora en coche del lugar donde padecía mi abuelo, dejó la vaca a medio alumbrar ante la porfía del posadero. Pese a la prisa que se dio, cuando llegó mi abuelo estaba medio muerto. Le masajeó el pecho con las dos manos, una sobre la otra, le practicó el boca a boca y lo llevó, al fin, en un coche de punto al hospital más cercano, en la ciudad de Jaén. Al ingresar en el servicio de Urgencias, el abuelo estaba más blanco y frío que el mármol de Novelda. Así que el doctor que lo atendió dijo que lo único que se podía hacer por él era la autopsia.

A mi abuela, que lloró y suspiró profundamente cuando le dieron la noticia por teléfono, le entró un hipo que le duró dos semanas, a pesar de la cantidad de agua que bebió aguantando la respiración. Como los trámites administrativos y el coste del viaje eran descomunales para sus escasos recursos económicos, se negó en redondo a trasladar el cuerpo a su ciudad natal y decidió que lo enterraran en el cementerio de Jaén.

Cada año, el Día de Todos los Santos, mi abuela acompañada por mi madre, que tenía a la sazón doce años, tomaban un autobús hasta Jaén. Nada más llegar las dos se dirigían al cementerio, limpiaban la lápida, dejaban un ramo de flores frescas en el suelo, junto a la colmena de nichos, y después de rezar un rosario volvían a casa.

En uno de aquellos viajes mi abuela conoció a Fidel Cuartel, un militar retirado, que perdió un ojo en la batalla del Ebro y a su mujer en un viaje a Palma de Mallorca. Según su versión de los hechos, ella se cayó del barco por el costado de estribor después de vomitar toda la cena, pero mi madre, no sé si por la manía que le tenía a Fidel o porque la historia de la caída al mar no le resultó convincente, pensaba que había sido él quien la había empujado para deshacerse de ella. Fidel Cuartel, que era natural de Jaén, iba también al cementerio cada año, el Día de Todos los Santos. Había hecho construir un panteón de granito y mármol para su difunta esposa, aun cuando el cuerpo de ella habría sido devorado por los peces. Mi madre pensaba que erigió la ostentosa tumba para aliviar sus remordimientos.

Pasados diez años de la muerte del abuelo, este, o lo que quedara de él —es decir, los huesos— debía ser trasladado a una fosa común del mismo cementerio de Jaén, como estipulaba la ley, y así se lo comunicaron a mi abuela por carta certificada por si disponía otra cosa. Ella decidió recuperar los restos y trasladarlos al pueblo para enterrarlos en el panteón familiar, como debía haber hecho cuando murió el abuelo. Tomó el autobús, acompañada como siempre por mi madre, y metió los huesos del abuelo en una maleta de madera de pino que hizo el camino de vuelta en la baca. Nadie conocía el contenido de aquella maleta excepto mi abuela, mi madre y el enterrador de Jaén, que accedió a tal compostura a cambio de unos billetes. Ni siquiera Fidel Cuartel, que se carteaba con mi abuela y la visitaba a menudo, estaba informado de aquel viaje de las dos mujeres y los huesos de mi abuelo.
El autobús fue dejando pasajeros en cada parada a lo largo del camino. Otros subían y se acomodaban en los asientos libres. Mi madre y mi abuela rezaban un rosario tras otro por el alma del difunto abuelo, pues era lo que mandaba el largo luto, y para rogarle a Dios que nadie descubriera el contenido de la maleta de madera de pino. Cuando llegaron al pueblo, después de horas de caminos polvorientos y paradas interminables, marcharon a casa con la susodicha valija. La dejaron en el sótano hasta que hablaron con Don Alejo, el párroco, quien no exigió ningún requisito; les indicó que fueran a ver directamente al sepulturero. Este, un hombre amable a pesar de su desagradable oficio, les propuso que le llevaran la maleta cuando ellas quisieran, que él se ocuparía de todo.

Los restos del abuelo recibieron, al fin, cristiana sepultura en el panteón familiar, donde los bisabuelos ya se habrían convertido en polvo.

