"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

jueves, 15 de septiembre de 2011

El Vuelo del Dragón Negro


Para reanudar estos días de paroncillo, os dejo un fragmento de "El Vuelo del Dragón Negro", de Juan Jesús Hernández Gómez, Ithur en los foros. Perteneciente a la saga de Los Diez Reinos, se trata del segundo libro publicado de este joven y prometedor escritor. Inquieto, crítico donde los haya, y con un futuro que auguro extenso en el panorama español, desde aquí lo animo a seguir desbordando su imaginación para deleite de sus seguidores.



EL VUELO DEL DRAGÓN NEGRO

La cálida brisa acariciaba sus mejillas enrojecidas por el torrente de lágrimas.
Sus ojos pardos escudriñaban el horizonte, como si quisiera que las olas le trajesen lo perdido. La larga melena, igualmente parda, se agitaba al son del viento, acariciando la piel clara de la adolescente.
―Te quiero ―susurró al viento entre sollozos.
La joven algana lanzó al agua unas bonitas flores y las observó mientras que estas flotaban entre las olas, las cuales morían en las rocas que rodeaban la playa, donde hacía algún tiempo se había estrellado un buque tras un ataque.
Deseó que el viento llevase sus palabras hasta su prometido, quien no había sobrevivido al naufragio, aunque su cadáver no había aparecido. Rezó para que las oyese, sin importar dónde se encontrara.
―Debes ser fuerte, Pora ―pidió la droida que tenía a su lado.
Silvana, la joven droida que poco tardaría en dar a luz, abrazaba a Pora, intentando aliviar su dolor. El pelo largo y rubio de la muchacha se unió a la danza del viento.
Las droidas eran una raza de mujeres que vivía en los bosques de Angak, magníficas guerreras que dedicaban sus vidas a la protección de los caminos y la seguridad de los viajeros en los límites del reino. Siempre tenían el pelo rubio y normalmente sus ojos eran verdes o azules; en el caso de Silvana, de un intenso color esmeralda. La chica tenía la piel clara y apariencia delicada, aunque en realidad, era tan dura como el mejor de los guerreros.
―No olvides que Gathel aún alberga esperanzas de encontrarlo con vida ―la animó Torgam.
El rey de Angak estaba imponente, allí, junto a su esposa Silvana y con el desnudo torso vendado tras una terrible herida de la que aún se resentía. En su cinto había dos cimitarras, hermosas pero letales; no en vano el chico era conocido como uno de los mejores guerreros del mundo. Poseía un largo cabello tan negro como sus ojos. Apuesto y tímido en apariencia, observaba el agua con tristeza, deseando que su amigo hubiese tenido alguna oportunidad.
―Pero aun así, ella también ha derramado muchas lágrimas, y reza por él cada noche ―sollozó Pora sin apartar su mirada del océano.
―Seguro que no hemos encontrado su cuerpo porque sigue vivo ―la alentó Silvana con muy poca convicción en sus palabras.
¿Qué podría hacer ella ahora? Ella, una muchacha que perdió todo lo que tenía a manos de unos soldados aldorns, que destruyeron su hogar, mataron a los suyos y la arrastraron a la oscuridad para arrebatarle con violencia su virtud.
Lo único bueno que le había sucedido era conocer a Revan, enamorándose de él, y la promesa de convertirse en su esposa, pero ahora…
―…No está. ―La voz de la algana era un murmullo.
Néramdel, la joven y atractiva sacerdotisa del dios Ne, también estaba allí, mostrando sus respetos ante el lugar donde, supuestamente, habían perecido Revan y Astle. Los ojos dorados de la muchacha nizu escudriñaban la lejanía, y
sus rubios cabellos fl otaban tras ella.
Los ojos de Pora observaban cómo las fl ores fl otaban en las saladas aguas, separándose más con cada embate del oleaje. En su mente se hizo una imagen de su prometido, y de sus ojos pardos brotaron nuevas lágrimas que rodaron por sus enrojecidas mejillas. Nunca más volvería a verle, ni a sentir sus cálidos abrazos o sus tímidos besos. Era demasiado castigo.
―Te echaré de menos ―sollozó, y el viento arrastró sus palabras, llevándoselas en forma de ligera brisa que hacía ondear sus pardos cabellos―. Nunca más volveremos a reír juntos.
Sintió que alguien la abrazaba y miró hacia la persona que intentaba animarla.
Era Torgam. El joven rey de Angak había sido el mejor amigo de su amante perdido.
―Ojalá nos equivoquemos, y Revan esté bien ―musitó al oído de la chica.
―Ojalá… ―repitió Pora, y de nuevo el viento se llevó sus palabras―… sea cierto.
Torgam apretó más el abrazo, pues sabía lo doloroso que resultaba perder a alguien. Era terrible, pues el ciclo de muerte que había conformado la vida del
