"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

jueves, 18 de julio de 2013

Esto no es Hansel y Gretel- de Marta Querol

La estupenda Marta Querol nos enseña esta versión epistolar de un conocido cuento. ¿Te atreves a comerte el chocolate de la casita?

Esto no es Hansel y Gretel

Primera carta
No sé quién eres, pero espero que si encuentras esta carta, nos ayudes. Mi padre es leñador
y vivimos junto a un bosque muy grande. También tengo un hermano, más pequeño que yo,
Hänsel. Bueno, y hay una mujer que debería ser mi madre, pero no lo es. Por cierto, yo me
llamo Gretel. Las cosas están muy mal en casa. Bueno, y en todas partes, por lo que dicen.
Nosotros hace días que no tenemos casi nada para comer. A mi padre lo veo preocupado;
dice que no gana ni para el pan de cada día. Anoche no se podía dormir (¿por el calor? ¿O te
diste cuenta de que tu padre no podía dormir?). Es que la cabaña es pequeña y se oye todo.
Le decía a mi madrastra que no sabía que iba a ser de nosotros, que no quedaba nada para
darnos de comer.
Ella le contestó que lo mejor era llevarnos al bosque, encender un fuego, darnos un
pedacito de pan y luego dejarnos allí solos mientras ellos se van al trabajo. Así seguro que
nos perderíamos, y se librarían de nosotros.
Mi padre es bueno, y eso le pareció horrible. Él no nos quiere dejar allí, porque sabe
que se nos comerían las fieras. Pero ahora manda esa bruja. Le ha dicho que tiene que
hacerlo, o nos moriremos de hambre los cuatro. Le insistió mucho. Incluso le dijo que fuera
aserrando las tablas para los ataúdes. Tengo miedo. Mi padre, al final, ha accedido por ella.
Mi hermano también está muy asustado, porque lo ha escuchado todo, igual que yo.
Me ha dicho que no esté triste, que él me sacará de esta. Es muy listo. Cuando por fin se han
dormido, ha salido al patio por la puerta trasera, y aprovechando que el brillo de la luna
iluminaba unos guijarros blancos que estaban en el suelo, ha recogido un montón hasta
llenarse los bolsillos.
Dice que no nos abandonarán, que esté tranquila, que el encontrará el camino de
vuelta. Yo he preferido escribirlo en esta carta y meterla en un frasco de compota, por si
alguien la encuentra (la carta). Nos buscarás, ¿verdad? Gretel.

Segunda carta

Mi hermano tenía razón. A las primeras luces del día, antes aún de que saliera el sol, nuestra
madrastra nos despertó de malos modos, diciendo que había que ir al bosque por leña. Nos
dio un pedacito de pan, y nos dijo que podíamos comérnoslo a partir de mediodía. Lo tuve
que guardar yo bajo mi delantal, junto al tarro en que metí mi carta, porque Hänsel llevaba
los bolsillos llenos de piedras. Caminamos hasta el bosque. A cada ratito de andar, mi
hermano se detenía para volverse a mirar hacia la casa. Mi padre le reñía por que se quedaba
rezagado. “¡Atención y piernas vivas!”, le decía.
Cómo Hansel es muy listo, (¿ya lo había dicho?), se inventó que miraba un gatito
blanco, que desde el tejado le decía adiós, pero en realidad no miraba el gato, sino que iba
echando blancas piedrecitas a lo largo del camino. Nuestra madrastra le reprendió, y yo
aproveché para dejar el tarro con mi primera carta en el camino.
Cuando estuvimos en medio del bosque, mi padre nos mandó a por leña. “Para hacer
fuego y que no tuviéramos frío”, dijo. Preparamos una gran hoguera, y cuando ya ardió con
llama viva, nuestra madrastra nos mandó a descansar junto al fuego “porque se iban a cortar
leña”. ¡Con toda la que habíamos cortado nosotros! Dijo que cuándo terminaran, volverían a
por nosotros. Nos sentamos junto al fuego, y al mediodía, cada uno nos comimos nuestro
pedacito de pan. Aún estábamos tranquilos, porque oíamos claramente el ruido de los
hachazos, y eso era que padre estaba cerca. Pero lo que creímos que eran hachazos, era en
realidad una rama que habían atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el
tronco. Al cabo de mucho rato de estar allí sentados, nos quedamos dormidos. Cuando
despertamos ya era noche cerrada. Me eché a llorar. No sabía cómo saldríamos del bosque.
Pero Hänsel me consoló, y me aseguró que cuando brillara la luna, encontraríamos el
camino.
Cuando la luna estuvo alta en el cielo, me agarró de la mano, y gracias a las
piedrecitas que relucían como la plata, fuimos siguiendo la ruta. Tardamos un montón.
Tuvimos que andar toda la noche, y llegamos a casa al amanecer. De camino, recogí mi tarro,
ya que al fin no nos íbamos a perder.
Cuando llamamos a la puerta, nuestra madrastra encima nos regañó, como si nos
hubiéramos quedado allí porque sí. Padre se alegró. Yo creo que le remordía la conciencia
por habernos abandonado. Él no es malo, ¿sabes? No puede serlo. Ahora todo está mejor,
pero seguimos con miedo. Por eso escribo.

