"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

jueves, 26 de septiembre de 2013

El encanto del cuervo- de María Martínez (fragmento)

María Martínez es una joven con una energía que se transmite en sus escritos.
Su fuerza y claridad se entrecruza con los temas juveniles y de corte "oscuro" tan en boga actualmente. Pero eso, en lugar de ser un lastre, le confiere aún más mérito a lo que escribe, ya que su fluida manera de escribir capta muy pronto la atención, y te embelesa...
Aconsejo a cualquiera (repito, cualquiera), ya te atraiga o no el tema que toca, leer algo de esta estupenda escritora a la que auguro un buen futuro.


El Encanto del Cuervo (fragmento)


LOSTWICK, MAINE, NOVIEMBRE DE 1995


David sabía que iba a morir, esa era la única cosa de la que estaba seguro mientras lo arrastraban sobre el barro hacia el interior del bosque. Sería una muerte lenta y dolorosa, cruel, porque no estaba dispuesto a darles lo que habían venido a buscar. La llave jamás caería en manos de La Hermandad, esa sombra oscura que acechaba a su linaje desde hacía siglos y que, al fin, había dado con él.
Lo que nunca habría imaginado era quién estaba al mando de esos traidores tras el robo del grimorio oculto durante más de trescientos años en los archivos secretos de la Santa Sede, solo unos días después de ese extraño incidente en Atlanta, cuando decenas de cuervos habían tomado la ciudad bajo una luna llena teñida de sangre. La misma luna ensangrentada que coronaba el cielo la noche en que nació su hijo... y también ella.
Los augurios volvía a repetirse cuatrocientos años después, pero esta vez anunciaban vida, y no muerte. Había pasado y no sabía cómo, pero en alguna parte esa niña estaba viva, y él no había podido cumplir con su deber. La única esperanza para proteger la llave y evitar que el grimorio fuera abierto recaía ahora en su hijo, tan solo un bebé y el nuevo Guardián. Cerró los ojos con un doloroso nudo en la garganta. Apenas había tenido tiempo de ponerlo a salvo junto a su madre. A ella le había entregado el diario y la carta; también el cuchillo y el péndulo.
Vivian era el amor de su vida, y una mujer fuerte que se ocuparía de que el chico, en cuanto fuera lo suficientemente fuerte, supiera la verdad y asumiera su legado. Por ese motivo estaba tranquilo y no temía la muerte; ellos estarían bien sin él, protegidos por La Comunidad, aunque no soportaba la idea de abandonarlos, y menos de ese modo.
Los pies se le hundían en el barro, impidiéndole avanzar al ritmo que ellos marcaban. Estaba seguro de que tenía alguna costilla rota, porque el dolor y la presión que sentía en el pecho, amenazaban con hacerle perder el sentido. Notaba la sangre caliente resbalando por la mejilla desde la ceja. Se lamió el labio inferior –también se lo habían partido–, escupió un trozo de diente y alzó la vista para contemplar a Mason, que abría la marcha con paso seguro y la cabeza erguida bajo la capucha de su capa.
De repente se detuvieron. David miró a su alrededor, estaba en medio de un pequeño claro de hierba rodeado de árboles, apenas si podía ver nada en medio de aquella oscuridad. Los hombres que lo mantenían preso lo soltaron y se retiraron sin quitarle los ojos de encima. Él los estudió y midió las posibilidades que tenía de salir de allí. Quizá, si no estuviera tan débil, podría con todos ellos. ¡Podía intentarlo y no rendirse, solo necesitaba una oportunidad!
Un círculo de fuego rodeó a David sin que le diera tiempo a mover un dedo. Las llamas sobrenaturales se alzaron hasta su cintura; notaba el intenso calor en la piel, a través de la ropa húmeda.
—Lo intentaré una vez más —dijo Mason con voz sibilina—. Dame la llave y dime dónde está la bruja. Sé que sabes dónde se encuentra.
David contempló con asco el colgante que pendía de su cuello: una estrella de cinco puntas con un ojo en su interior, el sello de La Hermandad.
