"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

sábado, 30 de octubre de 2010

¡Batiendo récords!: El Esclavo de la Al-Hamra

Hoy le toca el turno al compañero de foros Blas Malo y su Esclavo de la Al-Hamra, ya que se lo merece. Se lo merece porque es un escritor novel, porque hay que darle un empujón en el difícil mundo editorial, y porque la novela es bastante interesante y está causando furor en ventas. Desde aquí le envío muchos ánimos y mis más sinceras felicitaciones. ¡Enhorabuena, Blas!




A continuación os presento un fragmento de la vida de uno de los personajes de la novela. Esto que vais a leer NO está en la misma, ojo. Es un pasaje que Blas muy bien ha escrito como trasfondo a su historia central, lo cual dice mucho en favor de la labor concienzuda que ha realizado para dar verosimilitud a su novela.

Aquí os lo dejo. Qué ustedes gusten.


Hassan siempre había querido ser soldado. Era el destino que pendía sobre su familia. Desde que podía recordar, todos sus parientes masculinos habían vivido por y para el ejército nazarí. Su abuelo había muerto en la terrible derrota del Salado. Su padre había muerto en Iznajar, víctima de los delirios de grandeza de un alarife enloquecido. El primogénito de cada una de las generaciones de la familia de Hassan, desde que su familia llegara allí desde Arabia siglos atrás, estaba predestinado a una muerte violenta.

Por ello, aunque su familia no vio con buenos ojos a que se alistara en el ejército antes de engendrar descendencia, no se opuso a su decisión. Cuando se ofreció voluntario para marchar a la frontera el oficial de reclutamiento se extrañó de su juventud.
—Eres demasiado joven. ¡No durarías ni un día en el campo de batalla!
El joven, de sólo once años, se arrojó contra el oficial, a quien pilló sorprendido. Lo derribó al suelo. Pero el oficial se libró de sus puños y le arrojó contra la pared, le tendió sobre la mesa y le puso un puñal sobre el cuello.
—¡Enséñame!¡Enséñame! —pidió el joven, y el oficial, aún asombrado por su osadía, le destinó a la Qadima, la antigua fortaleza zirí.

Allí adiestraron a Hassan a sangre y fuego. Antes de concederle el honor de una espada sufrió terribles tormentos. Le hacían subir y bajar cubos de agua días y noches interminables por todas las escaleras de la alcazaba. Le hacían luchar y pelear días enteros sin agua ni comida. Las ratas huían a sus pasos, víctimas de sus trampas y de sus dientes. Las palizas eran diarias. Todas las noches le despertaban para atormentarle.
—¿Por qué no te rindes? ¡Regresa a tu casa! ¡No eres digno de ser un soldado nazarí! —le gritaban día y noche mientras le pegaban.
—¡Alá me ha elegido! ¡Es mi destino!
Y el oficial de reclutamiento recibía informes sobre sus progresos con satisfacción.
Sus músculos se fortalecieron. Su estatura aumentó. Sus huesos se ensancharon por el terrible esfuerzo. Sus puños encontraron al fin un objetivo, un rostro, un cuerpo. Empezaron a temerle. Cada día tenía más y más fuerza. Y llegó el día en que le dieron una espada.

—Eres fuerte, muy fuerte, pero ahora debes mostrarme qué puedes hacer con una espada en la mano —y el oficial se lanzó contra él, para tantearle. Pero lo que no sabía era que en secreto Hassan había practicado, día y noche, dentro y fuera de la fortaleza. Hassan devolvió golpe por golpe, y le arrojó al suelo, amenazándole con matarle. Otros guardias desenvainaron, dispuestos a detenerle.
—Te burlaste de mí. Pero soy un elegido. ¡Alá quiere la gloria para mí!
—Entonces, estás listo para ir a la guerra.

