"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

lunes, 25 de julio de 2011

Semana Negra 2011

En plena Semana Negra de Gijón escribo estas lineas.
Para el que no lo sepa lo cuento: La Semana Negra de Gijón es un evento anual con veintitantos años a las espaldas dedicado, originalmente, a la literatura "negra" o de detectives, misterios, asesinos, etc, etc. Digo "originalmente" porque se ha aumentado a otro tipo de géneros, como la fantasía, la aventura y la historia. Al evento acuden escritores a presentar sus últimas novelas a unas carpas habilitadas para los actos y a donde acude cualquiera que quiera aguantar un rato escuchando lo que tienen que decir.
Pero esto que he contado es el germen. Está realizado de tal forma que a su alrededor surgen puestos de comidas, bebidas, escenarios donde se dan conciertos gratuitos, exposiciones de Fotoespaña y comics, espectáculos de magia, puestos de venta de libros, ropa, o multitud de chiringuitos donde devorar pulpito (o lo que se quiera) del bueno. Veinticuatro añitos de festival, lo que no está nada mal.
Único y controvertido, culto y sencillo, familiar y masivo. Donde la grasa de los churros se mezcla con la mejor poesía y la literatura sabe a bocadillo de calamares. Así es esto, porque lo mejor del asunto es que no hace falta ser un erudito para disfrutar de la mejor cultura. La unión de ésta con la diversión se realiza casi sin darse cuenta uno, y eso es lo genial. Quizás ahí está el secreto y lo que hace tan especial esta Semana.
Esta tarde, por ejemplo, con un durum en una mano y una cocacola en la otra, me adentré en la carpa donde exponía su último libro Alfonso Mateo-Sagasta. Una novela de aventuras que me pareció de lo más interesante. Y ayer Laura Gallego hizo las delicias a decenas de jovenzuelos que escucharon embobados la presentación de su última novela, y la asaetearon con preguntas de lo más diferentes. Además, posteriormente pudieron ver firmados sus libros tras esperar, eso sí, en una fila que casi dio la vuelta al recinto.
-Ahora mismo firmaré los libros- dice Paco Ignacio Taibo II para concluir la presentación de su última novela- pero sentado a un metro hacia afuera de la carpa porque me muero de ganas por fumar, y ya llevo demasiados minutos sin hacerlo...
Así es también la Semana Negra.
Fernando Marías, Carmen Posadas, Jason Goodwin, Susana Vallejo, Elia Barceló, Ana Merino o Eduardo Monteverde son algunos otros de los variados autores en esta ocasión.
Pero este año para mí está siendo de lo más especial, ya que he tenido la ocasión de relizar una entrevista particular a una de las autoras noveles que vengo siguiendo desde hace algo más de un año: Montse de Paz, ganadora del Premio Minotauro de este 2011. Sólo por eso ya ha merecido la pena venir hasta aquí.
La entrevista la colgaré más adelante, ya que esto aún no ha terminado. Simplemente quería hacer un inciso para trasmitir mi entusiasmo y animar a todo el que quiera, y esté no muy lejos de Gijón, claro está, que todavía está a tiempo hasta el 31 de julio.
Si tenéis más interés podeis visitar la página www.semananegra.org

jueves, 21 de julio de 2011

El Amazonas, el Gran Herido (I)


Para cambiar de tercio, sumerjámonos en la Historia un ratejo. Aqui os dejo el primero de una serie de artículos dedicados al Amazonas que su día publiqué para una revista cultural. Espero que os sean interesantes.
Haceos unas palomitas y...a la selva.