—Yo no tengo esa llave, y aunque la tuviera, no serviría de nada. Si de verdad conoces hasta el último detalle de esa historia, sabes que nadie puede leer el libro. Solo un descendiente de la bruja puede hacerlo, y ese linaje ya no existe.
—Existe, lo sé, rastreé su sangre.
—No te creo, para eso habrías necesitado…
—¿La sangre de Moira? —replicó Mason adoptando una expresión inocente—. ¿Sabías que en esa iglesia donde la quemaron guardaron sus ropas como trofeo? Sí, en una cripta bajo el altar. Fue sencillo conseguirlas, aunque en aquel momento no encontré nada. Supuse que tu familia había conseguido borrar ese linaje de la faz de la tierra. —Una sonrisa de regocijo curvó sus labios¬—. Pero hace unas semanas ese suceso en Atlanta me dio qué pensar… volví a intentarlo y… ¡los cristales estallaron! ¿Te haces una idea del poder de esa criatura? ¡Si no supiera que es imposible, creería que es ella que ha regresado de entre los muertos! Dime, ¿es allí adonde ibas, a Atlanta? He visto que tenías hecho el equipaje.
—De hecho acababa de regresar —indicó David con suficiencia—. Ni la madre ni la niña están vivas. Yo me he encargado de que así sea.
—¿Sabes, David? Algo dentro de mí siempre te envidió, la devoción de mis hermanos por ti, tu poder… psss. Durante años te observé en secreto, intentando descubrir qué era eso que te hacía tan especial, y aprendí a conocerte, por eso sé cuando mientes. ¡Aunque fue toda una sorpresa descubrir que eras el Guardián; eso no lo esperaba! —Un brillo iracundo iluminó sus ojos—. ¿Dónde está la llave y dónde está la niña? —preguntó con impaciencia, y las llamas cobraron virulencia.
—No me dan miedo tus trucos, ni me da miedo morir.
—Puede que si ves morir a otros, cambies de opinión —dijo Mason en tono malicioso.
Alzó los brazos y del círculo surgieron trazadas de fuego que poco a poco dibujaron una estrella de cinco puntas. Cada una de aquellas puntas terminaba a los pies de un árbol. Entonces David pudo verlos, un cuerpo atado a un tronco en cada punto, amordazados.
—¡Maldita sea, Mason, suéltalos! —rugió al reconocer a sus amigos.
—¿Con lo que me ha costado decidir a quiénes invitaba? No. Dame lo que quiero y serán libres.
—No puedo —respondió con voz suplicante.
—Bien, no me dejas elección.
—¡No…! —gritó David al ver como Vincent Sharp era rodeado por las llamas y comenzaba a arder.
—¡Habla, o sus muertes serán culpa tuya! —gruñó Mason apuntando con el dedo al próximo.
—¡Jamás te lo diré!
El siguiente en morir fue Jensen Dupree; tras él su esposa Amber; el siguiente en caer fue Ned Devereux. Y en ningún momento David dio muestras de ceder. Sus ojos contemplaban con un dolor insoportable los restos calcinados de sus amigos. Todos estaban muertos por su culpa y jamás podría perdonarse por ello. Pero la llave valía esas vidas y muchas más. Miró al último que quedaba atado, pidiéndole perdón en silencio.
—¿Y ese grimorio vale la vida de Isaac? ¿Vas a asesinar a tu hermano? —musitó.
Por un momento la expresión de Mason cambió, y lanzó una fugaz mirada al hombre atado al árbol. De inmediato se recompuso, frío y calculador, insensible.
—Bueno, había pensado en Aaron, es tu mejor amigo; pero no tengo ni idea de dónde está. Cada vez que aparece una pista sobre esa mujercita suya, sale corriendo.
—Eres un monstruo, estás perdiendo la razón por un poder que no te pertenece, que te supera más de lo que puedes imaginar. ¡Tú no eres digno de él! —le espetó David.
Aquellas palabras parecieron hacer mella en Mason.
—¡Habla o te juro que suplicarás que te mate! —gritó al borde de la histeria.
Por un instante la barrera se debilitó, David lo sintió y aprovechó para saltar por encima de las llamas a la vez que atacaba a Mason. Este salió despedido por el aire, golpeándose la cabeza contra un árbol. David no dudó, corrió hacia Isaac, defendiéndose a duras penas de los ataques de los brujos. Le quitó la mordaza.
—No puedo moverme. Las cuerdas… las cuerdas contienen hierro —gritó Isaac.