En su primera incursión contra las tierras cristianas de la llanura del Guadalquivir, ganó un gran renombre entre su batallón. Se batió a muerte contra todo aquel cristiano que se cruzó en su camino. La sangre escurría por su hoja, y en medio del fuego, un soldado cristiano se atrevió a detenerle. Era joven, como él, y había fuego en sus ojos.
—¡Ven!¡Acércate, vamos!
—¡Hoy estarás en el paraíso!
El enfrentamiento fue feroz. En los ojos de su contrincante, bien adiestrado, fuerte y vigoroso, leyó lo que había sospechado siempre: que Madinat Garnata estaba condenada. Todos los esfuerzos de su familia habían sido en vano, porque la guerra no podría mantenerse indefinidamente. El reino estaba rodeado de enemigos sedientos de sus riquezas. El reino nazarí era una isla en medio de una mar arbolada de cruces y espadas. Hassan tropezó y cayó al suelo. Su enemigo rió, dispuesto a matarle. Pero por un don divino Hassan comprendió las palabras que le dirigió el castellano.
—¿Crees de verdad que vivirás para siempre? ¡La Al-Hamrā está condenada! ¡Muere y maldice en vano!
Con una ira súbita, Hassan se revolvió, recibió una, dos cuchilladas, pero derribó al cristiano y lo ahogó con sus propias manos, insensible al dolor y a las heridas. Le descubrieron, herido, y le llevaron a un hospital de campaña, donde se debatió entre la vida y la muerte durante días. Soñó con su padre, con su abuelo, con su hermano, todos muertos en batalla.
—Aún no ha llegado tu hora —le dijeron, y regresó de las sombras el día de la visita del ministro Ibn Al-Jatib.
—¿Quién es?
—Hassan ibn Hassan, señor. Ha luchado como un león contra los castellanos. Todos los soldados le aclaman por su valor.
—Entonces, merece una recompensa. Traedme una ūqda. —Era la enseña que se otorgaba al jefe de un escuadrón. En cuanto Ibn Al-Jatib se la puso en las manos, Hassan salió de su inconsciencia.
—¿Quién eres? —preguntó aturdido por la multitud de caras que le miraban.
—Soy Ibn Al-Jatib, Jefe de la Chancillería, y tú, desde ahora, serás Hassan, el nāzir. Ocho hombres dependerán de ti, y serás responsable de sus vidas y de sus almas. ¡El sultán estará orgulloso de ti! ¡Eres un león de la fe, un elegido de Alá!
Hassan sonrió. Lo había sabido siempre.



Si te interesa saber más, pásate por la web de Blas o visita su Blog:
www.blasmalopoyatos.com
http://lenegaron27.blogspot.com

domingo, 17 de octubre de 2010

El final del Ave Fénix


Marta Querol es una joven escritora actual con un gran futuro. Finalista del Premio Planeta del 2007 gracias a "El final del Ave Fénix", acaba de reeditar su novela en manos de una nueva editorial (Aladena). Con un escrito de fácil lectura, fresco y con "garra", desde aquí le envío un fuerte ánimo en su nueva andadura, porque se lo merece. En mis pocos meses en que hemos contactado a través de foros, adivino una personalidad positiva, activa y muy trabajadora. Actitud que, sin duda, le ayudará a hacerse un hueco en el difícil mundo de las publicaciones.
Con su permiso, aquí he colocado un fragmento del primer capítulo, para que lo saboreéis.
¡Mucho ánimo, Marta!


Fragmento del Capítulo primero.