EL DESCUBRIMIENTO


“Quiero que sepan la causa de por qué los indios se defendían de tal manera. Han de saber que ellos son sujetos y tributarios de las amazonas, y al saber de nuestra venida les fueron a pedir socorro y vinieron hasta diez o doce, que estas vimos nosotros, que andaban peleando delante de todos los indios como capitanas, y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaron volver las espaldas, y al que las volvía delante de nosotros le mataban a palos.” (Padre Gaspar de Carvajal)


El Amazonas, el río más caudaloso del mundo. Tercero en longitud, primero en superficie de cuenca, que abarca unos siete millones de kilómetros. Su majestuosidad queda patente en otros detalles numéricos: en su desembocadura, por ejemplo, el caudal es de cien mil kilómetros por segundo (100.000 km/s) y sus orillas distan casi diez kilómetros una de la otra. De un extremo al otro del delta hay más de trescientos kilómetros. Mar adentro, a cien millas de la costa, el barco que aún no haya avistado América se topa con un enorme flujo de aguas fangosas y dulces, sobre los que flotan los deshechos de la selva. Es el Amazonas, tan potente que necesita todo ese recorrido para empezar apenas a deshacerse en las aguas oceánicas.
Y, sin embargo, este enorme río no fue descubierto por los europeos hasta bien entrado el siglo XVI, más o menos unos cincuenta años después del descubrimiento de América. Además no por su desembocadura, sino por los Andes.

Retrocedamos hasta esa época de conquistas y colonizaciones. Corría el año 1540, en Cuzco, capital del Perú. Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, el conquistador de los Incas, sale hacia Quito para hacerse cargo de ese lugar al mando de doscientos hombres. Pero sus intentos van más allá. Se dispone a organizar una expedición hacia el interior de los Andes, en busca del algo tan preciado en esa época como el oro: la especia. Así lo comunica a su primo Francisco de Orellana, y juntos y una vez hechos los preparativos en Quito parten hacia el interior de la cordillera al mando de un gran contingente de tropas.
Pero la expedición fracasa. Además de perder a la mayoría de los hombres, encuentran falsos árboles de canela, tan escasos que no son aprovechables. Han cruzado las montañas y ahora se encuentran en plena selva, muy cerca de un río. Allí construyen un pequeño bergantín llamado “El Barco” con el que comienzan a explorar esos terrenos desconocidos.
Entonces Orellana propone a Pizarro adelantarse a reconocer el terreno con unos sesenta hombres, con el fin de hallar víveres ya que se habían acabado. Nunca volverán a encontrarse. Cansado de esperar, Pizarro volverá hacia Quito creyéndose traicionado por su primo. Mientras Orellana se irá deslizando por las aguas hasta alcanzar el caudal principal del río más grande del mundo.
Tras cierto tiempo, Orellana y los suyos abandonan la idea de retroceder para encontrarse con Pizarro debido a las dificultades de remontar el río, por lo que prosiguen su curso y construyen otro bergantín. Atraviesan pueblos de indios pacíficos y hostiles, aunque cada vez hallarán más de estos últimos según se ensancha el río.
Entonces la leyenda de las Amazonas parece hacerse realidad. En 1542 llegan a un pueblo de cierta importancia en el que se encentran una plaza con estatuas y relieves que llaman bastante la atención de los españoles:
“Se preguntó a un indio que aquí se tomó qué era aquello o por qué memoria lo tenían en la plaza, y el indio dijo que ellos eran sujetos y tributarios a las Amazonas, y que no las servían de otra cosa sino de plumas de papagayos para forros de los techos de las casas de sus adoratorios” cuenta el padre Gaspar de Carvajal, cronista de la expedición. Pero no quedó ahí la cosa. El 24 de junio tiene lugar un encuentro memorable con las Amazonas en el transcurso de un combate en el que los españoles tuvieron que salir huyendo. Las Amazonas “andan desnudas en cueros, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios”, escribe Carvajal. Nueva emboscada al día siguiente. El único herido es el mismo padre Carvajal: “y de todos no hirieron sino a mí, que me dieron un flechazo por un ojo que pasó la flecha a la otra parte. De esta herida he perdido el ojo y no estoy sin fatiga y falta de dolor”.
La expedición continúa descendiendo el río con cada vez más indios amenazándoles, ahora incluso con flotas de piraguas y lanzando flechas envenenadas. Después de muchos días de calvario salen al mar, por fin, aunque los dos barcos cada uno por su lado. Es el 26 de agosto de 1542. El descenso y sus aventuras han concluido. Ocho meses desde los Andes al Atlántico, mientras que se necesitaron diez para atravesar los mismos Andes.
El río se llamó con el nombre que los españoles dieron a estas feroces guerreras, Amazonas, mujeres que parecían surgir de las leyendas y mitos de la antigua Grecia. Aunque, por supuesto, esta historia nadie la creyó en la corte española de su tiempo…al menos en un principio. No obstante en el interior de las mentes se comenzaron a alimentar nuevos mitos, tan dados los europeos de la época a mezclar lo desconocido y lo fantástico. Y eso da para otra historia…

