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"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"
San Agustín
San Agustín
domingo, 17 de octubre de 2010
El final del Ave Fénix
Marta Querol es una joven escritora actual con un gran futuro. Finalista del Premio Planeta del 2007 gracias a "El final del Ave Fénix", acaba de reeditar su novela en manos de una nueva editorial (Aladena). Con un escrito de fácil lectura, fresco y con "garra", desde aquí le envío un fuerte ánimo en su nueva andadura, porque se lo merece. En mis pocos meses en que hemos contactado a través de foros, adivino una personalidad positiva, activa y muy trabajadora. Actitud que, sin duda, le ayudará a hacerse un hueco en el difícil mundo de las publicaciones.
Con su permiso, aquí he colocado un fragmento del primer capítulo, para que lo saboreéis.
¡Mucho ánimo, Marta!
Fragmento del Capítulo primero.
Nacida en Ávila, en el seno de una familia muy
estricta, Dolores Atienza era la más pequeña de cuatro hermanos.
Su padre, Don Gonzalo, era militar. De mano firme
y correa suelta, a sus hijos varones los había criado
siguiendo el popular dicho español de entonces, la letra y la
disciplina, con sangre entra, lo que venía a ser lo mismo que a
correazo limpio. Quedó viudo con cuatro niños pequeños,
y pronto pidió el traslado a Alicante donde un familiar le
había buscado una esposa joven y dispuesta que le cuidara
de la casa y los hijos, algo muy habitual en aquellos
tiempos. Hubo suerte, y la mujer elegida resultó ser una
persona excepcional, una verdadera madre para aquellos
cuatro niños, huérfanos, con un padre que paraba poco en
casa y que, cuando lo hacía, parecía continuar arengando a
la tropa. Ascensión, que así se llamaba, era paciente y
sumisa, condiciones necesarias para sobrevivir al carácter
intempestivo y colérico de Don Gonzalo, y le encantaban
los niños. No era fuerte, y siempre temió no poder
engendrar, así que para ella fue una alegría encontrarse con
aquellos niños aún por criar. La convivencia junto a Don
Gonzalo no iba a ser un camino de rosas, lo sabía, pero,
¿quién tenía un camino de rosas en aquellos años? No le
pedía mucho a la vida y estaba recibiendo más de lo que
había soñado. Si el precio era aguantar a aquel hombre diez
años mayor que ella de modales rudos, pues qué le iba a
hacer.
Dolores casi no recordaba a la madre que la trajo al
mundo, ya que cuando murió, ella tenía sólo tres años, pero
su nueva madre, aquella mujer dulce y buena, de finas maneras
y educación impecable, se convirtió en su refugio y
punto de referencia en aquella casa con exceso de
testosterona.
Lolo, como la habían apodado desde pequeñita, rara
vez se veía bajo las presiones y castigos físicos a los que su
marcial padre infligía a sus hermanos. Ella sabía como aplacarlo.
Era una niña tranquila, dulce y de apariencia sumisa,
que daba pocos problemas. Tenía cara de ángel. El pelo,
suave y castaño, se ondulaba creando bucles amplios y
brillantes que caían hasta media espalda. La cara era un
óvalo perfecto de un blanco traslúcido, con una amplia
frente muy proporcionada que parecía un lienzo donde
dibujarse aquellos ojos de un azul clarísimo, en los que
siempre se adivinaba un ligero desdén. Sus andares
pausados, le daban un aire ingrávido. Y ya a temprana edad
era consciente de sus encantos, moviéndose con una gracia
innata, esa que muchas mujeres adultas se esfuerzan por
conseguir y nunca logran.
No era de extrañar que aquel gigante con botas y
correa de cuero ablandara su autoridad cuartelaria ante
aquella jovencita angelical. Lolo no le temía. Muy al
contrario, sentía adoración por él y sabía cómo salirse
siempre con la suya, sin aspavientos ni rabietas, bordeando
los límites de la férrea disciplina paterna.
Desde muy niña admiraba su marcialidad, con aquel
porte que le daba el almidonado uniforme a pesar de su
oronda figura. Lolo gustaba de acariciar las dos estrellas de
seis puntas que adornaban su guerrera, casi tanto como
tirarle del fino bigote, siempre tieso, que se erguía sobre las
comisuras de los gruesos labios, aunque esto último a su
padre le resultaba insoportable. La niña pensaba que debía
ser el hombre más importante del ejército, ignorando que el
bronceado de su tez evidenciaba las largas horas pasadas en
el patio lejos de puestos de auténtica responsabilidad. En
realidad no era más que un teniente, y mandaba más en
casa que en el cuartel. A Don Gonzalo no le pasaba desapercibida
aquella devoción de su hija, e hinchaba el pecho,
ufano, esperando sus muestras de admiración; y la niña,
más consciente que él de la situación, manejaba su dulzura
con mano de hierro para conseguir lo que quería.
Sus hermanos no tenían tanta suerte, por lo que Lolo,
que los adoraba, conforme fue creciendo, aprendió a utilizar
también sus habilidades para apaciguar los arranques de
su colérico padre y librarlos de más de una paliza. Era
cómplice en sus juegos y salidas, cubriendo sus escapadas
para evitarles un castigo seguro. Compartían conversaciones
y confidencias; a través de sus hermanos, Lolo había
llegado a tener un conocimiento de la psicología masculina
que le sería de mucha utilidad en años venideros. Con el
que más complicidad sentía era con Javier, el que la precedía
en edad.
