"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

lunes, 26 de octubre de 2015

El rastreador- de Blanca Miosi

Con el motivo de la visita a España de esta autora de bestsellers como es Blanca Miosi, hoy toca un fragmento de su última novela "El rastreador" que gustosamente nos ha cedido para mostrarlo como adelanto.
Hay poco que decir sobre ella que no se sepa ya, por lo que no me explayaré. Sólo recordar, por destacar algo, que su novela La búsqueda es la novela hispana más vendida de amazon kindle de todos los tiempos.

Disfruten del adelanto.


El rastreador- de Blanca Miosi

El atestado restaurante tenía un penetrante olor a fritura. Ian buscó con la vista alguna mesa vacía pero todas estaban ocupadas. Una joven lo vio y quitó su bolso del asiento frente a ella; una pesada mochila. Él se sentó y ella siguió sorbiendo un milkshake con la pajilla. Al cabo de un rato vino la mesera y dejó el menú. Ian notó que la chica lo miraba largo rato sin pedir nada. Supuso que no tenía dinero.
—¿Me permites invitarte?
Ello lo miró con desconfianza. Sus ojos volvieron a recorrer el camino hacia el menú y luego de unos segundos asintió con la cabeza sin soltar la pajilla de la boca.
—Escoge lo que quieras.
—¿En serio?
—Sí, en serio.
Pidió una hamburguesa doble con pickles y ensalada de patatas. Ian solo pidió ensalada y té frío.
—¿A dónde vas? —preguntó ella, más animada.
—A Nuevo México.
—Yo también voy en esa dirección.
—¿Tienes coche?
—No.
Ian terminó de tomar el té y dejó el vaso a un lado.
—Puedo llevarte, si lo deseas.
—Gracias. Me quedé sin dinero, me robaron la cartera.
—Tienes tus documentos, supongo.
—Ah, eso sí. Los guardo en uno de los bolsillos de mi mochila.
Abrió uno de los compartimentos y sacó su licencia de conducir. Ian vio que era norteamericana. Justo lo que necesitaba, Alá estaba con él, ya no le quedaban dudas.
—Tú no pareces norteamericano…
—Soy francés.
—Se nota en tu acento.
—Pasaré la noche aquí, vengo conduciendo desde Montreal. Debo descansar.
—¿Necesitas compañía?
—No, por ahora; pero alquilaré una habitación doble, si quieres pasar la noche aquí.
Ella pareció decepcionada. Por un momento quiso probar lo que le habían contado de los franceses, pero el que tenía delante parecía ser la excepción.
—Está bien…
—Fabrice.
—¡Qué lindo nombre! Me llamo Sibylle —se presentó ella, aunque él ya lo había visto en el permiso de conducir.
Ian estaba empezando a notar el cansancio de tantas horas sometido a tensión. Necesitaba dormir, pero no confiaba en la mujer; empezó a arrepentirse de haber entablado conversación con ella. Llevaba mucho dinero en efectivo y, lo más importante, temía que al quedarse dormido —y tenía el sueño pesado— ella husmeara entre sus cosas y viera los documentos, pasaportes y tarjetas de crédito, entre otras cosas.
—O mejor tomaremos dos habitaciones —rectificó Ian—. Quiero que estés cómoda y yo también lo necesito, llevo muchas horas despierto. No te preocupes, yo las pagaré.
Ella se le acercó.
—¿Eres gay?
—No. Pero estoy muy cansado y necesito dormir.
—¿Siempre duermes tan temprano? Apenas son las siete...
Ian no contestó, caminó en dirección a la recepción del motel y pidió dos habitaciones. Le dio una llave a Sibylle y fue con la suya a su cuarto. Apenas entró, se quitó los zapatos y cayó en la cama cuan largo era.
Un ruido en la puerta lo despertó. Miró su reloj: 3:00am. Se levantó con sigilo y al acercarse a la puerta volvieron a llamar.
—Soy yo. Sibylle.
Ian abrió y la vio, estaba con la misma ropa, parecía que no había dormido.
—¿Qué sucede?
—Hay unos policías revisando el hotel. Vine a avisarte por si te interesaba.
—Pasa y quítate la ropa, entra en la cama —dijo él, desvistiéndose.
Ella obedeció y se desnudó. Al escuchar la puerta dejó pasar unos segundos. Volvieron a tocar.
—¿Quién es?
—Policía. Necesitamos hablar con usted, por favor.
Ian abrió vestido en ropa interior.
—¿Algún problema?
El oficial lo miró y vio la foto que tenía en la mano.
—¿Ha visto a este hombre?
Ian se miró en la foto.
—Lo siento. No.
—¿Está usted solo?
—Sí. Bueno, no.
—¿Sí o no?
—Nos conocimos en el restaurante. Está aquí solo un momento, yo…
—¿Nos permite pasar? —preguntó el policía. Hizo una seña a su compañera en la puerta y entró. Sibylle, en la cama, se cubrió con la sábana hasta el cuello—. Ya veo que no está solo. ¿No es usted el que pagó dos habitaciones esta tarde?
—Solo quería hacer un favor a la mademoiselle. Ella ya se iba, de todos modos...