miércoles, 13 de julio de 2011

Publicar en Kindle

Creo que lo siguiente es de lo más interesante. Yo que tú no perdería detalle.


Desde hace unos pocos meses, KINDLE se ha abierto a la publicación de libros en lengua castellana y se ha convertido en una de las opciones más recomendables para ti, escritor debutante, ya que no te ocasiona ningún gasto y va a colocar tu libro en su tienda para que lo pueda descargar cualquier cliente de AMAZON que disponga de un KINDLE.

Además, Amazon ha llegado a un acuerdo con Apple para que todos los libros que están en su librería se puedan descargar sobre un iPad. No olvides que Apple ha vendido en una semana un millón de estos gadgets…

Para dar de alta tu libro electrónico en la base de datos de KINDLE AMAZON, a través de su página web, tienes que seguir un procedimiento bastante sencillo en inglés. Para ayudarte en la tarea, he aquí algunas instrucciones, pero antes, has de tener disponible el siguiente material, ya que te lo va a pedir a lo largo del proceso de inscripción:
Título de la obra.
Descripción o sinopsis.
Palabras clave para la búsqueda posterior de tu libro en la librería de Amazon.
Categorías: Te permitirá seleccionar hasta 5 categorías o géneros, para clasificar tu libro (narrativa, historia, ficción, país, época, etc).
Biografía del autor.
Portada. Es la imagen que aparecerá en la librería para identificar tu libro. Creo que es importante trabajar en ella para atraer el cliente.
Texto de la obra en WORD y el sistema lo reconvierte al formato de lectura de KINDLE. Utiliza un tamaño de letra de tipo medio (10 ó 12), alineación justificada y que evites la portada y el índice, de forma que el lector pueda empezar a leer el texto desde la primera página. Las primeras páginas de información general sobran en un libro electrónico.


Si tienes dispuesto este material, ya puedes iniciar el proceso:

1.- Entra en amazon.com y regístrate

2.- Entrar en https//dtp.amazon.com/mn/signin (te recomiendo que incluyas estas dos páginas web entre tus favoritos, para acceder directamente). Aparece una ventana que dice “Welcome to Digital Text Platform”

3.- Elegir el país o continente. En nuestro caso, Europa.

4.- Pinchar en sign in, a la derecha.

5.- Introduce el título de tu novela. Add New title. Esperar a que cargue (louding).

6.- Aparecen 4 secciones que hay que rellenar. En la medida en que se vayan completando, te aparecerá una luz verde y te indicará “Complete”.

6.1.- Enter Product details. Tienes que completar las casillas que están marcadas con un asterisco:

- Title (título del libro).

- Description (la sinopsis con un máximo de 4000 caracteres).

- Authors. Pincha en Add/Edit, escribe el nombre del autor o de los autores, primero el apellido y luego el nombre.

- Publisher (el nombre del editor que puede ser el mismo que el autor).

- ISBN (no necesario).

- Language (idioma).

- Pub date. Pincha en el icono y selección a la fecha del día. No sé lo que es.

- Searche Keywords. Palabras clave para la búsqueda separadas por comas.

- Categories. Pincha en Add/Edit. Se abre una ventana con una lista para elegir un máximo de 5. Selecciona las que te convengan y pincha en Add Categories y luego en Confirm.