guerrero se había cobrado otra vida más, y él sin embargo seguía entre los vivos sin poder hacer nada.
Las lágrimas que rodaban por las enrojecidas mejillas de Pora cayeron al agua, y la muchacha observó el refl ejo de sus ojos pardos, hasta que una astilla enturbió la imagen, fl otando ante ella, como si de una muda burla por parte del océano se tratase.
―¿Por qué él? ―preguntó la atribulada joven, sin saber a quién.
―No te tortures más, por favor ―pidió una nueva voz.
Se trataba de Barok y Edfarnod. El primero era un trampero que llevaba a su espalda una maza casi tan grande como una persona de estatura media, con terribles clavos para herir a sus víctimas cuando las golpeaba con ella. Su pelo y su barba eran una maraña de color rojo óxido. Tenía un cuerpo enorme, de unos siete pies de altura. El segundo, Edfarnod, era fornido, y a su espalda colgaba una terrible hacha que había cobrado muchas vidas desde que el viaje se iniciara.
Tenía una barba revuelta y tan castaña como su pelo.
―Si al menos supiese lo que ha sucedido realmente, o tuviese algún cuerpo para enterrarlo y llorar ante una tumba, sería diferente. Pero sin nada…
Tal vez era bueno no haber encontrado el cuerpo de Revan. Pora no podía dejar de pensar en cómo estaba el cuerpo de Vult cuando lo hallaron. Vult era el único guerrero experimentado que había estado con Revan cuando desapareció.
Los hijos de Ne, monstruosos habitantes del lugar, habían devorado casi todo el cadáver, y todos sentían angustia, pues temían encontrar a Revan en el mismo estado.
También se acercaron Rufrak y Gathel: Rufrak era un hechicero, adepto del dios Obul, señor de los animales. Alto y delgado, de pelo corto y barba espesa, ambos encanecidos por los años y su insana manera de vivir. Gathel era hechicera,
adepta de Robal, señor de la naturaleza. Ella era seria, de pelo muy largo y tan oscuro como sus ojos. Habría sido atractiva de no ser por su dura mirada; a pesar de su edad, que pocos conocían, sólo alguna que otra arruga cruzaba su
rostro, claro y fi rme. Ellos dos habían cuidado de Revan desde que cayó en sus manos, siendo un bebé huérfano, hijo de reyes.
―Gathel y yo hemos estado rastreando el bosque ―dijo Rufrak―. Pronto sabremos si vive; tenemos mucha ayuda.
―No obstante, nos queda el riesgo de que los aldorns hayan capturado a Revan y a Astle ―comunicó Gathel con su habitual sinceridad.
Pora dejó escapar más lágrimas ante la simple idea. Torgam mantuvo su abrazo para consolarla y ella se sujetó con fuerza, convulsa en su llanto.
―Revan está bien, y no creo que quisiera verte llorar ―dijo para animarla.
―¿Por qué crees que está bien? ―inquirió la chica.
―Yo he sobrevivido a una fl echa en mis entrañas ―explicó él con tranquilidad―. ¿Revan no va a sobrevivir a un simple naufragio?
―Torgam, comprendo que quieras ayudarme, sin embargo te pido, por favor, que no me des falsas esperanzas. Sabes tan bien como yo que apenas hay posibilidades de verlo con vida otra vez.
―Pora…
El guerrero se apartó de ella y la miró. Silvana acarició su hombro, preocupada por ella.
―No quiero que os preocupéis por mí ―advirtió, mirando hacia el horizonte.
No quería mirar a los ojos de nadie―. Y quien menos debe preocuparse eres tú, Silvana, que bastante tienes con los hijos que esperas.
―Los gemelos aún no han nacido ―le recordó Torgam―. En cambio, Revan…
Rufrak apoyó su mano en el hombro de la chica, imitando a la droida.

―Esta noche, beberemos en honor a Revan; tras eso, no volveremos a llorar por él, ni por Astle, nunca más. ¿Entendido?
Pora sonrió y los demás observaron la apenada sonrisa, sintiendo lástima por la desgraciada adolescente.
Cuando por fi n todos abandonaron la playa, ella quedó rezagada; quería lanzar una última mirada a las fl ores que aún fl otaban en el mar.
―¿Qué ha sido de ti? ¿Adónde te ha llevado el destino? ―Lanzó un doloroso suspiro antes de alzar la mirada al cielo―. Te quiero, Revan.
Y el viento volvió a elevar las palabras de la enamorada joven, tal vez para que pudiera oírlas su amado.



Juan Jesús Hernandez Gómez


"El Vuelo del Dragón Negro" se publica en la Editorial Edalie (www.edaliepb.com)

Blog crítico del escritor: http//ex-mundo.blogspot.com

1 comentario:

  1. Vaya, colorado me veo, amigo, colorado me veo, espero que sea cierto, no me importaría tener éxito en la literatura, pero los pies la tierra, de momento, a centrarse en entrar a este mundillo que comparto con tantos buenos amigos.
    Gracias por compartirlo.
    Saludos.

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