"El mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo"

San Agustín

viernes, 24 de febrero de 2012

La mensajera


Desde hace tiempo tengo ganas de leer relatos de una joven escritora que se va haciendo hueco con su buen hacer. Por ahora lo poco que he leído me está atrayendo. Se llama María Martínez, Anxana en su blog que recomiendo encarecidamente, y sus textos vampíricos y fantásticos (lo poco que he leído suyo por ahora) contrastan con la alegría que destila en conversaciones virtuales.
Habrá que seguir conociéndola.



LA MENSAJERA

Despertó de golpe, con el corazón desbocado y la sensación de estar siendo observada. Se llevó una mano al pecho, como si aquel gesto pudiera tranquilizar su agitada respiración. Miró a su alrededor con aire aturdido, intentando recordar donde se encontraba. Parpadeó para aclarar su visión borrosa, y poco a poco reconoció los muebles, las cortinas, la chimenea que calentaba la estancia… Estaba en su habitación.
Arrebujada bajo las mantas trató de volver a dormir, pero una extraña inquietud se alojó en su pecho, un presentimiento, un temor impulsivo que le encogía el estómago.
Un lobo aulló cerca de allí, otros se unieron a él formando un coro siniestro, lastimero. Giró hacia la ventana a tiempo de ver como algo se apartaba del cristal. Se asomó casi con miedo. La luz de la luna se filtraba a través de los jirones de nubes que arrastraba el viento, desde allí el bosque resultaba espectral, cubierto por un manto impoluto de nieve.
Forzó la vista intentando distinguir qué era aquello que se alejaba con dificultad. Parecía una mujer portando un gran fardo bajo el brazo, y se arrastraba como si estuviera muy débil. Abrió la ventana y la llamó, pero fueron los lobos los que respondieron a su grito. Los vio corriendo entre los árboles, acechantes, cada vez más cerca de aquella pobre mujer.
Tomó la lámpara de aceite y salió al pasillo envuelta en una toquilla, la madera fría crujió bajo sus pies. Empujó la puerta y sin hacer ruido penetró en la habitación de su padre. Se movió con cuidado, mientras contenía la respiración, escondiendo sus pasos bajo los ronquidos del hombre; si se despertaba, no la dejaría salir. Cogió la espada y abandonó de puntillas el cuarto.
Sus pies se hundieron en la nieve y con esfuerzo comenzó a avanzar. El vaho de su respiración se condesaba a su alrededor, como una densa nube que parecía cristalizarse por el frío intenso de aquellas horas intempestivas. Usó la espada como bastón y pronto llegó a la primera línea de árboles. El sudor le regaba el cuello, congelándose a lo largo de su piel.
El viento sopló con fuerza enmarañándole el pelo. La nieve se arremolinó a sus pies, borrando las huellas que la mujer iba dejando y también su propio rastro. Avivó el paso, el aire le quemaba los pulmones y cada jadeo se convirtió en una dolorosa punzada en el pecho.
Unos ojos dorados surgieron de la nada como un fogonazo, para volver a desaparecer de la misma forma. Un poco más adelante otro par de ojos la observaban sin ningún disimulo. Gruñidos hambrientos sonaron a su espalda, se giró empuñando la espada, dispuesta a usarla contra aquellas bestias. Lanzó una mirada de advertencia al lobo de pelo negro y éste se encogió gimiendo. Apretó los dientes y le dio la espalda al animal, canturreando un hechizo que la protegiera del peligro.
Se llevó una mano al cuello y echó en falta su amuleto, mal augurio. Intentó no pensar en ello y continuó buscando a la mujer, no podía estar lejos; parecía enferma, a punto de desfallecer.
El murmullo de la corriente del rio flotó hasta sus oídos, acompañado de un extraño chapoteo, un compás rítmico e inquietante al que siguió hipnotizada. La encontró junto a la orilla, arrodillada sobre una piedra lavaba unas telas en las frías aguas.
–¡Mujer! –la llamó, ésta no le contestó.
Se acercó muy despacio y se arrodilló a su lado. Vestía una capa gris con una capucha sobre la cabeza. Intentó verle el rostro, pero la larga melena rubia lo cubría por completo.
–¿Te encuentras bien? –preguntó. De nuevo el silencio por respuesta.
Se inclinó un poco más sobre ella, intentando ver que era aquello que restregaba contra la piedra con tanta dedicación. Palideció al reconocer su vestido, el mismo que había llevado durante todo el día, y mientras intentaba comprender que estaba ocurriendo, el agua se tiñó de rojo. Olía a sangre y la sangre brotaba del vestido.
Una idea aterradora tomó forma en su mente, la leyenda se tornó realidad ante sus ojos. Tragó saliva para aflojar el nudo que le oprimía la garganta. Posó una mano sobre el hombro de la joven y, muy despacio, sujetó la capucha que le cubría la cabeza. La retiró, y una larga melena surgió en cascada hasta el suelo.
De repente la mujer se giró hacia ella y el tiempo quedó suspendido. Ahogó un grito con las manos y se puso en pie, observando con estupor aquel rostro pálido como un cadáver que le devolvía la mirada, un rostro bañado en lágrimas que brotaban de unos ojos enrojecidos por el dolor y el llanto, tan fríos como un lago helado.
La mujer se puso en pie y extendió sus brazos hacia ella, entonces pudo ver el blanco sudario que la capa cubría. Dio un paso atrás alejándose del abrazo fatal de aquel espíritu de la naturaleza. Su instinto la urgía a correr, a alejarse de allí, pero el miedo la tenía paralizada; y mientras sentía el corazón a punto de estallar dentro del pecho, la mensajera de la muerte se elevó en el aire y de su garganta brotó un triste a la vez que hermoso lamento, un gemido lastimero que acabó transformándose en un alarido penetrante que le heló la sangre. Entonces, con la misma gracia con la que se había elevado en el aire, se lanzó a la fría corriente y desapareció bajo las negras aguas del arroyo.
Los lobos surgieron de las sombras en las que se ocultaban y comenzaron a aullar formando un coro macabro. Dio media vuelta y echó a correr, huyendo de aquella pesadilla. Sabía lo que significaba aquella aparición, la muerte la rondaba.
Los pies se le hundían en la nieve, la hojarasca y las ramas caídas que había bajo el hielo crujían a su paso. Aunque ella sólo podía oír el palpitar de su corazón desbocado y como la respiración le silbaba en la garganta. Sentía como si sus pulmones estuvieran llenos de fuego.
Miró en derredor, asegurándose de que los lobos no la seguían…cuando los vio. Tres hombres avanzaban en su dirección. Corrió hacia ellos, tropezando con las piedras y golpeándose con las ramas, pero al reconocerlos se paró en seco. Giró sobre sus talones tratando de huir antes de que la descubrieran, y chocó contra algo que la hizo caer de espaladas. Una mano áspera y fría la agarró por el cuello y tiró de ella hasta ponerla en pie.
–¡Vaya, vaya, mirad lo que acabo de cazar! –dijo Brian O`Connor, hijo del noble que gobernaba aquellas tierras. La miró con desprecio–. Una bruja. La bruja que ha traído la mala suerte, la hambruna y la desdicha a nuestras tierras.
–Yo no provoco esas cosas, sois vos y vuestro libertinaje.
–La mala suerte se instaló en mis tierras con tu llegada, arpía. Llevas el estigma de las hechiceras, al igual que lo llevaba tu madre –le espetó, agarrándola de su cabellera roja como el fuego–. Y ahora la acompañarás al mundo de los muertos, donde tu magia no dañe a mis buenas gentes.
De un zarpazo Brian le rasgó las ropas, ella intentó cubrirse, pero él volvió a golpearla.
Los dos soldados que acompañaban al joven rompieron a reír, mientras posaban sus ojos lascivos en partes de su cuerpo que ningún hombre había visto antes. En segundos la despojaron de su atuendo, desnuda bajo la luna su cuerpo fue mancillado, y bajo el filo de la espada su pecho exhaló el último aliento. Lo arrastraron por la nieve hasta el arroyo y lo hundieron en las aguas heladas atado a una piedra.
Brian O`Connor regresó a su castillo y los días se sucedieron. El invierno dio paso a la primavera, la primavera al verano, y Mabon trajo el otoño. Con el solsticio de invierno llegaron las primeras nieves y el ritual de Yule se celebró. Durante la noche del festival, Brian O`Connor se adentró en el bosque junto al druida y un par de soldados. Debían elegir el árbol sagrado que ardería en el próximo solsticio y regarlo con sangre en un sacrificio. Tras cumplir la ceremonia, Brian se acercó al arroyo para lavar la sangre de sus manos. Un rítmico chapoteo llamó su atención. Tras unos arbustos descubrió a una mujer vestida con una capa gris, lavaba ropa junto a la orilla, la ropa de un bebe.
Regresó a su castillo con una extraña sensación, un presentimiento. Se acostó en el lecho junto a su esposa, pesadillas ocuparon sus sueños. Cerca del amanecer un grito horrendo lo despertó, un gemido lastimero que al oírlo le partió el corazón. Corrió a la ventana y vio como una figura envuelta en una capa gris se alejaba con esfuerzo sobre el manto de nieve. Ese mismo día enterró a su hijo.
A la noche siguiente, aquel aullido premonitorio volvió a helarle la sangre. Abandonó la cama y a través de la ventana vio a la misma mujer perdiéndose entre los árboles. Salió semidesnudo del castillo, corrió descalzo sobre el hielo tras aquel fantasma de otro mundo, pero no lo alcanzó. Regresó a su habitación cansado y afligido, se tumbó junto a su esposa y la abrazó. Notó su cuerpo rígido, frío, ni el más leve palpitar lo agitaba. Ese día la enterró junto a su hijo.
Llegó la noche. Brian se armó con su espada y a lomos de su caballo se adentró en la espesura en busca del espíritu. Los aullidos de los lobos lo seguían en su peregrino viaje, cada vez más cerca, cada vez más hambrientos.
Llegó al río, ató su montura, y con la espada empuñada fue en busca de la banshee, ya no tenía dudas sobre lo que era. La encontró arrodillada en la misma piedra, y con dedicación lavaba una camisa manchada de sangre. El agua se tiñó de rojo hasta que todo el cauce tuvo ese color. Brian reconoció la prenda, era suya. Blandió la espada dispuesto a asestarle un golpe al hada oscura, pero ésta se puso en pie a una velocidad sobrenatural y lo enfrentó, taladrándolo con una mirada llorosa, enrojecida, que reflejaba la mayor de las penas.
La espada resbaló de sus manos y golpeó el suelo con un sonido sordo. Sus ojos desorbitados no parpadeaban, estaban fijos en aquel rostro pálido y cadavérico, enmarcado en una cabellera del color del fuego.
–¡Tú, bruja! –susurró muerto de miedo.
–Bruja –repitió ella con un sonido inquietante–. ¿Sabes qué le ocurre a una bruja cuando escucha el lamento de una banshee, Brian O`Connor? Que no muere, renace, una nueva banshee viene al mundo. Tú me hiciste sufrir y ahora tú sufres, pero el castigo no será sólo para ti. Mis lamentos anunciarán la muerte de todos aquellos a quienes amas. Mi camino se une al de tu familia para siempre, pero tú no podrás verlo. Esta noche te reunirás con tu mujer y tu hijo en el Annwn.
Se elevó en el aire, extendió los brazos como si quisiera abrazarlo y profirió el grito más profundo y desgarrador que jamás hubo escuchado nadie. A continuación se lanzó a las aguas teñidas de sangre y desapareció bajo ellas.
Esa noche, Brian O`Connor murió devorado por una manada de lobos.




María Martínez

http://anxana.blogspot.com/

6 comentarios:

  1. Este relato es el que más me gusta de los escritos por María, se lo dije la primera vez que lo leí y lo diré hasta que lo supere. Me encanta xD.

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  2. Me encanta la forma que tiene María de escribir, tan delicada, tan dulce...
    Debe de ser una verdadera delicia leer un libro completo de ella :) Y espero poder disfrutar de esa sensación pronto.

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  3. Tomo muy buena nota de tu consejo, y después de haber leído tu post no hay más que hacerse seguidor.

    Gracias por tus apuntes.

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  4. Hola J.J!
    La verdad es que me llamó la atención. No me sorprende, jeje, si ya sabemos que son temas que te encantan :). Si además está bien escrito como este, pues más aún.
    Un saludete y gracias por seguir ahí.

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  5. Bienvenida, Maria José.
    Me encanta que gente nueva se anime a escribir. Ya sabes, esta casa es tuya, y si tienes relatos habrá que echarles un vistazo a alguno, si te apetece.
    Estoy de acuerdo contigo, yo también espero hincarle el diente pronto a uno de sus libros :)
    ¡Un saludo y gracias por pasarte!

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  6. ¡Hola Jesús!
    A mandar, amigo. Que lo digas tú debe ser un halago para María, la verdad. A ver si los demás van descubriendo a estos pedazo de escritores que intentan hacerse un hueco.
    Un saludo y gracias por seguir en la brecha.

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