Nacida en Ávila, en el seno de una familia muy
estricta, Dolores Atienza era la más pequeña de cuatro hermanos.
Su padre, Don Gonzalo, era militar. De mano firme
y correa suelta, a sus hijos varones los había criado
siguiendo el popular dicho español de entonces, la letra y la
disciplina, con sangre entra, lo que venía a ser lo mismo que a
correazo limpio. Quedó viudo con cuatro niños pequeños,
y pronto pidió el traslado a Alicante donde un familiar le
había buscado una esposa joven y dispuesta que le cuidara
de la casa y los hijos, algo muy habitual en aquellos
tiempos. Hubo suerte, y la mujer elegida resultó ser una
persona excepcional, una verdadera madre para aquellos
cuatro niños, huérfanos, con un padre que paraba poco en
casa y que, cuando lo hacía, parecía continuar arengando a
la tropa. Ascensión, que así se llamaba, era paciente y
sumisa, condiciones necesarias para sobrevivir al carácter
intempestivo y colérico de Don Gonzalo, y le encantaban
los niños. No era fuerte, y siempre temió no poder
engendrar, así que para ella fue una alegría encontrarse con
aquellos niños aún por criar. La convivencia junto a Don
Gonzalo no iba a ser un camino de rosas, lo sabía, pero,
¿quién tenía un camino de rosas en aquellos años? No le
pedía mucho a la vida y estaba recibiendo más de lo que
había soñado. Si el precio era aguantar a aquel hombre diez
años mayor que ella de modales rudos, pues qué le iba a
hacer.
Dolores casi no recordaba a la madre que la trajo al
mundo, ya que cuando murió, ella tenía sólo tres años, pero
su nueva madre, aquella mujer dulce y buena, de finas maneras
y educación impecable, se convirtió en su refugio y
punto de referencia en aquella casa con exceso de
testosterona.
Lolo, como la habían apodado desde pequeñita, rara
vez se veía bajo las presiones y castigos físicos a los que su
marcial padre infligía a sus hermanos. Ella sabía como aplacarlo.
Era una niña tranquila, dulce y de apariencia sumisa,
que daba pocos problemas. Tenía cara de ángel. El pelo,
suave y castaño, se ondulaba creando bucles amplios y
brillantes que caían hasta media espalda. La cara era un
óvalo perfecto de un blanco traslúcido, con una amplia
frente muy proporcionada que parecía un lienzo donde
dibujarse aquellos ojos de un azul clarísimo, en los que
siempre se adivinaba un ligero desdén. Sus andares
pausados, le daban un aire ingrávido. Y ya a temprana edad
era consciente de sus encantos, moviéndose con una gracia
innata, esa que muchas mujeres adultas se esfuerzan por
conseguir y nunca logran.
No era de extrañar que aquel gigante con botas y
correa de cuero ablandara su autoridad cuartelaria ante
aquella jovencita angelical. Lolo no le temía. Muy al
contrario, sentía adoración por él y sabía cómo salirse
siempre con la suya, sin aspavientos ni rabietas, bordeando
los límites de la férrea disciplina paterna.
Desde muy niña admiraba su marcialidad, con aquel
porte que le daba el almidonado uniforme a pesar de su
oronda figura. Lolo gustaba de acariciar las dos estrellas de
seis puntas que adornaban su guerrera, casi tanto como
tirarle del fino bigote, siempre tieso, que se erguía sobre las
comisuras de los gruesos labios, aunque esto último a su
padre le resultaba insoportable. La niña pensaba que debía
ser el hombre más importante del ejército, ignorando que el
bronceado de su tez evidenciaba las largas horas pasadas en
el patio lejos de puestos de auténtica responsabilidad. En
realidad no era más que un teniente, y mandaba más en
casa que en el cuartel. A Don Gonzalo no le pasaba desapercibida
aquella devoción de su hija, e hinchaba el pecho,
ufano, esperando sus muestras de admiración; y la niña,
más consciente que él de la situación, manejaba su dulzura
con mano de hierro para conseguir lo que quería.
Sus hermanos no tenían tanta suerte, por lo que Lolo,
que los adoraba, conforme fue creciendo, aprendió a utilizar
también sus habilidades para apaciguar los arranques de
su colérico padre y librarlos de más de una paliza. Era
cómplice en sus juegos y salidas, cubriendo sus escapadas
para evitarles un castigo seguro. Compartían conversaciones
y confidencias; a través de sus hermanos, Lolo había
llegado a tener un conocimiento de la psicología masculina
que le sería de mucha utilidad en años venideros. Con el
que más complicidad sentía era con Javier, el que la precedía
en edad.
La familia disfrutaba de una posición acomodada para
la época. Dolores se había criado con doncella y cocinera, a
las que manejaba y ordenaba con una firmeza impropia de
una niña. Había heredado el famoso genio de los Atienza y
la belleza de su difunta madre. Una combinación peligrosa.
Desde niña tuvo claro que esa era la vida para la que
había nacido. Eran tiempos difíciles, con unas marcadas
diferencias sociales de las que la pequeña Lolo fue consciente
muy pronto, y su determinación fue mantenerse
siempre en el lado afortunado.
A los dieciséis años ya sabía lo que quería para su
futuro y era evidente que para conseguirlo debía salir del
hogar paterno, donde sus ansias de libertad estaban coartadas.
Adoraba a su padre, pero no el control al que los
sometía y que, llegada a esa edad en que empiezas a tener
voluntad propia, le pesaba tanto o más que a sus hermanos,
que por ser hombres tenían cierta libertad de movimiento.
Ahora era ella la que se encontraba recluida en un aburrido
cuartelillo del que luchaba sin éxito por escapar. Madura y
decidida a pesar de su juventud, tenía claro que la única
salida decente en aquellos tiempos, era casarse. Estaba
convencida de que no le sería difícil encontrar el hombre
adecuado.
Con los años se había convertido en una atractiva
joven, con gran seguridad en sí misma. Sus proporciones
eran perfectas. Más alta que la media, presumía de unas
piernas largas y bien torneadas, terminadas en unas proporcionadas
caderas, la cintura menuda y un pecho generoso y
bien puesto, que había aprendido a lucir con la discreción
justa y necesaria. Siempre mantenía un aire altivo y distante,
que desaparecía a voluntad cuando dispensaba su codiciada
sonrisa.
Tenía un gusto exquisito para la ropa, elegante, sobrio
y femenino, el complemento perfecto para la delicada educación
que se habían esmerado en darle. Su formación
había sido corta en ciencias pero selecta en humanidades.
Declamaba, tocaba el piano, bailaba, bordaba, y escribía
con una letra digna de una princesa. Una auténtica dama.
Su capacidad para seducir era infinita y, sabedora de ello,
estaba dispuesta a utilizarla.
Muchos jóvenes y no tan jóvenes pretendían su favor.
Compañeros y amigos de sus hermanos habían intentado
acercarse, armados de valor, a la joven y distante Lolo, pero
ninguno reunía los requisitos que ella buscaba. Demasiado
inmaduros, demasiado sosos, demasiado pobres… Debía
elegir bien a su futuro marido. Su atractivo era tal, que
incluso algún compañero de su padre la miraba con anhelo,
aunque sabiendo como se las gastaba Don Gonzalo se cuidaban
de hacer ningún comentario. Y tampoco ella les daba
alas, que aquellos, por supuesto, eran demasiado mayores.
La Nochevieja de 1932 iba a ser muy especial. Su
padre había accedido a que cenara en el Club de Regatas
con los mayores. Acababa de cumplir diecisiete años y su
puesta de largo ya había sido un pequeño acontecimiento
en la alta sociedad alicantina. La fiesta de Fin de Año tenía
que ser la guinda a su entrada en sociedad. Estaba emocionada.
¡El Club de Regatas! Ese iba a ser su día. Y no
se equivocaba.


