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San Agustín
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miércoles, 31 de agosto de 2011
El Amazonas (IV), el gran herido: El caucho
>“En la provincia de Esmeraldas crece un árbol llamado hevea. Con una simple incisión segrega un líquido blanco como la leche que se endurece y oscurece poco a poco al aire. Los Indios Maya llaman a esta resina que extraen cahuchu, que significa árbol que llora”
Charles Marie de La Condamine
Cuando el eminente científico La Condamine regresó de su viaje por el Amazonas allá por el siglo XVIII, como ya se contó en el anterior capítulo, llevó a la Academia de Ciencias de París sus escritos, que causaron un gran interés. Pero lo que especialmente llamó la atención fueron las notas en las que hacía referencia a unas “jeringas”:
“Los Portugueses han aprendido de los indios Omagua a fabricar unas bombas de jeringa que no necesitan émbolo. Se llenan de agua y, al presionar, hacen la misma función que una jeringa común”
De este modo aparece a los ojos del mundo el caucho, abriéndose camino a una de las más importantes conquistas de la tecnología industrial europea.
Los indios conocían este elemento desde tiempos inmemoriales, además de las técnicas de su utilización. Así, la pelota con la que jugaban los mayas en centroamérica era de caucho, o también los mazos de los tambores del alto Orinoco, por poner algún ejemplo.
Una vez los europeos observan el partido que pueden obtener de su comercialización se ponen en funcionamiento, aunque en un principio el caucho sólo se utilizará para moldear el látex o realizar botas y recipientes. A partir de 1850 se produce un aumento fulminante de la demanda internacional, principalmente debido al incremento del uso de la bicicleta y automóvil, así como a los hallazgos de algunos inventores. Como nota curiosa, el primer objeto manufacturado de caucho en Europa será la goma de borrar, y se bautizará como “borrador indio”.
Pero el invento del neumático (1839) ligará definitivamente la historia de este árbol al automóvil. En 1888, un veterinario irlandés que arreglaba el triciclo a su hijo de diez años, inventa el primer neumático con válvula y decide patentarlo. Se llama Dunlop. Cuatro años después, un francés, Michelín, fabrica el primer neumático desmontable. Y estalla el boom.
Las plantaciones de caucho se multiplican en poco tiempo en la Amazonia, que pronto consigue el control de los precios y el monopolio total, centrando el principal punto de partida del caucho en Manaos, antiguo fortín portugués que ahora se transformará en el puerto más navegable de todo el amazonas y en una de las ciudades más ricas de todo el mundo (con más habitantes incluso que París o Londres).
Desapareció Manoa, la ciudad del Dorado pero surge Manaos, la Fabulosa. Champagne, whisky, banqueros y mujeres bonitas serán algo habitual en aquel lugar durante los siguientes decenios.
Pero a partir de 1910, en la cúspide de su producción, el comercio cae en picado. ¿La razón? El robo de unas semillas treinta años antes ha dado lugar a unas extensas plantaciones en Malasia, con un rendimiento y precio de coste sin competencia.
Tan fabulosa ciudad sucumbirá de la noche a la mañana, vaciándose como por arte de magia. En 1912 se venderá a la desesperada. Todo desaparecerá engullido por la selva.
Sin embargo, ese mismo año se inaugura una línea de ferrocarril en plena selva para facilitar el transporte del caucho a su destino. Una línea que ha costado cinco años de trabajo y que atraviesa la selva ecuatorial. Años de trabajo y de... muertes; y todo para nada.
Porque comienzan a circular rumores por Londres, rumores nada buenos sobre las compañías que explotan el caucho. Respecto al trato de los indios, claro está. Los amos del caucho, Suárez y Araña, dueños de medio país, han esquilmado y abusado de la selva y sus habitantes de un modo brutal. Se rumorea que los grupos armados de Suárez, y sobre todo, Araña, entran en los poblados para reclutar indios impunemente.
Se forma una comisión de investigación y, justo en ese año de 1912, se revela que la selva es un cementerio de huesos humanos. De los cincuenta mil indios de la región explotada sólo quedan ocho mil, es decir, que cada tonelada de caucho se ha llevado a la tumba unas siete vidas humanas.
Como se ve, el renacer de la leyenda del Amazonas supuso el comienzo del fin de los indios, o al menos la desaparición de millares de ellos por la codicia y racismo europeos.
Quizá eso fue un aviso para lo que se les avecinaba. Un aviso más entre miles.
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Fascinante. Es muy buena esta serie, Beren, estaré atenta a por más.
ResponderEliminarBesos,
Blanca
Antony, completamente de acuerdo con Blanca, es fascinante, te atrapa. Como europeo me fascinan todas estas historias (debe herencia)
ResponderEliminarMe ha encantado cada una de las partes que has publicado, y espero que no acabe aquí.
Enhorabuena y un abrazo
Jesús