La familia disfrutaba de una posición acomodada para
la época. Dolores se había criado con doncella y cocinera, a
las que manejaba y ordenaba con una firmeza impropia de
una niña. Había heredado el famoso genio de los Atienza y
la belleza de su difunta madre. Una combinación peligrosa.
Desde niña tuvo claro que esa era la vida para la que
había nacido. Eran tiempos difíciles, con unas marcadas
diferencias sociales de las que la pequeña Lolo fue consciente
muy pronto, y su determinación fue mantenerse
siempre en el lado afortunado.
A los dieciséis años ya sabía lo que quería para su
futuro y era evidente que para conseguirlo debía salir del
hogar paterno, donde sus ansias de libertad estaban coartadas.
Adoraba a su padre, pero no el control al que los
sometía y que, llegada a esa edad en que empiezas a tener
voluntad propia, le pesaba tanto o más que a sus hermanos,
que por ser hombres tenían cierta libertad de movimiento.
Ahora era ella la que se encontraba recluida en un aburrido
cuartelillo del que luchaba sin éxito por escapar. Madura y
decidida a pesar de su juventud, tenía claro que la única
salida decente en aquellos tiempos, era casarse. Estaba
convencida de que no le sería difícil encontrar el hombre
adecuado.
Con los años se había convertido en una atractiva
joven, con gran seguridad en sí misma. Sus proporciones
eran perfectas. Más alta que la media, presumía de unas
piernas largas y bien torneadas, terminadas en unas proporcionadas
caderas, la cintura menuda y un pecho generoso y
bien puesto, que había aprendido a lucir con la discreción
justa y necesaria. Siempre mantenía un aire altivo y distante,
que desaparecía a voluntad cuando dispensaba su codiciada
sonrisa.
Tenía un gusto exquisito para la ropa, elegante, sobrio
y femenino, el complemento perfecto para la delicada educación
que se habían esmerado en darle. Su formación
había sido corta en ciencias pero selecta en humanidades.
Declamaba, tocaba el piano, bailaba, bordaba, y escribía
con una letra digna de una princesa. Una auténtica dama.
Su capacidad para seducir era infinita y, sabedora de ello,
estaba dispuesta a utilizarla.
Muchos jóvenes y no tan jóvenes pretendían su favor.
Compañeros y amigos de sus hermanos habían intentado
acercarse, armados de valor, a la joven y distante Lolo, pero
ninguno reunía los requisitos que ella buscaba. Demasiado
inmaduros, demasiado sosos, demasiado pobres… Debía
elegir bien a su futuro marido. Su atractivo era tal, que
incluso algún compañero de su padre la miraba con anhelo,
aunque sabiendo como se las gastaba Don Gonzalo se cuidaban
de hacer ningún comentario. Y tampoco ella les daba
alas, que aquellos, por supuesto, eran demasiado mayores.
La Nochevieja de 1932 iba a ser muy especial. Su
padre había accedido a que cenara en el Club de Regatas
con los mayores. Acababa de cumplir diecisiete años y su
puesta de largo ya había sido un pequeño acontecimiento
en la alta sociedad alicantina. La fiesta de Fin de Año tenía
que ser la guinda a su entrada en sociedad. Estaba emocionada.
¡El Club de Regatas! Ese iba a ser su día. Y no
se equivocaba.
Marta Querol Benèch
www.martaquerol.es
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Efectivamente es de fácil lectura y atrayente. Me ha enganchado y voy a ver si lo consigo.
ResponderEliminarMi enhorabuena a Marta y a tí por haberlo traído para que lo conozcamos.
Un saludo
Jesús
Hola Javier, yo lo compré de la primera edición y me encantó. Así que no tengáis miedo de leerlo.
ResponderEliminarUn saludo
Sí, Jesús, va a haber palos por conseguir un ejemplar a este paso...:)
ResponderEliminarEl cápítulo lo tienes en su página web.
Un saludo, Jesús, y gracias por seguir siendo un habitual, que se agradece.
Hola, Blas, ya te echaba de menos por aquí. Pues si tú lo dices, con más razón para echarle el guante.
ResponderEliminarGracias por la visita, Blas.
Muchísimas gracias por la entrada Javier, te dejé un mensaje pero voló, y aquí vuelvo, y de paso agradecer también a los demás sus comentarios. Hoy he salido en la tele y precisamente os he nombrado tanto a tu blog como a Blas :-)
ResponderEliminarHola Marta! Como te dije es un honor que pases por aquí.
ResponderEliminarGracias a ti, por supuesto. Si con las escuetas muestras en los blogs se consigue que al menos una persona más se interese por escritos que valen la pena como el tuyo, la misión está cumplida.
¿Y qué es eso de que has nombrado el blog en la tele...? ¡Dios, eso se avisa, leñe! Ele la gracia...:)
Vaya, como se mueve esto, pido disculpas por mis ausencias, pero esto de ser estudiante... es duro.
ResponderEliminarMucha suerte a nuestra amiga Marta, como dije en otra ocasión, bonita portada.
Un abrazo.
Hola J.J! Afortunadamente sí que se mueve, que si no esto se acaba incluso antes de empezar, y ni mucho menos. Pero no me pongas excusas si después haces pellas...:)
ResponderEliminarGracias una vez más por comentar. ¿Dónde estaría este blog sin incondicionales?
Vamos, no me regañes por hacer pellas, que las hago porque en clase no me dejan estudiar para los exámenes...
ResponderEliminarEn serio, me mandan trabajos chorras y ejercicios chorras... que no sé qué hacer, y afortunadamente, hasta la semana que viene, parece que soy libre xD. Hasta nuevo aviso, claro xD.