"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

viernes, 9 de agosto de 2013

Tengo hambre- de Rafael Homar

Un relato con algo de mala leche y humor negro del genial Rafael Homar.
Ojito, mejor leedlo en horas de no comer...


Tengo hambre



—Papá, tengo hambre.
—Callate un poco que ahora vendrá tu madre con la comida.
—Pero papá, es que tengo mucha hambre.
—Yo también, y no estoy dando la murga todo el tiempo.
Unos atronadores ruidos intestinales quebraron el momentáneo silencio y se despertó el bebé famélico que metido en una bolsa del supermercado asomaba la cabeza colgado del pomo de la puerta. Su llanto, extremo, más desquiciado que una risa majareta, resonaba en la habitación como una legión de lactantes, y no tenía nada que envidiar a la sirena de una ambulancia. El berrido cacofónico produjo en el padre un súbito mareo, algo así como si estuvieran dando las doce con la cabeza metida dentro de la campana; le taladraba el cerebro igual que la liebre escarba en la tierra. Bizqueando los ojos dijo:
—Ya has vuelto a despertar a tu hermano. Me cago en la leche.
—Lo siento mucho papá, pero es que tengo mucha hambre.
Verdaderamente el niño tenía mucha hambre. Hacía ya días que se habían comido al gato y desde entonces apenas se alimentaban de los hierbajos que crecían al borde de la carretera, los cuales devoraban con la resignación propia de una cabra. Su madre había dicho tenerles preparada una sorpresa y Pepito, que así se llamaba el niño, estuvo un buen rato llorando por la emoción, relamiéndose las babas que le chorreaban de la boca como una cascada mientras soñaba con pegar un mordisco a un filete. Sentado a la mesa el ansia se apoderó de él, acentuando, si más se puede, los síntomas de la severa desnutrición evidente en su cara y su cuerpo. El pobre niño estaba chupado, sucio y desarrapado; tenía los ojos hinchados y amoratados; sus pómulos eran puro hueso y sufría de calvicie infantil, debido a una dieta pobre en potasio.
Finalmente llegó la madre con la comida y puso en el centro de la mesa, ante la expectante mirada de la familia, una cacerola humeante que despedía una peste insoportable. Pepito quedó patitieso y se puso blanco debido al hedor.
Al remover con el cazo aparecieron flotando dos lagartos. Por el cocido andaban también algunos trozos de un tubérculo desconocido, la quijada del difunto gato y un hueso de pollo, muy poco suculento, que la madre le había podido quitar al perro del vecino tras darle una fenomenal patada.
—No hace falta que me digáis que estos putos lagartos están un poco duros. Los muy jodidos. Hala, a comer.
La peste bubónica se hacía mas evidente al tener el plato delante de las narices, y tal si hubiera inhalado gas mostaza Pepito tuvo un ataque de náuseas y prorrumpió en una profusión de arcadas espantosas antes de quedar traspuesto sentado en la silla. El padre, para dar ejemplo, sorbió con la cuchara el repulsivo liquido de aspecto fecal que en su camino al estómago fue provocando diversas reacciones de rechazo, que se manifestaron en su cara con una secuencia de gesticulaciones de horror.
En ese momento un palomo aterrizó en el alféizar de la ventana. Atónito se quedó el padre un momento antes de reaccionar y emprender una furibunda carrera por la sala con intención de cazar al pájaro, el cual, ante semejante escena huyó despavorido; pero el padre saltó por la ventana con tal afán que le permitió enganchar al palomo, cayendo los dos hacia el suelo en mortal pirueta desde una altura de más de veinte metros.
El muerto viviente se convulsionaba en el suelo con espasmos inconexos regurgitando borbotones de sangre a su alrededor cuando su familia llegó a su lado. Ambos se acercaron muy lentamente llorando desconsolados arrastrándose por el suelo. ¡Papaito! ¡Papaito!, gritaba el niño llorando a moco tendido. El padre, que mantenía aún agarrado al pájaro, al tener a su mujer cerca, estiró los brazos para dárselo, y con su último aliento dijo:
—María, por favor, dale de comer al niño.



Rafael Homar
http://rafaelhomar.blogspot.com.es/

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