Os dejo un fragmento de su nuevo
libro titulado Volveremos a ser valientes,
basado en ficción y experiencias propias. El título, a mi parecer, también acertado. Pues eso, que volveremos y requetevolveremos.
¡Un impulso al muchacho!
A ver qué opináis, no os engaño. Distruten.
−Ya me tienes hasta los huevos, ¿sabes? Déjate los deditos de una puta vez y dime qué te pasa.
Silencio y ronchar de uñas.
−¿Me oyes?
−Luego.
−¿Luego?
−Luego
−Pues bueno.
Entramos en la salita y comenzamos a revisar la documentación del informe que nos habían endilgado. A la paciente se le había pasado una batería de test excesiva incluso para una elefanta histérica, lo que significaba que el primer informe era cosa de alguno de los pimpollines de prácticas. Estaba por mandarles preparar la historia para la sesión clínica, pero… qué demonios, la verdad es que aquella mañana casi prefería trabajar antes que lidiar con esos lebreles. Por cierto, que aún no conocía a los estudiantes de mi nueva rotación –cosa que tampoco tenía nada de particular; procuraba verlos lo menos posible-.
Ahí estaba, con toda la mesa llena de papeles y un compañero cuyos tics en alza me ayudaban más bien poco a reprimir mi instinto asesino aquella mañana.
El caso en sí no parecía nada particular.
−Sara Olías Téllez, de diecinueve añitos. ¿Cuándo ingresó ésta?
−Hace dos semanas.
−Mmm… ¿Es la que está buena?
−No −algo me decía que la ceja izquierda de Rafa se tensaba más de lo normal ante alusiones sexuales.
−¿Estás bien?
−¡Como una rosa! –mueca.
−¿Seguro?
−¿Has visto su historia?
La cortina de humo era burda, pero no dejaba de ser nuestro trabajo.
La chica tenía varios ingresos, en general por intentos autolíticos de escasa gravedad, probablemente como llamadas de atención. Ya se sabe, no va en serio pero acojona.
−Viene diagnosticada de las otras veces. ¿A qué viene hacer la sesión con ella?
−Rasgos antisociales, alucinaciones auditivas, fantasías escasamente elaboradas… piensan que es un ejemplo de libro de esquizo paranoide. Quieren que lo vean los chavales.
−Pues bueno, ¿pero por qué quieren que lo vea yo también? Ah, claro, es que me han visto tocándome los cojones… −nuevo movimiento de cejita− Oye, me estás poniendo nervioso; relájate ya. ¿Qué narices te pasa?
−Es por si debemos preocuparnos por un posible suicidio. Las tendencias autolíticas…
−¡Los cojones! Aquí pone que los cortes en las muñecas eran transversales, no longitudinales; es decir, heridas leves que cicatrizan pronto.
−No todo el mundo lo sabe.
−Lo más seguro es que ella sí. Aquí dice que habla mucho de ese libro sobre el suicidio, el que escribió el tío este… Carranza; si te has tragado todas esas recetas para joderte y haces algo así, es que quieres ser la reina por un día.
−Pero una esquizo llamando la atención…
−La de sus padres, sólo la de sus padres. Vale que un esquizo se encierra en casa, pero puede atar férreamente a sus figuras paternas. Al fin y al cabo, le dan seguridad y un entorno conocido. Además, puede torturarlos cuanto quiera. Llama su atención, ata aún más a sus padres. Y ahora, si ha terminado la lección, ¿me vas a decir qué coño te pasa?
−¿Diagnóstico?
−Esquizo y no se suicida. Ya hemos acabado. Habla de una puta vez.
Mis métodos de persuasión al más puro estilo académico, unidos a estos diagnósticos fugaces, podían dar una imagen equívoca de mí. Suelo ser un gran psicólogo. Al menos durante los veinte o veinticinco minutos que dedico a cada paciente. Eso es lo que tiene ser el encargado de peritajes e informes. Una entrevista, un perfil y listo. Rara vez vuelves a ver a los pacientes, y en los tribunales, si te citan como experto, nadie te discute, y si lo hacen… bueno, todos somos humanos y los test apoyan tu hipótesis.
Mi hipótesis aquella mañana era que mi compañero debía guardar algo realmente interesante –alguna vez tenía que hacerlo-. Sólo le temblaba la ceja cuando mentía o cuando ocultaba algo. Ese día, su ceja parecía un tiovivo.
Al fin arrancó, haciendo todo tipo de contracciones con los escasos músculos faciales que no tenía agarrotados.
−Marcos… tú sabes que yo… soy tu amigo y te quiero; te quiero de verdad −creí que cualquier cosa me aliviaría con tal de que no se tratase de una declaración de amor− .Bueno, a lo que me refiero es a que yo no creo que seas un bastardo amargado.
−Hombre, gracias.
−No, no… en serio, y si te hablo así es porque quiero que sepas que… bueno, yo nunca te haría daño. A mí me gusta jugar limpio.
−Sí, a veces te lavas, es cierto –la broma no era de las mejores, lo reconozco, pero necesitaba relajar el ambiente; me estaba empezando a preocupar. Al muy imbécil no le hizo gracia.
−Ya, ya. En fin, lo que quiero decirte es que… -gesticulación espasmódica, silencio dramático y mi puño apretado para hacerle arrancar- que… ha ocurrido algo entre Rosa y yo.
Mi puño se relajó.
−¿Qué?
−Sí, es así. Ya sé que no lo entenderás, pero las cosas entre vosotros no funcionaban desde hace tiempo, y tú lo sabes.
Bufidos.
−¿Me estás diciendo que…?
−Ella no quería decirte nada, pero yo no podía verte todos los días y… así… yo no podía, porque soy tu amigo.
−¡Tú lo que eres es un hijo de puta! Rosa es mi… mi… bueno, es mía, vive conmigo, ESTÁ conmigo. ¡Y tú me dices que te las has tirado!
−No… no es eso… joder, dicho así… no es que me la haya cepillado ahí, a lo burro, como si…
−¿Ah, no? ¿Y me vas a contar lo delicado que fuiste?
−Hombre, no creo que debamos hablar de esto.
−¿No? Pues yo sí lo creo.
−Mira, estás muy alterado y así no se puede…
−¿Qué estoy alterado?
−Sí, mírate. Y lo entiendo, pero… No queríamos que pasara. No lo tomes como un complot, porque fue algo espontáneo.
Deseaba estallar, destrozarlo todo, y algo me decía que debía empezar por Rafa. Sin embargo, no podía; no sabía por qué, pero no era capaz.Entonces lo miré y comprendí: no podía porque él era un buen tipo. Así que no le di ningún puñetazo, como esperaba. Estrellé su cara contra la mesa. Fue violento, pero justo. Al ver el alivio que experimenté contemplando cómo rebotaba su cabeza contra el tablero, lo aferré por el pelo y repetí el movimiento otra vez, y otra, hasta que milagrosamente se zafó de mí, tambaleándose, y seguimos la coreografía de mordiscos, patadas y arañazos por el suelo.
De lo que vino después recuerdo más bien poco, excepto alivio, gritos y una sensación extraña que empezaba a drogarme. Algo había reventado, y aún no sabía que sólo era el principio de un desplome general.
No hay comentarios:
Publicar un comentario