"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

jueves, 21 de julio de 2011

El Amazonas, el Gran Herido (I)


Para cambiar de tercio, sumerjámonos en la Historia un ratejo. Aqui os dejo el primero de una serie de artículos dedicados al Amazonas que su día publiqué para una revista cultural. Espero que os sean interesantes.
Haceos unas palomitas y...a la selva.



EL DESCUBRIMIENTO


“Quiero que sepan la causa de por qué los indios se defendían de tal manera. Han de saber que ellos son sujetos y tributarios de las amazonas, y al saber de nuestra venida les fueron a pedir socorro y vinieron hasta diez o doce, que estas vimos nosotros, que andaban peleando delante de todos los indios como capitanas, y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaron volver las espaldas, y al que las volvía delante de nosotros le mataban a palos.” (Padre Gaspar de Carvajal)


El Amazonas, el río más caudaloso del mundo. Tercero en longitud, primero en superficie de cuenca, que abarca unos siete millones de kilómetros. Su majestuosidad queda patente en otros detalles numéricos: en su desembocadura, por ejemplo, el caudal es de cien mil kilómetros por segundo (100.000 km/s) y sus orillas distan casi diez kilómetros una de la otra. De un extremo al otro del delta hay más de trescientos kilómetros. Mar adentro, a cien millas de la costa, el barco que aún no haya avistado América se topa con un enorme flujo de aguas fangosas y dulces, sobre los que flotan los deshechos de la selva. Es el Amazonas, tan potente que necesita todo ese recorrido para empezar apenas a deshacerse en las aguas oceánicas.
Y, sin embargo, este enorme río no fue descubierto por los europeos hasta bien entrado el siglo XVI, más o menos unos cincuenta años después del descubrimiento de América. Además no por su desembocadura, sino por los Andes.

Retrocedamos hasta esa época de conquistas y colonizaciones. Corría el año 1540, en Cuzco, capital del Perú. Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, el conquistador de los Incas, sale hacia Quito para hacerse cargo de ese lugar al mando de doscientos hombres. Pero sus intentos van más allá. Se dispone a organizar una expedición hacia el interior de los Andes, en busca del algo tan preciado en esa época como el oro: la especia. Así lo comunica a su primo Francisco de Orellana, y juntos y una vez hechos los preparativos en Quito parten hacia el interior de la cordillera al mando de un gran contingente de tropas.
Pero la expedición fracasa. Además de perder a la mayoría de los hombres, encuentran falsos árboles de canela, tan escasos que no son aprovechables. Han cruzado las montañas y ahora se encuentran en plena selva, muy cerca de un río. Allí construyen un pequeño bergantín llamado “El Barco” con el que comienzan a explorar esos terrenos desconocidos.
Entonces Orellana propone a Pizarro adelantarse a reconocer el terreno con unos sesenta hombres, con el fin de hallar víveres ya que se habían acabado. Nunca volverán a encontrarse. Cansado de esperar, Pizarro volverá hacia Quito creyéndose traicionado por su primo. Mientras Orellana se irá deslizando por las aguas hasta alcanzar el caudal principal del río más grande del mundo.
Tras cierto tiempo, Orellana y los suyos abandonan la idea de retroceder para encontrarse con Pizarro debido a las dificultades de remontar el río, por lo que prosiguen su curso y construyen otro bergantín. Atraviesan pueblos de indios pacíficos y hostiles, aunque cada vez hallarán más de estos últimos según se ensancha el río.
Entonces la leyenda de las Amazonas parece hacerse realidad. En 1542 llegan a un pueblo de cierta importancia en el que se encentran una plaza con estatuas y relieves que llaman bastante la atención de los españoles:
“Se preguntó a un indio que aquí se tomó qué era aquello o por qué memoria lo tenían en la plaza, y el indio dijo que ellos eran sujetos y tributarios a las Amazonas, y que no las servían de otra cosa sino de plumas de papagayos para forros de los techos de las casas de sus adoratorios” cuenta el padre Gaspar de Carvajal, cronista de la expedición. Pero no quedó ahí la cosa. El 24 de junio tiene lugar un encuentro memorable con las Amazonas en el transcurso de un combate en el que los españoles tuvieron que salir huyendo. Las Amazonas “andan desnudas en cueros, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios”, escribe Carvajal. Nueva emboscada al día siguiente. El único herido es el mismo padre Carvajal: “y de todos no hirieron sino a mí, que me dieron un flechazo por un ojo que pasó la flecha a la otra parte. De esta herida he perdido el ojo y no estoy sin fatiga y falta de dolor”.
La expedición continúa descendiendo el río con cada vez más indios amenazándoles, ahora incluso con flotas de piraguas y lanzando flechas envenenadas. Después de muchos días de calvario salen al mar, por fin, aunque los dos barcos cada uno por su lado. Es el 26 de agosto de 1542. El descenso y sus aventuras han concluido. Ocho meses desde los Andes al Atlántico, mientras que se necesitaron diez para atravesar los mismos Andes.
El río se llamó con el nombre que los españoles dieron a estas feroces guerreras, Amazonas, mujeres que parecían surgir de las leyendas y mitos de la antigua Grecia. Aunque, por supuesto, esta historia nadie la creyó en la corte española de su tiempo…al menos en un principio. No obstante en el interior de las mentes se comenzaron a alimentar nuevos mitos, tan dados los europeos de la época a mezclar lo desconocido y lo fantástico. Y eso da para otra historia…

1 comentario:

  1. ¡Así cualquier aprende historia, Javier!

    Excelente, leeré los otros dos.

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