- DRM. Aceptar la opción “Enable digital Rights Management DRM, para permitir a AMAZON que imponga restricciones a las copias ilegales.

- Edition number, Series Title y Series Volume: en blanco si tu obra es un solo tomo.

- Product image. Pincha en Upload image. Introduce la portada que habrás de bajar de un archivo de tu ordenador.

Pinchar en “SAVE ENTRIES” y verás que el apartado “Enter Product Details” está señalado con una luz verde y el anuncio de “Complete”.

6.2.- Confirm Content Rights. Hay que rellenar dos casillas:
Territories (Worlwide Rights, es decir, todo el mundo).
I confirm that I have all Rights necessary…

Pinchar en “SAVE ENTRIES” y se encenderá otra luz verde e Complete.

6.3.- Upload & Preview Book. Pinchando en Browse, tienes que bajar el texto de tu libro en WORD, seleccionándolo en un archivo de tu ordenador. A continuación, pinchas en UPLOAD y verás cómo avanza la descarga en una pequeño recuadro con imagen intermitente… tarda un buen rato.

Cuando termina la descarga, pincha el PREVIEW y allí te aparece el formato que el lector encontrará en su pantalla de KINDLE. Si no te gusta, corrige tu texto en WORD y vuelve a empezar. También el sistema te da instrucciones en inglés para hacer directamente las correcciones. Pinchar en “SAVE ENTRIES”.

6.4.- Enter suggested Retail Price. Aquí tienes que definir el precio al que quieres vender tu libro, en concepto de “Derechos de autor”. El precio del libro tiene que estar comprendido entre 0,99 y 200 US$, en función de su tamaño, pero Amazon te pone algunas restricciones. Entre 3 y 10 megabytes, el precio mínimo ha de ser 1,99 US$ y para más de 10 megabytes, 2,99 US$. Luego Amazon aplica un beneficio. Como ejemplo, yo propuse un precio de referencia de 2,99 US$ y Amazon calculó el precio de venta final en 4,60 US$. La diferencia es su beneficio y quizá pagar algún impuesto. Pincha en “SAVE ENTRIES” para confirmar.

7.- Ya tienes completado el proceso y verás que los 4 indicadores de cada fase están “complete” con la luz verde. Ahora sólo te queda dar a AMAZON tus coordenadas para que te transfieran los beneficios. Para ello, tienes que pinchar en ACCOUNT INFORMATION y escribir tus datos personales: Nombre completo, dirección y teléfono. Con PAYMENT INFORMATION, te pregunta cómo quieres recibir el dinero. Para Europa, sólo te admite una opción “CHECK”, es decir, te enviarán un cheque con tus beneficios. Pinchar en “SAVE ENTRIES”.

8.- Para terminar, pinchar en “PUBLISH”, es decir, “PUBLICAR”.

9.- Vuelves a la página principal “My Self”. Pinchas en READY y verás un mensaje que te informa que tu obra está siendo examinada por el equipo técnico de AMAZON y será dada de alta en el plazo de 2-3 días laborables.

Es muy probable que, al día siguiente, el equipo técnico de AMAZON te escriba un e-mail para pedirte una prueba de que tú eres el propietario de los derechos de autor. Tienes que enviar una copia escaneada de tu ISBN. Si no lo tienes (suele tardar 7-8 meses desde que lo pides), quizá es suficiente enviar la solicitud de inscripción o cualquier otro documento acreditativo.


Texto que puedes encontrar en el blog http://serescritor.com/publicar-en-amazon-kindle/ de Manu de Ordoñana

sábado, 2 de julio de 2011

Un día de playa


Para comenzar el veranito, y antes de colgar una serie de documentos sobre el Amazonas que publiqué en su día en una revista y que creo que merecen ser rescatados por su interés, he preferido dejaros este relato desenfadado y muy divertido sobre lo que te puede ocurrir en un día de playa...según su autor, Jesús García. En fin, mejor que os lo leáis.