David cerró los ojos e inhaló profundamente mientras las cuerdas se deshacían bajo su contacto. Isaac quedó libre.
—Si salimos de esta, espero que me cuentes quién demonios eres —le espetó a David. Él no contestó, pero su mirada esquiva dejó a las claras que no iba a hacerlo.
Juntos pelearon por sus vidas. David logró deshacerse de los brujos que seguían a Mason, pero no a tiempo de evitar que este asesinara a su hermano de la peor forma, congelándolo de dentro hacia fuera; una escarcha roja brotaba a través de su piel.
Se lanzó contra él y lo apartó de un empujón, pero ya era tarde y el cuerpo de Isaac cayó al suelo haciéndose añicos.
—¡Irás al infierno por sus muertes! —bramó David. Lo tomó por el cuello y lo aplastó contra un árbol. Comenzó a estrangularlo—. Me dejaría arrancar la piel a tiras antes que permitir que alguien como tú ponga sus manos en esa llave. —Respiró profunda y repetidamente, decidido a no perder la consciencia. Sintió un golpe seco en el costado y cómo algo húmedo se deslizaba por su cadera empapando su ropa.
—Me parece que lo que tú harías o no… ya no importa… espero que tu hijo no piense como tú —susurró Mason con la voz entrecortada por el agarre. Una sonrisa siniestra se dibujó en sus labios—. Soy paciente, esperaré a que crezca y herede tu legado; mientras, encontraré a la niña.
—Si yo muero, mi hijo jamás sabrá nada, me llevaré el secreto a la tumba —dijo entre dientes, sujetando la muñeca de Mason para que no volviera a apuñalarlo. Se la retorció hasta que consiguió que soltara el puñal, aplastándolo con su cuerpo.
—Seguro que tienes un plan B, jamás dejarías que la llave cayera en el olvido.
David, transido de dolor, le sostuvo la mirada encolerizado. Sentía la sangre resbalando por su pierna hasta el pie, acumulándose dentro de su bota. El miedo y la rabia le dieron fuerzas, un destello iluminó su mano hasta convertirla en pura luz. Con la otra le arrancó el colgante del cuello.
—Lo tengo —musitó David, inclinándose hacia atrás—. ¡Nos vemos en el infierno! —dijo mientras golpeaba a Mason en el pecho con la mano incandescente. Entonces, ambos cuerpos se desplomaron.
David abrió los ojos preguntándose cuánto tiempo habría pasado inconsciente, y se encontró con un rostro borroso sobre él. Trató de enfocar la vista y, poco a poco, distinguió las facciones de Aaron Blackwell, arrodillado a su lado.
—¿Y Mason? —susurró David.
—Muerto, como todos los demás —respondió Aaron horrorizado—. ¿Qué ha pasado aquí?
—Ha sido culpa mía —respondió muy despacio. Abrió la mano y el colgante quedó a la vista. Aaron miró la joya sin dar crédito. Después recorrió con la vista el entorno, completamente espantado. Se puso en pie—. Yo dejé que les hicieran eso…
Una sensación de vértigo se apoderó de David, iba a perder la consciencia de nuevo, quizá para siempre. Vio la expresión de su amigo, cómo miraba el medallón de su mano y luego a él. Se dio cuenta de lo que estaba pasando, estaba malinterpretando los hechos. Aaron intentó alejarse con el rostro desencajado, pero David consiguió mover una mano y sujetarlo por el pantalón. No tenía tiempo de explicarle nada, y si las cosas iban a quedar así, antes necesitaba pedirle algo.
—Quiero juicio… y sentencia —tartamudeó. Sentía un frío glacial en los huesos. Aaron negó—. Me estoy muriendo… si no recibo mi castigo… lo hará mi familia, ellos no saben nada. —Apretó los dientes, pensando en su hijo y en el destino—. Conoces nuestras leyes… ¡Por favor!
—¿Por qué, David? Creí que te conocía.
—Me co… noces. Por fa… vor —suplicó, ya no veía nada, ni sentía dolor, sólo un frío insoportable.
Aaron dudó, al final asintió con determinación.
—Por el poder que me concedieron los Antiguos, te acuso de la muerte de Vincent Sharp, Ned Devereux, Jensen y Amber Dupree y… —Tragó el nudo que tenía en la garganta— Mason e Isaac Blackwell. Tu castigo es la muerte.

María Martínez
www.mariamartinez.net

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