"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

miércoles, 4 de marzo de 2015

La otra senda-de Blas Malo

Blas Malo es un escritor de corte histórico con pocos libros en su haber( por ahora) y mucho en la chistera. Desde que empezó con "El esclavo de la Al-Hamra" en Ediciones B no ha parado. Además, lleva desde hace pocos años en sus espaldas el peso de las Jornadas de literatura histórica de Granada", encuentros que van creciendo en calidad e importancia. El trabajo, si se hace, hay que hacerlo bien, y Blas es una muestra de ello.
Retrocedamos en este relato, de corte histórico aunque con una inquietante presencia que se sale de lo normal, hasta la época del Imperio Romano de Oriente, hasta el momento del emperador Justiniano...

La otra senda
En Constantinopla miles de espectadores gritaban en el hipódromo, llenándolo de insultos con sus voces y de huesos de aceitunas, escudillas, pequeños guijarros, higos secos a medio comer y de todo aquello arrojadizo que estuviera a su alcance. En la arena, dos hombres encadenados con grilletes en pies y manos avanzaban fatigosamente tras sufrir el tormento de la tortura, y desde lo alto del palco imperial el emperador rio a carcajadas contemplando la humillación de los usurpadores. Pero su risa no era humana. Los patricios y los grandes terratenientes que estaban a su lado obligados por el temor a una muerte espantosa sonreían con una risa falsa y sardónica mientras gruesas gotas de sudor recorrían sus frentes y descendían por sus rostros hasta caer sobre los suntuosos ropajes senatoriales.
—El ejército de los búlgaros está a las puertas, merodeando como perro esperando un hueso de su amo, y él todavía cree que podrá eludir la muerte. Que Leoncio y Apsimar hayan fracasado no significa que haya vencido —murmuró uno de los senadores a otro.
— ¡Cállate! ¿Quieres conocer la arena tú también? ¡Dios bendito, aléjate, que creo que nos ha oído!
El emperador comía uvas negras con furia y las esferas maduras estallaban en su boca liberando sus jugos como si fueran sangre. Después, limpió sus manos con un lienzo púrpura que le ofreció un sirviente. Los dos cautivos terminaron la larga vuelta alrededor de la espina central del hipódromo y los guardias a caballo que tiraban de ellos y sus cadenas se detuvieron bajo la vista del palco imperial, desmontaron y les obligaron a arrodillarse.

Exultante, el emperador Justiniano se levantó de su asiento y alzó la mano derecha, exigiendo silencio al populacho. El heraldo, la boca del emperador, levantó la voz para que todos le oyeran. Treinta mil almas callaron, atentas a aquél que hablaba en nombre de quien tenía en sus manos respetar Constantinopla, o destruirla por medio de sus aliados búlgaros.
— ¡El emperador Justiniano, el segundo de su nombre, ha alcanzado la gracia en Dios, y con él, el legítimo trono ha sido restaurado! ¡La sangre de Heraclio y su linaje están destinados a no perecer nunca, y sus enemigos conocerán el castigo destinado a los que se oponen al igual entre los apóstoles! ¡En verdad, el emperador es un elegido por Dios vivo, y en su santa palabra está su justicia y su poder! ¡Subid a los dos reos de traición a la presencia del emperador!

— ¡Mira su rostro, míralo! ¿Acaso crees que no sé lo que está pensando? ¡Sangre y sólo sangre! —continuó entre dientes el primer senador.
— ¡Calla! Va a hablar.

El emperador Justiniano miró hacia su derecha, hacia los dos senadores, que palidecieron, porque, ¿quién podría sostener su mirada al contemplar sus facciones desfiguradas? ¿Quién no le tomaría como reflejo de la Muerte al sentirse petrificado por su rostro anguloso, su sonrisa cruel y la terrible mutilación que había arrancado su nariz de cuajo?

Él recordaba vívidamente el día de su deposición, dos años atrás. El logothete Teodoto y Esteban el persa, su secretario, habían oprimido tanto a los ciudadanos de la capital en su sedienta búsqueda de oro destinado a los delirios de grandeza del emperador, que Leoncio, comandante y miembro de la aristocracia extorsionada hasta la asfixia por los dos codiciosos ministros, se sublevó junto a los pretorianos, y con el apoyo del patriarca y de una facción del hipódromo logró arrebatarle el trono. Justiniano aún sentía el peso terrible de las cadenas, y el peso aún mayor de los salivazos que los aristócratas le arrojaron desde las gradas, las mismas gradas en las que en ese momento se sentaban quienes decían alegrarse de su retorno. Le perdonaron la vida. A cambio, antes de ser decretado su exilio, le mutilaron para siempre y con ello ardió su alma.

Blas Malo (fragmento de "La otra senda", perteneciente a la antología solidaria -donación a Save The Children- y de relatos fantásticos "Leyendas de la caverna profunda"). Por sólo 1 euro. Puedes adquirir esta antología en www.1libro1euro.es




Blas Malo (breve biografía)
Blas Malo (Alcázar de San Juan, Ciudad Real, 1977) vive y escribe en Granada, ciudad de adopción. Ingeniero y lector voraz, y un apasionado de la historia, ha dado conferencias sobre literatura histórica y ha organizado rutas literarias en Granada por los escenarios de sus escritos.
Ha visto publicadas tres de sus novelas con Ediciones B: 'El esclavo de la Al-Hamrá', 'El Mármara en llamas', y "El señor de Castilla".

Su página web donde hallar más información es www.blasmalopoyatos.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario