Las manos
Con las manos
manchadas de sangre miraba aterrorizado la consecuencia de un sin saber, de una
sin razón, y mis manos, actuando por iniciativa propia, me miraban de frente.
La mente me gritaba: “¡Aléjalas!”, pero por más que lo intentaba no podía. Allí estaban, plantándome cara, desafiantes. “¡Atrévete!”, me decían. Mi corazón, consejero durante años, se lanzó al galope intentando huir.
Luché para detenerlas, pero ellas continuaban en su avance hacia mí. Parecían reírse, burlarse. Miré de soslayo el cuerpo inerte que yacía a mis pies, y sentí pánico.
Intenté gritar, pero
una de ellas aferrándose a mi boca me lo impidió, mientras que la otra,
amenazante, se acercó a mis ojos. El terror me atenazó.
A ciegas y tambaleándome huí a la desesperada. De pronto, sin saber de dónde, oí un fuerte bocinazo y sentí un golpe.
Ellas habían acabado con el único testigo.
Los titulares del día siguiente rezaban: “El receptor de las manos de un condenado muere atropellado por un camión”.
Jesús García
http://luzypapel.blogspot.com.es
Beren, muchas gracias por tus palabras que también dicen mucho.
ResponderEliminarMe siento muy halagado por haber traído mis palabras a tu blog.
Gracias y un abrazo
Jesús