Marta Querol Benèch
www.martaquerol.es

domingo, 3 de octubre de 2010

El Momento


Dedicado a todos los que realizaron el espectáculo "Vive Aranjuez" de hace ya unos añitos. A mis compañeros y amigos.



EL MOMENTO



Todas preparadas.
Una detrás de otra.
Los nervios en cada una, incluso en las más expertas.

- Venga, chicas, que llega. ¿Os acordáis de las posiciones? ¡Nada de confundirse!
- Que sí, pesá, que eres un plomo
- Y dale con lo mismo
- No te repites ni na.
- Tú calla que todavía me acuerdo de la del último día. ¿Te crees que nadie se enteró, o qué? ¡Pero si la Redonda estaba junto a ti, vamos!- respondió la primera.

Así se encontraban, según se acercaba el momento culminante, melodiosamente pero sin pausa, a pesar de los silencios.

- No olvidéis las coletas
- Quien la tenga, ¿no?- la que había hablado era totalmente calva y ancha como dos de las otras.
Las risas fueron apagadas por la primera, la de la voz cantante.
- Blanca, ya sabes a quienes me refiero
- Lo sé, era sólo para no dar la nota. (de nuevo risas)

Un platillo calmó la algarabía y el silencio se transmitió de golpe. Todas conocían la entrada.
Afuera se hallaba la red, con sus compañeras. Pero ellas sabían que pertenecían a la parte más esperada. Conocían su responsabilidad, y la rapidez con que debían tomar posiciones, alguna de ella con cierta dificultad.
- ¿Estás preparada? Tienes que hacerlo sin dudar, y con cuidado, ya sabes.
- No te preocupes, no habrá fallos

El último silencio.
Tomaron carrerilla a una orden de la clave, ya serias. El momento.

Y salieron a la platea, corriendo como almas posesas pero sin tropiezos. Todo el mundo esperaba conteniendo el aliento. Se trató de unos pocos segundos, nada más. Y fue perfecto. Escalaron sin dudas y se agacharon unas e hicieron el pino otras, las que debían hacerlo, todas en la malla, cada una en el lugar exacto. No hubo equivocaciones.

Y el tema continuó, en una explosión de sentidos, catapultando los ánimos como siempre sucedía cuando se escuchaba el fragmento siguiente, marcado por su paso lento y melodía reservada, del Adagio de El Concierto de Aranjuez…