Ese mismo día apareció en la casa una mujer, portando una maleta de madera de pino exactamente igual a la que trajeron mi abuela y mi madre en la baca del autobús. Llevaba una etiqueta con el nombre de la abuela y su dirección. Aquella mujer reclamaba la suya, que contenía los restos de su marido. Mi abuela le explicó la situación y ella, una mujer de ojos negros, delgada como una niña, derramó una lágrima y dijo que estaba bien, que después de tanto tiempo mejor se llevaba de nuevo los restos de mi abuelo para enterrarlos en su cementerio, como si fueran los de su propio esposo, y prometió llevarle flores cada año por Todos los Santos. Mi abuela le dijo que haría lo mismo. Y la mujer de ojos negros y cuerpo de niña se marchó con su maleta.

Considerando que después de diez años había guardado el luto debido y cumplido con sus obligaciones cristianas, mi abuela se casó por la Iglesia con Fidel Cuartel. El exmilitar gastó un dineral en la celebración y en el viaje de novios. Según decía mi madre, había heredado una ingente fortuna de su mujer y por eso y porque no la quería la había arrojado al mar Mediterráneo.

Mi abuela tuvo un niño, mi tío Fidel. Dos años después nací yo. Mi madre nos cuidó a los dos como si fuéramos hermanos, mientras la abuela dilapidaba la fortuna de Fidel en viajes al extranjero, ropa, joyas y cruceros, desoyendo los consejos de mi madre de que no subiera a un barco con su nuevo esposo. La abuela decía que quien tenía que llevar cuidado era él, no fuera a caer por la borda.

Fidel no murió en el mar, sino en la cama, de una larga enfermedad. Mi abuela lo enterró en el panteón familiar y, como el cuerpo de su primer marido ya estaba siendo llorado por otra viuda y por el segundo había derramado abundantes lágrimas durante su enfermedad y disponía de su fortuna, no encontró motivos ni tiempo para dejar flores el Día de Todos los Santos, ni a uno ni a otro. Según las malas lenguas, que la señalaron como responsable de la enfermedad fatal de Fidel, murió en alta mar mientras cenaba con su nuevo acompañante, dueño de una cadena de supermercados. Mi tío Fidel y yo crecimos ignorando la complicada saga familiar de viudos y viudas, entremezclados en la vida y en la muerte, pero no nos faltó dinero para disfrutar de los mejores colegios privados.


Manuel Navarro Seva. Relato perteneciente a la novela "Otras cosas que no te conté"
Si te interesa puedes adquirir el libro en fomato digital en http://goo.gl/tg7au

miércoles, 26 de junio de 2013

La leyenda del bosque que nunca existió-(un fragmento)



El mismo día en que el mago cambió sus cachivaches a su nuevo hogar, decidió realizar una de sus largas caminatas junto al pequeño Dámerfel. En cierto momento, el chico se alejó demasiado y acabó descubriendo unas ruinas, una especie de pueblo abandonado del que no había tenido noticias por lo escondido del lugar, aunque no por lo lejano, que no lo estaba. Se trataba de restos de procedencia romana, sin duda. Una de las casas parecía, sin embargo, estar más en pie que las demás. Incluso hallaron un antiguo camastro y varios restos de zurrones que se les deshicieron entre los dedos. Excepto uno que contenía varias bellotas.

Mientras Dédalo deambulaba por el sector, el crío se alejó correteando, ya aburrido, y cayó sin peligro por un terraplén hasta la entrada de una cueva. Una antigua mina abandonada. Cuando el mago se acercó poco después, encendió una antorcha que portaba y descubrió multitud de túneles que se bifurcaban en todas direcciones. Salió por temor a perderse, además de que su interés por las cavernas era mínimo. Sin embargo, antes de alejarse captó algo que solo la magia que llevaba consigo podía anunciarle. Un sentimiento casi imperceptible, algo que había aprendido muchos años antes, en una congregación de brujos allá por los Pirineos. Su mente voló rápida, aunque no logró recordarlo. Sí evocó, de todas formas, cómo había escapado de ellos tras tacharle de renegado por oponerse a aceptar unas prácticas necrománticas.