Tercera carta

Hemos pasado una época tranquila. Ya ni me acordaba de mi tarro. Pero el hambre ha
vuelto, y la historia se repite. He oído a mi madrastra, mientras estaba en la cama, que le
decía a padre que sólo quedaba media hogaza de pan, y sanseacabó. Otra vez la solución es
deshacerse de nosotros. Nos van a llevar al bosque, pero ahora más adentro, para que no
podamos encontrar el camino.
Padre se ha opuesto al principio, pero ella ni le ha escuchado. Nunca lo hace. Yo
sabía que terminaría por ceder a lo que ella quería. Ya lo hizo una vez, y ahora era más difícil
negarse. Hansel quería salir a por piedrecitas, cómo cuando la primera carta, pero nos han
cerrado la puerta de atrás. Estamos perdidos, aunque mi hermano diga que Dios nos
ayudará. Si encuentras el tarro con las cartas, avisa a alguien para que nos busque. Tengo
mucho miedo. Gretel
………..
Ese día nos despertó temprano, nos dio un pedacito de pan, más pequeño aún que la vez
anterior. Camino del bosque, Hänsel iba desmigando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de
trecho en trecho, dejaba caer pedacitos en el suelo. Padre, nervioso, le empujaba para que
siguiera. Debía tener prisa. Mi hermano volvió a sus excusas. Ahora en lugar de un gato era
una paloma. Pero sólo servían para irritar a nuestra madrastra.
Sembró de migas todo el camino, y yo dejé este tarro, el mismo que ya dejara, y que
ahora encontraron ustedes.
La madrastra nos condujo aún más adentro del bosque, a un lugar en el que nunca
habíamos estado. Se repitió el ritual, igual que la vez anterior. La hoguera, la siesta y su viaje a
Nunca Jamás para coger leña y desaparecer.
Casi no comimos. Hänsel había esparcido su pan por el camino y tuvimos que partir
el poco que yo tenía. Despertamos de la siesta al anochecer. Hänsel estaba convencido de
que volveríamos a encontrar el camino gracias a las miguitas de pan. Pero no encontramos ni
una sola. Se las habían comido los pájaros de aquel horrible bosque. Aun así, intentamos
encontrar el camino, pero fue imposible.
Después de un día y medio dando vueltas sin rumbo, y muertos de hambre como
estábamos —hágase cuenta de que sólo habíamos comido unos pocos frutos silvestres
recogidos del suelo y mi trozo de pan—, nos echamos a descansar al pie de un árbol y nos
quedamos dormidos de puro agotamiento.

A la mañana siguiente reanudamos la marcha, pero cada vez nos adentrábamos más
en el bosque. Ya ni hablábamos para conservar el poco aliento que nos quedaba. Tampoco
nos mirábamos, porque en los ojos del otro veíamos el miedo a la muerte cercana.
Fue, creo, hacia mediodía que vimos un hermoso pajarillo, blanco como la nieve,
posado en la rama de un árbol; y cantaba tan dulcemente, que nos detuvimos a escucharlo.
¿Qué más nos daba ya, si no íbamos a ninguna parte? Cuando hubo terminado, abrió sus alas
y emprendió el vuelo. Parecía una señal, tan blanco, tan bello… lo seguimos. Así llegamos
hasta el lugar en que me han encontrado. Aquí, antes había una casa.
Estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro azúcar. Sí,
no les miento. Era un sueño, con el hambre que habíamos pasado.
Hansel se emocionó, y se lanzó a comer, empezando por un pedacito del tejado; yo,
probé los cristales de la ventana. Eran de azúcar, y me supieron a gloria.
Pero enseguida escuchamos una voz suave que procedía del interior: «¿Será acaso la
ratita la que roe mi casita?» Medio idos cómo estábamos, sólo se nos ocurrió decir: «Es el
viento, es el viento que sopla violento», en lugar de salir corriendo. Seguimos comiendo,
ávidos. Devorábamos a dos carrillos cuando la puerta se abrió bruscamente, y salió una
mujer viejísima, que se apoyaba en una muleta. Lo recuerdo cómo si fuera hoy. Nos
asustamos hasta el punto de atragantarnos y soltar lo que teníamos en las manos; pero
aquella vieja nos invitó a entrar, hospitalaria.
Nos cogió de la mano, y nos sentó a la mesa, donde había servida una apetitosa
comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. ¡Imagínese, con el hambre que
habíamos pasado! Después nos llevó a dos camitas con ropas blancas, y nos acostamos en
ellas. Estábamos convencidos de que habíamos llegado al cielo. El pájaro blanco, la señal…
La vieja parecía ser muy buena y amable, pero, pronto descubrimos que en realidad,
era una bruja que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de pan con
el único objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo
comía.
Tenía los ojos rojizos y era muy corta de vista; pero, en cambio, su olfato era muy
fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos sintió nuestra presencia y nos
preparó aquella trampa. Nos acostamos confiados.
A la mañana siguiente, muy temprano, y mientras aún dormíamos, agarró a Hänsel
con su mano seca, lo llevó a un pequeño establo y lo encerró detrás de una reja.
Entonces vino a despertarme a mí, gritando y sacudiéndome con brusquedad.