—Buena táctica, ¿eh? —dijo el policía comprendiendo la situación—. Nada mal.
— Pardonnez-moi, je ne comprends pas…
—¿Me permite su identificación?
Ian fue a su maletín y sacó el pasaporte. El oficial lo examinó, verificó la foto, y se lo devolvió. Vio a Sibylle en la cama, asintió y salió.
Ian aseguró la puerta y fue hacia la cama, levantó la sábana y examinó a Sibylle.
—¿No deseas entrar? —preguntó ella.
—Quiero que te bañes. Y aféitate todo, señaló los vellos del pubis. Absolutamente todo.
—¿Qué?, ¿estás loco? No me afeitaré.
—Encontrarás una máquina de afeitar en el baño.
—No lo haré.
—¿Quieres ganar trescientos dólares?
La mujer quedó pensativa por unos instantes.
—Está bien —concedió, por fin—. Si no me hubieran robado la cartera…
Ian cubrió la cama para no tocar el lugar donde ella se había acostado.
—¡Y lávate el cabello! —gritó, volviendo la almohada.
Treinta y ocho minutos después Sibylle apareció con una toalla envolviendo su cabeza. Ian se le acercó, examinó sus axilas, comprobó que se había afeitado el pubis y le quitó la toalla que envolvía sus cabellos. Cayeron sueltos en ondas rubias, cubriéndole en parte los ojos verdes.
—¿Satisfecho?
—Todavía no. Échate en la cama y no hagas ningún movimiento. Ninguno. ¿Comprendes? Tampoco gimas ni hagas ningún tipo de ruido.
Sibylle lo miró con el temor reflejado en sus ojos claros. ¿Con quién se había metido? La asaltaron miles de ideas, pero pensó en los trescientos dólares.
—Oye… creo que serán más de trescientos.
—Te daré cuatrocientos si prometes seguir mis instrucciones al pie de la letra.
—No me harás eso del sadomasoquismo, ¿eh? Mira que lo de Cincuenta sombras de Grey es solo una novela…
—No te haré nada que no te guste. Pierde cuidado. Ahora te pido que no me toques. No me acaricies, deja que todo lo haga yo. No es mucho pedir por ese precio.
Sibylle se alzó de hombros y se extendió en la cama. Era todo lo que requería Ian. El resto lo haría él.
Cuatro horas después Ian se daba un baño mientras ella esperaba exhausta echada en la cama. Jamás le había ocurrido algo así, lo más difícil fue retener los gemidos, no recordaba haber tenido tantos orgasmos en su vida. Con todo, no deseaba repetir la experiencia. Llegó un punto en que ya no era placer, sino desesperación. Fabrice le parecía un hombre que no estaba en sus cabales, esperaba que todos los franceses no fueran así. Además, estaba segura de que se ocultaba de la policía. Ni siquiera tuvo oportunidad de revisar sus cosas, se había encerrado en el baño con todas sus pertenencias. ¡Qué hombre tan raro!

Blanca Miosi (fragmento de su novela El rastreador)



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