Hoy le toca el turno al compañero de foros Blas Malo y su Esclavo de la Al-Hamra, ya que se lo merece. Se lo merece porque es un escritor novel, porque hay que darle un empujón en el difícil mundo editorial, y porque la novela es bastante interesante y está causando furor en ventas. Desde aquí le envío muchos ánimos y mis más sinceras felicitaciones. ¡Enhorabuena, Blas!
A continuación os presento un fragmento de la vida de uno de los personajes de la novela. Esto que vais a leer NO está en la misma, ojo. Es un pasaje que Blas muy bien ha escrito como trasfondo a su historia central, lo cual dice mucho en favor de la labor concienzuda que ha realizado para dar verosimilitud a su novela.
Aquí os lo dejo. Qué ustedes gusten.
Hassan siempre había querido ser soldado. Era el destino que pendía sobre su familia. Desde que podía recordar, todos sus parientes masculinos habían vivido por y para el ejército nazarí. Su abuelo había muerto en la terrible derrota del Salado. Su padre había muerto en Iznajar, víctima de los delirios de grandeza de un alarife enloquecido. El primogénito de cada una de las generaciones de la familia de Hassan, desde que su familia llegara allí desde Arabia siglos atrás, estaba predestinado a una muerte violenta.
Por ello, aunque su familia no vio con buenos ojos a que se alistara en el ejército antes de engendrar descendencia, no se opuso a su decisión. Cuando se ofreció voluntario para marchar a la frontera el oficial de reclutamiento se extrañó de su juventud.
—Eres demasiado joven. ¡No durarías ni un día en el campo de batalla!
El joven, de sólo once años, se arrojó contra el oficial, a quien pilló sorprendido. Lo derribó al suelo. Pero el oficial se libró de sus puños y le arrojó contra la pared, le tendió sobre la mesa y le puso un puñal sobre el cuello.
—¡Enséñame!¡Enséñame! —pidió el joven, y el oficial, aún asombrado por su osadía, le destinó a la Qadima, la antigua fortaleza zirí.
Allí adiestraron a Hassan a sangre y fuego. Antes de concederle el honor de una espada sufrió terribles tormentos. Le hacían subir y bajar cubos de agua días y noches interminables por todas las escaleras de la alcazaba. Le hacían luchar y pelear días enteros sin agua ni comida. Las ratas huían a sus pasos, víctimas de sus trampas y de sus dientes. Las palizas eran diarias. Todas las noches le despertaban para atormentarle.
—¿Por qué no te rindes? ¡Regresa a tu casa! ¡No eres digno de ser un soldado nazarí! —le gritaban día y noche mientras le pegaban.
—¡Alá me ha elegido! ¡Es mi destino!
Y el oficial de reclutamiento recibía informes sobre sus progresos con satisfacción.
Sus músculos se fortalecieron. Su estatura aumentó. Sus huesos se ensancharon por el terrible esfuerzo. Sus puños encontraron al fin un objetivo, un rostro, un cuerpo. Empezaron a temerle. Cada día tenía más y más fuerza. Y llegó el día en que le dieron una espada.
—Eres fuerte, muy fuerte, pero ahora debes mostrarme qué puedes hacer con una espada en la mano —y el oficial se lanzó contra él, para tantearle. Pero lo que no sabía era que en secreto Hassan había practicado, día y noche, dentro y fuera de la fortaleza. Hassan devolvió golpe por golpe, y le arrojó al suelo, amenazándole con matarle. Otros guardias desenvainaron, dispuestos a detenerle.
—Te burlaste de mí. Pero soy un elegido. ¡Alá quiere la gloria para mí!
—Entonces, estás listo para ir a la guerra.
En su primera incursión contra las tierras cristianas de la llanura del Guadalquivir, ganó un gran renombre entre su batallón. Se batió a muerte contra todo aquel cristiano que se cruzó en su camino. La sangre escurría por su hoja, y en medio del fuego, un soldado cristiano se atrevió a detenerle. Era joven, como él, y había fuego en sus ojos.
—¡Ven!¡Acércate, vamos!
—¡Hoy estarás en el paraíso!
El enfrentamiento fue feroz. En los ojos de su contrincante, bien adiestrado, fuerte y vigoroso, leyó lo que había sospechado siempre: que Madinat Garnata estaba condenada. Todos los esfuerzos de su familia habían sido en vano, porque la guerra no podría mantenerse indefinidamente. El reino estaba rodeado de enemigos sedientos de sus riquezas. El reino nazarí era una isla en medio de una mar arbolada de cruces y espadas. Hassan tropezó y cayó al suelo. Su enemigo rió, dispuesto a matarle. Pero por un don divino Hassan comprendió las palabras que le dirigió el castellano.
—¿Crees de verdad que vivirás para siempre? ¡La Al-Hamrā está condenada! ¡Muere y maldice en vano!
Con una ira súbita, Hassan se revolvió, recibió una, dos cuchilladas, pero derribó al cristiano y lo ahogó con sus propias manos, insensible al dolor y a las heridas. Le descubrieron, herido, y le llevaron a un hospital de campaña, donde se debatió entre la vida y la muerte durante días. Soñó con su padre, con su abuelo, con su hermano, todos muertos en batalla.
—Aún no ha llegado tu hora —le dijeron, y regresó de las sombras el día de la visita del ministro Ibn Al-Jatib.
—¿Quién es?
—Hassan ibn Hassan, señor. Ha luchado como un león contra los castellanos. Todos los soldados le aclaman por su valor.
—Entonces, merece una recompensa. Traedme una ūqda. —Era la enseña que se otorgaba al jefe de un escuadrón. En cuanto Ibn Al-Jatib se la puso en las manos, Hassan salió de su inconsciencia.
—¿Quién eres? —preguntó aturdido por la multitud de caras que le miraban.
—Soy Ibn Al-Jatib, Jefe de la Chancillería, y tú, desde ahora, serás Hassan, el nāzir. Ocho hombres dependerán de ti, y serás responsable de sus vidas y de sus almas. ¡El sultán estará orgulloso de ti! ¡Eres un león de la fe, un elegido de Alá!
Hassan sonrió. Lo había sabido siempre.
Si te interesa saber más, pásate por la web de Blas o visita su Blog:
www.blasmalopoyatos.com
http://lenegaron27.blogspot.com
Espectacular,increiblemente bien escrito. Me has convencido, voy a buscar el libro.
ResponderEliminarMi enhorabuena por la labor que haces enseñandonos nuevos libros. Gracias.
Un saludo
Jesús
Hola Javier, gracias por dedicar la entrada a mi libro. Toda ayuda es poca. Me encanta este relato, por eso te pedí que lo seleccionaras de entre los demás "extras", y me alegro que sea del agrado de más lectores.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Jesús, ¡me alegro que te guste! Puedes encontrar el libro e cualquier centro comercial y casi en cualquier librería. Espero que su lectura te sumerja en una época fascinante a la sombra de la Al-Hamra.
ResponderEliminarUn saludo
Este Blas, está que no para, Beren. Es una gran alegría ver cómo ha llegado y está triunfando. Gracias por darlo a conocer. Un abrazo.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que la cosa vaya adelante, un fuerte uah por nuestro amigo Blas (¡Uah!).
ResponderEliminarYo espero tener suerte mañana y disponer de mi coche para ir al pueblo de al lado a ver si lo encuentro, porque lo que es en el mío... la conversión de la librería en mercería sigue para adelante.
Un abrazo, y por cierto, mis felicitaciones al autor, buena lectura xD.