Quería que fuera a por agua y guisara para mi hermano. Tenía que engordarlo para…
comérselo. Todavía me estremezco al recordarlo.
Lloré amargamente, pero en vano. Tuve que cumplir los mandatos de la bruja.
Mientras a mi hermano le servía comidas exquisitas, yo no recibía más que cáscaras de
cangrejo.
Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y decía:
—Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo.
Pero Hänsel, que no sé si ya se lo he dicho pero era muy listo, en vez del dedo,
sacaba un huesecito, y la vieja, que apenas se veía, pensaba que era realmente su dedo. Claro
que se extrañaba de que siguiera igual de flaco, pero la trampa coló. Cuando, al cabo de
cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba sin engordar, perdió la paciencia y no quiso
aguardar más tiempo. Decidió comérselo gordo o flaco.
Fui a por agua, con las lágrimas rodando por mis mejillas. «¡Dios mío, ayúdanos!”,
rogaba. Casi prefería que nos hubiesen devorado las fieras del bosque; así habríamos muerto
juntos. Yo era una niña muy romántica, entonces.
A la vieja bruja no le ablandaron mis llantos.
Por la madrugada, tuve que salir a llenar de agua el caldero y encender fuego. Quería
cocer pan, para acompañar, supongo, y había encendido el gigantesco horno. Salían grandes
llamas.
“Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan”, me ordenó. Le vi relamerse
de gusto mientras me lo decía. Estaba claro, que si mi hermano era el primer plato, yo iba ser
el segundo. Pensé rápido. Me hice la tonta, cómo si no supiera como entrar, y ella se brindó
a enseñármelo.
Metió la cabeza en el horno, y la empujé con todas mis fuerzas. Cayó en el interior y,
cerrando la puerta de hierro, corrí el cerrojo. Le aseguro que todavía puedo oír sus gritos por
las noches. Eché a correr, para dejar de oírla y sacar a Hansel del establo donde estaba
encerrado. “¡Estamos salvados!”, gritaba el pobre sin parar, “¡ya está muerta la bruja!”.
Nuestra alegría era inmensa, pero entonces caí en la cuenta. Seguíamos perdidos. Nadie nos
había encontrado. Y quedaba poca comida. Con la bruja muerta, la casa de bizcocho y
chocolate se convirtió en un amasijo de ruinas inmundas, estás que usted ve ahora, sin nada
en ella para comer. Encontramos estas cajas. Están llenas de perlas y piedras preciosas. De
poco nos sirvieron. No se podían comer.

El horno había enmudecido. Nos miramos, y yo le hice un gesto a mi hermano,
señalando la portezuela que lo cerraba. Le juro que él no quería, pero era la única solución en
ese momento.
Mi hermano nunca lo superó. Se dedicó a vagar por el bosque, buscando un camino a casa,
pero siempre terminaba aquí.
Aprendimos a cazar, y gracias a eso sobrevivimos. Pero él… bueno, siguiendo a un pato,
enajenado como estaba, se empeñó en que podría cruzar el río subido en él.
Le intenté disuadir, pero fue inútil, y en un mal paso, el pato se escabulló y
el cayó,… abriéndose la cabeza.
¿Y dice que fue mi padre el que mandó a buscarnos tras morir aquella horrible mujer
que se decía nuestra madrastra? Pues dígale que no quiero verle nunca más. Era malo ¿se lo
había dicho ya? Y después de… ¿cuánto tiempo ha dicho?
Todo esto es mío ahora, el oro, las perlas... Me lo he ganado.
A mi pobre hermano… no lo busque. Es duro sobrevivir en el bosque.
¿Me dará mi tarro de recuerdo?

Marta Querol
http://www.martaquerol.es/

No hay comentarios:

Publicar un comentario