Disfrutadlo y refrescaos con él.

Ah, y feliz verano lo paseis como lo paseis.


Un día de playa


Un día mirándome al espejo observé con horror que tenía la piel tan blanca como la leche. ¡Estaba claro! Necesitaba con urgencia un buen baño de sol. Así que, decidí tomarlo.
¿Lo primero? El bañador. Abrí el armario, y después de buscar y rebuscar, revolver toda la casa y recitar aquello de: «San Cocufato, San Cocufato, si no lo encuentro los golondrinos te ato», siguió sin aparecer. ¿Y la toalla de playa? Ni flores. Parecía que la playa no hubiera existido nunca. ¡Qué alegría!, encontré una pala y un cubito de plástico.
Como no era cuestión de ir en ropa interior y con una toalla de baño, de las de cuarto de baño, con mi letra bordada en negro con fondo blanco. Que las tengo muy cucas, por cierto. Decidí equiparme.
Entré en unos grandes almacenes y me dirigí a la planta de ropa para hombre, sección de baño. Busqué un dependiente y, ¡oh, sorpresa!, estaban todos ocupados, todos los hombres, claro, así que esperé. Al rato una dependienta muy amable, y por qué no decirlo, muy guapa aunque algo bajita, se me acercó. «¡Vaya! —pensé—, la única mujer del departamento, y me toca a mí». No es que esté en contra de que una mujer sea dependienta de ropa para caballeros, no, pero eso de tener que explicarle a una mujer desconocida cual es la talla usada por mis caderas, o que sea un tipo de bañador no opresor de las partes más sensibles. ¡Caray, que uno tiene su pudorcito!, y no va por ahí alardeando de cosas grandes.
Por no hacerle un feo respiré hondo y me lancé, a decirle qué quería comprar, claro. Fue nombrarle la palabra bañador, y con un: «Sígame», tuvo suficiente para que yo fuera detrás de ella como un perrito faldero. Al llegar a un mostrador repleto de todo tipo de trajes de baño, surgió la pregunta: «¿Qué talla usa?». Yo podría haberle contestado con firmeza y seguridad: la cuarenta y dos, y no hubiera pasado nada en absoluto. Pero cuando una mujer preciosa te pregunta en un sitio público, mirándote la pernera del pantalón y en voz alta, qué talla de bañador usas, o eres un pasota, o… ¡Caramba, corta al más flamenco!, casi estuve a punto de taparme con las manos.
Con timidez le susurré la cuarenta y dos. Ella, sin perder de vista de mis caderas y haciendo una mueca de desaprobación, dijo: «Le voy a dar la cincuenta y dos, se la prueba y a ver qué tal le va». ¡Pero, bueno, ¿quién piensa que tiene delante?, si soy el George Clooney de la ciudad!, al menos era lo que pensaba hasta verme en un espejo de allí cerca.
Total allá fui, camino de los probadores con varios tipos de bañadores, todos de la talla cincuenta y dos. ¿Los probadores? eran diminutos, para el uno ochenta que mido aquello era un cuartito, y recalco lo de: “ito”, sin techo, con las paredes tan bajas que sin ningún esfuerzo podía casi ver al vecino. Eso sí, tenía un espejo muy estrecho, y una diminuta percha, que más parecía un clavo, y con una cortina que le faltaba tres palmos para llegar al suelo, ¡como para no tener vergüenza, que uno se iba a poner en bolas en aquel…! Bueno, cerré la cortina y comencé el ritual para probarme los bañadores.
Me desnudé de cintura para abajo, y comenzó la primera pelea. Sí, sí, una verdadera lucha con la percha, pues no quería albergar mis pantalones, y acabaron por el suelo a la vista de quien estuviera al otro lado de la cortina. Mis codos, acostumbrados a espacios más anchos, tropezaban con las paredes de madera, ¡qué digo madera, parecían cartón! Me vino a la cabeza una tira de “Quino”, con todos los probadores en el suelo, y un hombre semidesnudo, quieto como una estatua, reflejando en su cara una sonrisa avergonzada.