Esbozó una sonrisa y miró a Dámerfel, quien le observaba de manera atenta. Meneó la cabeza acariciándole el cabello.
—Qué tiempos aquellos, Dam.
Durante el viaje de regreso, el niño le recitó de memoria algunos encantamientos que había aprendido, en latín la mayoría. Gozaba de una retentiva prodigiosa, se decía Dédalo.
—Maestro —dijo al rato—, me he fijado en que nunca me enseñas el libro negro que guardas en el bolsillo.
El otro sonrió al oírse llamar de ese modo.
—Te mostré algunos hechizos de él, ¿no lo recuerdas, Dam? El que hice del agua lo escogí de estos.
—Pero yo los puedo aprender también. Sé que son poderosos y sé que puedo aprenderlos.
Dédalo sonrió, aunque en su interior se encontraba inquieto. Aceleró el paso.
—Todo llegará, no te preocupes.


"La leyenda del bosque que nunca existió"- Javier G. Valverde





Si quieres puedes comprar la novela en: http://goo.gl/Pg4pa

viernes, 21 de junio de 2013

¡Ya está aquí "La leyenda del bosque que nunca existió" !

Ayer día 20 de junio se ha publicado en Amazon para formato kindle mi primera novela... Tras muchas dudas y revisiones múltiples me he decidido a lanzarla en solitario y este es el resultado: "La leyenda del bosque que nunca existió" ha salido directo a Amazon en formato digital. Una novela plagada de mitología y leyenda, de historia y fantasía, de naturaleza, vida y...muerte. Una novela corta hecha sencillamente para disfrutar en estos tiempos tan convulsos que vivimos.
Sinopsis: "En un lugar olvidado del centro de la península Ibérica, a finales del Imperio romano tiene lugar el nacimiento y evolución de una villa, un lugar que se transforma en vergel por medio de varios elementos, muchos de ellos mágicos. Novela coral, donde la historia, el humor, la leyenda y la misma magia se mezclan a partes iguales; la epopeya fundacional de un conjunto muy heterogéneo de gentes que vivieron una época oscura y desconocida, un enclave cargado de misterio en el cual se fundió la última etapa de un decadente Imperio romano con el inicio de la Edad Media." Acabo de descubrir una nota de prensa salida hoy mismo en una página llamada precisamente "Notas de Prensa", un conocido lugar internauta donde se distribuyen nuevas noticias. Me he quedado sin palabras, pero juzgar vosotros mismos. Aquí la añado, en el enlace siguiente: http://www.notasdeprensa.es/rotundo-exito-en-amazon-de-la-obra-de-javier-g El lugar de venta es Por 0,89 € puedes disfrutar del libro en tu lector Kindle. ¿Te lo vas a perder?

lunes, 17 de junio de 2013

Llega...La leyenda del bosque que nunca existió

En esta semana llega una novela corta cargada de imaginación y mito, de naturaleza e historia, de humor y guerra.

Este es un primer adelanto que ya está dando qué comentar.
Estad preparados.
La leyenda del bosque que nunca existió, la novela de Javier G. Valverde que aparece esta semana a la venta en Amazon.
Preparáos para la leyenda...

lunes, 3 de junio de 2013

La predicción del astrólogo (fragmento) - Teo Palacios

Para quien quiera conocer un poco más cómo escribe el señor Teo Palacios y por qué va arrasando con los pocos libros (todavía) en su haber.  Un fragmento de su última novela de corte histórico que domina a la perfección.  
(Por cierto, en poco más de tres meses va por la segunda edición...no quiero decir nada...)

La predicción del astrólogo (fragmento)

