Un
día, mucho antes de que Aladino encontrase la lámpara, el genio de la misma se
transportó a un lugar escondido donde pensó jamás sería hollado: un parque
cualquiera de Madrid. La ocultó tras unos arbustos, más allá de un arroyo,
entre los habitantes típicos del lugar: cristales, papeles, latas, compresas,
preservativos, jeringuillas…seguro de que nadie la tocaría y así poder
descansar un poco de los que le hacían trabajar.
Pero
no contaba con que unos audaces ratoncillos la hallarían, hartos también de que
las ratas, palomas y gatos que pululaban por doquier a sus anchas no les
dejasen ni a sol ni a sombra. Así que enviaron a uno entre ellos, el más
valiente aunque el más pequeño (con unas enormes orejas y medio sordo, pero
insisto que osado) en su busca. Como si de Indiana Jones se tratase (con sombrero
y todo) este trepó y destrepó, esquivó
y saltó sobre toda la porquería existente, con riesgo extremo para su vida, y
al final alcanzó su objetivo y se escondió en él para descansar.
Allí
despertó al genio, que dormía plácidamente, y lo hizo con genio y carácter.
Pero pronto se apiadó del pequeño ser, que temblaba y hacía que la lámpara se
moviese con él. Así que optó por concederle un deseo si le dejaba continuar
descansando durante un tiempo, a lo que el otro le contó sus penas, que eran
las de todos los ratones del jardín.
-
Mmm, interesante -comentó
el genio mientras se iba encendiendo una lucecita azul en su interior, lo que
consiguió que él mismo se encendiese por dentro y aterrorizase más aún al pobre
animalito que trataba de escapar.
Poco rato después los gatos, las ratas voladoras y, sobre
todo, las enormes ratas terrestres -que eran tan cobardes como su tamaño por
otra parte- vieron aproximarse un extraño artilugio con patas que salió de
entre los arbustos, y huyeron asustados en todas direcciones. Sobre la lámpara,
agarrado con un pequeño cordel para guiar su montura, marchaba el intrépido
ratoncito saludando a sus congéneres, que pronto acudieron extrañados para
observar a su salvador.
Y por mucho tiempo el parque se vio libre de indeseables e
incluso la suciedad disminuyó a placer. Hasta que el alcalde decidió
recalificar el terreno para construir nuevos pisos… aunque esto no sucedió en
mucho tiempo, cuando la omnipresente crisis concluyó y de nuevo la burbuja
inmobiliaria nos visitó de nuevo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Excelente, mucha imaginación bien dirigida hacia una sonrisa, un pequeño oasis entre todo lo que está cayendo.
ResponderEliminarUn cuento como los de antes con moraleja, sutil eso sí, pero presente.
Me ha encantado la valentía del ratoncito mezclada con la prudencia y el miedo, porque sin miedo no hay valentía.
Gracias por compartirlo.
Un abrazo
Jesús
Qué cuento tan dulce, Beren, y con un mensaje, como debe ser.
ResponderEliminarBesos!
Blanca