Después de darme por vencido con aquel clavo, en el que sólo pude colgar mi ropa interior, cogí el primer bañador y me lo probé. ¡Ajá! Qué vista tenía la dependienta. ¡Era mi talla! No pude evitar mirarme en el espejo, y de perfil, que era la única forma en que podía verme, volví a descubrir la barriga cervecera.
Una vez probados todos los bañadores —con muchos malabarismos, todo sea dicho— y elegido el que luciría en la playa, me surgió una duda: ¿Todos esos bañadores habrían sido probados por otros, como yo lo acababa de hacer, así sin ropa interior, con los golondrinos al aire? ¡Qué asco!, abandoné el probador con la idea de lavar la prenda escogida y darme un buen restregón con jabón desinfectante.
La dependienta, sonriente, me preguntó con cual me quedaba. No me preguntó si me venían bien o no, ¡noooo!, bien lo sabía ella. «A saber a cuantos… —pensé mientras la miraba desde arriba—, les habrá elegido prendas». Y luego vino la toalla, ¡já!, las había de todos los tamaños, formas y colores, me costó decidirme, llevándome al final la elegida por la dependienta. Total, salí equipado para pasar un día de playa.
A la mañana siguiente me levanté temprano, desayuné fuerte, me vestí para la ocasión, y cogiendo el coche me encaminé a la playa. Era un día maravilloso, un clásico, ni una sola nube en el cielo y con un sol radiante.
Cuando llegué serían las nueve de la mañana, más o menos, y al encontrarme con todo un enorme espacio vacío, dudé dónde aparcar mi vehículo. Pensé que lo más cerca de la arena sería lo mejor, y así lo hice. La playa estaba desierta, bueno salvo dos o tres personas a lo lejos. Extendí mi toalla con grandes letras que decían: «¡Estoy soltero y busco!», y me tumbé al sol con mi flamante bañador.
¡Qué delicia notar el calorcito del sol sobre la piel!, me sentí tan a gusto que durante un rato no me enteré de nada. Una pelota que impactó en mi tripita desnuda hizo que despertara de aquel sueñecito bajo el sol, y, ¡oh, Dios!, la playa estaba abarrotada. A tan sólo dos centímetros había toda una maraña de toallas ocupadas por cuerpos dorados, morenos e incluso tostados. Vamos, que yo era la gotita de leche que cae en el centro de una taza de chocolate. Y digo yo, si aquella multitud ya había erradicado el blanco de su piel: ¿Por qué seguían tumbados en la playa? ¿Acaso querían cambiar de raza?
En fin, como sentí mucho calor decidí darme un bañito, así que levanté mi metro ochenta, hinché pecho, metí barriga y creyéndome “Tarzán”, me encaminé a la orilla, eso sí, pidiendo perdón y permiso por toda la alfombra humana que ocupaba los cincuenta metros hasta el agua. Cuando mis pies, chamuscados por la ardiente arena, notaron frescorcito respiré aliviado, pero una muralla humana me impedía refrescarme de cuerpo entero. Si la parte seca de la playa estaba que no se podía ver ni un centímetro, la parte húmeda estaba peor, los jugadores ocasionales de Bádminton sorteaban, con sus raquetas recién estrenadas, las cabezas que tenían alrededor. Los niños jugaban a salpicarse, mientras que sus madres o abuelas, sentadas en el agua, les gritaban que no molestaran. Alcé la vista y pude distinguir un lugar libre de multitud, ideal para tomar un buen baño, no había olas y parecía estar todo en calma, y allí me dirigí, volviendo a pedir permiso para pasar, claro está.
Cuando por fin llegué, no sin antes tener que nadar un poco pues no hacía pie, comencé a flotar boca arriba haciendo el muerto y a la deriva. ¡Qué maravilla!, el sol en la cara, mi cuerpo fresquito, y sin que nadie molestara.