—Ah, hijo mío… Las rutas de las caravanas no sólo llevan esclavos, oro y sal. También transportan noticias a través del desierto. Por ejemplo, ¿has oído hablar de Sijilmasa?
Pensé durante unos momentos mientras masticaba el cordero que, aunque sabroso, estaba un poco duro, y al fin negué con la cabeza.
—¿Es algún personaje famoso? —pregunté con inocencia.
De nuevo me regaló aquella risa franca y supe que había errado por completo, aunque era evidente que no se reía de mí, y por tanto no pude tomarme a mal aquel estallido.
—No, no… Se trata de una ciudad. Una ciudad preciosa y grande, justo al norte del Gran Desierto. Es desde allí desde dónde salen las caravanas que se dirigen al sur, hacia Ghana, atravesando el desierto, tomando la sal de las minas y regresando con los camellos cargados de oro y cientos de esclavos. No he estado nunca allí, pero sí tengo un amigo de hace muchos años que la visita con frecuencia. Vive en Fez y es comerciante de cerámica.
—¿De cerámica? —La sola mención de la palabra le había dado un giro completo a la conversación—. ¿Qué hace un comerciante de cerámica en Fez?
—Pues comerciar, claro. Sijilmasa tiene una industria cerámica de gran calidad. ¿Por qué? ¿Te interesa convertirte en comerciante? —preguntó con su buen humor.
Negué con la cabeza mientras tragaba un trozo de pan antes de contestar.
—Soy ceramista.
Continuó hablando durante un rato, pero apenas pude prestarle atención, pues en mi mente comenzaba a formarse una alocada idea. Dejé el plato sin tocar, se me había cerrado el estómago, y en un momento concreto lo interrumpí.
—¿Podrías escribir una carta en la que me recomendaras a ese amigo tuyo?
Al-Bacri me miró fijamente, los ojillos hundidos se cerraron casi por completo, como si quisiera ver algo que se encuentra a una enorme distancia. Al fin habló:
—Estás huyendo de algo.
—No… yo…
Mi voz debió sonar aguda y alarmada, porque de inmediato alzó una mano y me detuvo.
—No me mal interpretes: un ladrón o un bandido no llega a una ciudad como esta y lo primero que hace es sentarse en una posada a comer mientras habla con un desconocido. Pero eso no es impedimento para que huyas. Conozco muy bien a las personas, recuerda que hablo con cientos. Con el tiempo, aprendes a leer en el corazón y los ojos de la gente. Has llegado desde Silves sin saber muy bien por qué y qué buscas, y ante la primera mención de poder continuar tu camino hacia un lugar aún más recóndito y alejado, te lanzas a ella como el lobo hambriento al cabritillo. Y eso sólo lo hace alguien que huye. Eres joven, y veo que el color prende en tu rostro, y eso sólo puede querer decir una cosa: detrás de tu huida hay una mujer. ¿Me equivoco?
Lo miré profundamente, sorprendido por su sagacidad, pero no pude mentirle. Ahogando un suspiro afirmé quedamente:
—llevas razón.
—Si lo deseas, te escribiré esa carta. Pero, antes, deja que te diga algo. Tal vez ahora sientas que el mundo no tiene sentido, que tu vida misma no tiene razón de ser, que todo se ha perdido.
»Escúchame bien, Ibn Abdūn, porque lo que voy a decirte es una verdad tan grande como las que dejó escritas el profeta: cuando un hombre se enamora, su corazón se convierte en un odre de agua fresca y pura que está deseando entregar a la mujer que ama, a aquella que muestra su sed por pasar el tiempo junto a él. Si en algún momento ese sentimiento deja de ser correspondido, el odre se rompe y pierde ese líquido vivificante que es el amor. Es entonces cuando se produce el duelo y el dolor, cuando sufrimos. Pero, poco a poco, nuestro odre se repara; mucho mejor de lo que podría hacerlo cualquier ceramista. Y, sin que nos demos cuenta, comienza a almacenar nuevamente el agua fresca y pura en su interior. Siempre tiene que volver a llenarse por sí solo antes de poder derramarse en otra persona. Y tú tal vez no me creas ahora, porque eres joven y estás sufriendo, pero esa es otra de las grandezas de esa agua que nos da la vida, joven amigo: el amor siempre duele, tanto cuando lo encuentras, como cuando lo pierdes.

No dijimos una palabra más aquel día, pero, una semana más tarde, subía en una barca de pescadores que me llevaría a la costa africana.


La Predicción del Astrólogo
Teo Palacios


PD: estos días en la Feria del Libro de Madrid, por si quieres conocerle. (días 7 y 8 de junio)

http://www.edicionesb.es/catalogo/autor/teo-palacios/1055/libro/la-prediccion-del-astrologo_2617.html
http://teopalacios.com/