Una voz llamó mi atención. Un hombre en una barca, pescador sin duda, se interesaba por mí. Quedé algo sorprendido, ¿qué hacía esa barca tan cerca de la orilla?, la respuesta fue evidente, pues apenas pude distinguir las cabezas de los que invadían la playa. Estaba claro, las corrientes marinas, caprichosas en exceso, me alejaron tanto, que un poco más y tropiezo con el Titanic.
Algo abochornado, le pedí al buen hombre que me acercara a la playa. Dijo que lo tenía prohibido, por aquello de la seguridad de los bañistas. ¿Seguridad? ¡Pero si allí si no estás de pie no te dejan levantarte y te ahogas! En fin, el pescador se ofreció amablemente a llevarme al embarcadero del que salió de madrugada. Cuando llegamos salté a tierra con la misma elegancia que lo habría hecho Colón en tierras americanas. Bueno con tanta gracia posiblemente no, porque casi me doy de morros contra en duro suelo al no calcular la distancia entre la barca y el malecón. Y así fue como con mi bañador nuevo, descalzo y abrasado por el sol, comencé a recorrer el paseo marítimo en busca de la playa donde aquella mañana decidí dorar la piel, piel que comenzaba a tener un color ligeramente rojizo.
Ni que decir tiene que fui el objetivo de toda clase de miradas y comentarios. Los que habían decidido pasear, en lugar de ir a tomar el sol como lagartos, se apartaban sorprendidos, y preguntándose qué narices hacía yo allí y con esa pinta. Cuando divisé la playa respiré aliviado, pero antes de alcanzarla, otra voz, esta con autoridad, sonó fuerte ordenándome que fuera hacia él. Era un guardia municipal, algo alterado al ver un hombre semidesnudo por un lugar tan decente como el paseo marítimo. Cumpliendo las ordenanzas me impuso una multa por desorden público, y otra por deambular indocumentado. A punto estuvo de llevarme a la comisaría, pero al explicarle lo ocurrido comenzó a reírse, y con un: «¡Ande, ande continúe!», me dejó marchar.
Doloridos los pies por andar descalzo por terreno empedrado. Con la piel reseca y rojiza, sediento y con un calor abrasador, llegué al lugar donde por la mañana temprano iba a pasar un día estupendo. Tuve que esquivar, con dificultades, a los lagartos que tumbados al sol dedicaban improperios a mi persona, y a mi santa madre.
Cansado recogí mi toalla y mis pertenencias, que afortunadamente seguían intactas, decidí volver a casa y descansar de un día de asueto, no sin antes volver a oír los piropos dirigidos a mi santa madre camino del coche. Cuando llegué a él y abrí la puerta, una bocanada de aire caliente salió de su interior, tal fue la bofetada que casi me tira de espaldas. Al cabo de un buen rato conseguí airearlo, después de abrir todas las puertas y ventanas, y pude entrar para poner en marcha el motor y el aire acondicionado. Pero aún quedaba un obstáculo.
El espacio para aparcar, se encontraba a rebosar de vehículos, y tuve que hacer gala de todos los conocimientos aprendidos en la autoescuela, para poder salir y encaminarme hacia mi hogar. Cuando lo conseguí, iba cerrado a mi paso todos los espejos retrovisores de los coches aparcados.
Cuando por fin llegué a casa, ¡ah, dulce hogar!, tuve que buscar una farmacia, y comprar toda la crema hidratante existente para aliviar los efectos del sol sobre mi dulce y delicada piel blanca, que se había convertido en la de un cangrejo.
Ahora, cuando miro mi cuerpo blanco como la nieve, me acuerdo de lo ocurrido en la playa. Entonces decido tumbarme en el sillón, con una cerveza bien fría, y pongo en el vídeo: Los vigilantes de la playa. Es lo más cerca que llegaré a estar de ella desde aquel día que se me ocurrió tomar un baño de sol.





Jesús García
http://luzypapel.blogspot.com/